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Islas Malvinas: a 35 años de la invasión - 1

Cuando los 5 mil soldados argentinos pisaron el archipiélago, el 2 de abril de 1982, la guarnición británica les ofreció tres horas de resistencia. Rendido el gobernador Rex Hunt, la bandera del Reino Unido se arrió por primera vez desde 1833. La capital, Puerto Stanley, era a partir de ese momento Puerto Argentino. En Buenos Aires la plaza de Mayo reventaba de gente y Leopoldo Galtieri, el dictador, disfrutaba su efímera gloria.

Un día después, la flota naval más poderosa del mundo, con 40 buques y varios submarinos, iniciaba una travesía de 13 mil kilómetros para recuperar el honor mancillado. Los rioplatenses le habían pellizcado la cola al león inglés, y éste buscaba furioso el desquite correspondiente.

A partir de entonces la diplomacia internacional activó sus mecanismos para evitar una colisión a gran escala entre el poderoso imperio británico y la irreverente nación argentina. Surgieron así numerosos protagonistas, entre los cuales el Gobierno peruano tuvo una destacada participación.

Alexander Haig

El secretario de Estado de los Estados Unidos viajó a Londres y Buenos Aires para enfriar la situación. Entretanto, 12 mil soldados argentinos empezaban a fortificar la isla para una complicada defensa.

Haig sabía que su país terminaría por apoyar a su aliado histórico y no a su vecino de las américas, por lo que maximizó sus esfuerzos en las negociaciones. Haig al final fracasó.

El pueblo peruano

En Lima, el 3 de abril, una masiva marcha organizada por el Frente Latinoamericano de Las Malvinas Argentinas (FLAMA) partió desde la embajada argentina hacia la plaza San Martín. Se fundieron peruanos y argentinos en una sola voz de apoyo a la soberanía gaucha de las islas.

Además, el 1 de junio un avión de AeroPerú partió hacia Buenos Aires transportando alimentos, frazadas y medicinas para los combatientes argentinos, que ya llevaban dos meses en los gélidos 11 mil km2 de Las Malvinas.

La Dama de Hierro

Margaret Thatcher, la Dama de Hierro, pasaba por una situación política difícil y el arrebato sudamericano le cayó como anillo al dedo. Fue la balsa de popularidad que necesitaba. Se mostró dura, inflexible y sagaz.

Su respuesta al Papa Juan Pablo II, quien pedía una solución pacífica, lo grafica con claridad: “Buscamos la paz con libertad, no la paz a expensas de la libertad”.

Fernando Belaunde Terry

El 4 de abril el presidente Fernando Belaunde estableció una posición firme: “ (…) el Perú es partidario de la descolonización”. Inmediatamente se ofreció como negociador para buscar una salida no beligerante. La propuesta apostaba por mantener el “status quo” y una administración compartida, algo que los británicos jamás aceptarían.

El 26 de abril, ante la OEA, Perú y Brasil presentaron la tregua como solución. Un día después el ente interamericano reconoció la soberanía argentina con cuatro abstenciones: Chile, Colombia, Estados Unidos y Trinidad y Tobago.

El 1 de mayo empezaron las hostilidades. Aviones británicos atacaron Puerto Argentino y destruyeron el aeródromo. Por su parte, el Perú acusa a Estados Unidos de violar la decisión 502 de la ONU, al apoyar abiertamente a los británicos.

Leopoldo Galtieri

El dictador argentino enfrentaba el desgaste de un régimen autoritario que tenía seis años en el poder (1976). La invasión sobre un territorio reclamado durante décadas bloquearía parcialmente las angustias de la población a cambio de una inyección de patriotismo. Y así fue.

El 25 de abril las fuerzas británicas, tras 4 horas de combate, recuperaron las islas Georgias del Sur. Leopoldo Galtieri anunció la ruptura de todo tipo de conversación directa con Londres. El entusiasmo inicial comenzaba a desvanecerse.

Ronald Reagan

Los Estados Unidos había firmado el TIAR (Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca), que comprometía a los países americanos a una reacción solidaria ante el ataque de una potencia extranjera.

Pero el tradicional vínculo entre estadounidenses y británicos pesó más. Ronald Reagan no se hizo problemas y puso a disposición de los británicos todos sus satélites.

Los submarinos

No fue el arma decisiva, pero los europeos tenían una amplia ventaja en el combate submarino. Cuando decidieron hacer daño lo lograron. El 2 de mayo un torpedo del submarino “Conqueror” hundió al crucero argentino “General Belgrano”, provocando la muerte de 368 marinos.

El 4 de mayo dos aviones argentinos soltaron sus misiles Exocet contra el destructor Sheffield. Uno de los cohetes impactó en la nave británica llevándola a pique. Los aviones de combate y los misiles Exocet, a esas alturas del conflicto, eran la peor pesadilla de los ingleses. Pero los argentinos no tenían una fortaleza aérea suficiente.

El apoyo “no oficial” de un país amigo

Los países no tienen amigos, tienen intereses, se dice. Pero en 1982 no todos los peruanos pensaban así. Los Super Etendard y los A-4 Skyhawk argentinos tenían una autonomía de vuelo limitada, mostrándose inferiores a los Harrier británicos (de despegue vertical). Tras conversaciones al más alto nivel, la Fuerza Aérea Peruana organizó el traslado de lo mejor de su potencial aéreo: los Mirage M5-P.

Los pilotos peruanos despegaron con diez naves desde la base de La Joya, Arequipa, rumbo al aeródromo de Tandil, en Argentina. Había que ascender hasta los 33 mil pies con las radios apagadas, a una velocidad promedio de 800 a 900 kilómetros por hora.

El 2007 uno de los pilotos peruanos declaró a El Comercio: “Nos preocupamos en planificar bien el vuelo. No temíamos tanto que nos detectara Bolivia, pues considerábamos que ellos no tenían capacidad para hacerlo. El problema era Chile y sus radares que, probablemente, tenían en Iquique y Antofagasta. Pasamos, sin embargo, sin contratiempos”.

En Chile la posición probritánica era evidente, y eso lo tenían muy claro los aviadores nacionales. Al llegar a su destino los pilotos argentinos extendieron los brazos de bienvenida y de agradecimiento. Además de las aeronaves los peruanos transportaron repuestos y técnicos instructores. Sin embargo, los aviones nunca entraron en combate.

La rendición

Agobiados por una superioridad militar y tecnológica, congelados y hambrientos, las fuerzas ocupantes cedieron finalmente. El Comandante Militar en las islas Malvinas, General Mario Benjamín Menéndez, se rindió ante el comandante británico, el General de División Jeremy Moore, el 14 de junio, cuando las bajas ascendían a 712 soldados argentinos.

Moore envió en el acto un mensaje a Londres: “En Puerto Stanley (Puerto Argentino), a las 9 de la noche, el General de División Menéndez rindió ante mí, en las Falklands (Malvinas) oriental y occidental, todas sus fuerzas, junto con su equipo”. Tres días después Galtieri era cesado.

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