Marco Arenas apelará a madre biológica para evadir parricidio - 1
Marco Arenas apelará a madre biológica para evadir parricidio - 1
Enrique Vera

El 5 de noviembre del 2013 un cadáver carbonizado fue en una vía no asfaltada, a la altura del kilómetro 11 de la avenida Víctor Malásquez, cerca de la curva de Manchay, en el distrito de Pachacamac. Tenía señales de estrangulamiento y de haber recibido una brutal golpiza. Los vecinos del sector que esa noche presenciaron las primeras pesquisas policiales solo indicaron que, durante la madrugada, una camioneta merodeó de forma sospechosa por allí.

El cuerpo fue internado en la Morgue Central de Lima el miércoles 6 de noviembre casi a la 1 a.m. Lo registraron como un varón no identificado. A esa misma hora en la casa ubicada entre las calles Punta Pejerrey y Acapulco, en la urbanización Sol de La Molina, los empleados de la empresaria panadera tenían ya más de 10 horas sin verla. Su esposo y hermanos salían y entraban de hospitales o comisarías con la misma aterradora incertidumbre.

Lo último que se sabía de María Rosa es que recibió la comunicación telefónica de una persona interesada en alquilarle un departamento. También se dedicaba al negocio inmobiliario y por ello había concertado una cita. La Policía tenía esa única pista e investigaba al sujeto que realizó la llamada, pero rápidamente viró sus averiguaciones cuando, el viernes 9, la camioneta Rav 4×4 de la mujer fue encontrada en el jirón Pedro de Candia, en Surco.

El general PNP Alberto Papuico, entonces jefe de la División de Investigación y Búsqueda de Personas Desaparecidas de la PNP, relacionó de inmediato la versión de los moradores de Manchay con el vehículo abandonado. Los detectives comprobaron que en la camioneta había tierra y era la misma del descampado donde estaba el cadáver. Todo encajaba salvo por un detalle: extrañamente el cuerpo había sido registrado como varón en la morgue. La prueba de odontología forense y el tamaño de los pies confirmaron que se trataba de la empresaria.

ARENAS DEL CRIMEN
Para la Policía el círculo cercano de María Rosa Castillo tenía que ver directamente con su horrendo final. Ella sufría a diario los embates de una relación tirante con su hijo adoptivo, Marco Arenas, porque no aprobaba su relación sentimental con Fernanda Lora Paz, entonces de 19 años. Lora había sido una compañera de estudios que Arenas tuvo en la Universidad San Ignacio de Loyola (USIL). La convivencia familiar se tornaba insostenible.

El día en que desapareció, por la mañana, Castillo había encarado al joven debido a sus constantes robos de joyas y dinero en casa. Aquello sería el colofón de un vínculo signado por la sobreprotección, los agravios y la excesiva permisividad. Marco Arenas, por ejemplo, había concluido la secundaria en el colegio más caro de la capital a los 18 años. Ingresó a la Universidad de Lima pero pronto abandonó su carrera de Ingeniería Industrial tras reprobar seis de los siete cursos que llevaba. Con 21 años cumplidos, se trasladó a la facultad de Psicología de la USIL y poco tiempo después también dejó de estudiar allí. Sin embargo, en ese recinto conoció a Fernanda y se hizo su enamorado.

La pareja vivía entre el despilfarro del dinero que Marco sustraía de las carteras de María Rosa Castillo y una extraña tendencia para grabarse en video matando palomas, lanzando huevos a la gente desde una camioneta en movimiento o en juegos sexuales juntos y por separado. Esa ambición por la rutina fácil a largo plazo llevó al joven, incluso, a fingir un secuestro. La empresaria llegaría a pagar casi US$20 mil por la falsa liberación de Arenas, que este utilizó para agravar sus desenfrenos e irse a Chile con Fernanda.

Lejos, ignoró primero los ruegos con que su padre, Walter Arenas, vía Facebook, trataba de convencerlo de volver. Pero dos meses después, cuando se le acabó la plata pagando un departamento y largas noches de farra en el centro de Santiago, pidió al aturdido hombre de 54 años que le envíe los pasajes para regresar a Lima. Aquí los desencuentros de Marco con María Castillo cobraron mayor gravedad. Él la seguía acusando de estar contra su relación y ella lo señalaba por continuar robándole dinero.

ABRAZO DE LA MUERTE

El martes 5 de noviembre, luego de ser confrontado por nuevas pérdidas de objetos de valor en su casa de La Molina, Marco fue en busca de Fernanda a la USIL. Estaba furioso y le contó que no soportaba más a sus padres. Junto con la joven retornó a su domicilio, la dejó en su habitación, mandó a la empleada de compras y fue a conversar con su madre. Eran las 10:20 a.m.

Arenas vio a la mujer que le había dado todo en la vida sentada sobre el filo de su cama. Se acercó a ella y simuló darle un abrazo, pero le apretó el cuello hasta fracturárselo y dejarla en el piso. “Coloqué una bolsa en la cabeza y, al ver que no se pegaba a su boca, supe que ya estaba sin vida”, relataría a los peritos de Criminalística. Cuando el homicida levantó la mirada, Fernanda ya había entrado al cuarto de la víctima alarmada por sus gritos de lento padecimiento.

Los dos cambiaron de ropa a la empresaria y la colocaron en la maletera de la camioneta 4x4. El cuerpo fue llevado a Manchay, donde le rociaron combustible y lo incineraron. En el informe de necropsia se estableció que María Rosa Castillo murió a causa de las quemaduras, es decir, ni toda la ferocidad de su hijo en una llave de Jiu-jitsu la había hecho expirar en su casa. Con las joyas de la fallecida en sus bolsos, la pareja acudió a una clase de baile entre las 6:30 p.m. y las 9:30 p.m. del mismo martes 5. A la 1 a.m. del miércoles 6 de noviembre, Arenas abandonó la camioneta en el jirón Pedro de Candia, en Surco, y allí fue visto por un vigilante. A los cuatro días, durante un interrogatorio policial, Fernanda Lora entró en contradicciones y terminó delatándolo.

En el inicio del proceso oral, Marco Arenas señaló varias veces que fue inducido por Fernanda Lora a incurrir en los robos dentro de su casa y a acabar con María Castillo. Más aun, que su ex pareja fue la autora intelectual del homicidio y que lo chantajeaba con dejarlo en caso no se deshiciera de la mujer que lo educó. Además, que ella alteró la escena del crimen y lo ayudó a llevar el cuerpo al descampado para quemarlo.

La joven, por su parte, ha sostenido que, en todo momento, actuó amenazada por Arenas. Que este le aseguró mataría con la misma insanía a su madre y hermana menor en caso no colaborara con el retiro del cadáver, y luego haría lo mismo con ella. Hasta su último alegato, siempre en llanto, Lora ha descartado tajantemente haber ido con Marco a prenderle fuego al cuerpo.

“SE HAN ACLARADO MUCHAS COSAS”

En diálogo con El Comercio, Humberto Abanto, abogado de Fernanda, destacó que en el curso del proceso oral algunos detalles consignados en el atestado policial hayan sido esclarecidos. Se refirió, por ejemplo, al texto hallado en el celular de Marco Arenas, donde supuestamente su defendida apuraba el homicidio. Ello correspondía a una nota que ya estaba en la memoria del teléfono, no era un mensaje de texto, sostuvo. Además, dijo que se aclaró todo en torno a la manifestación brindada por el vigilante de la calle Pedro de Candia, en Surco, quien “vio una silueta de hombre dejando la camioneta”. “La policía había agregado maliciosamente que él también había visto una silueta femenina”.

El letrado hizo hincapié en que si su patrocinada no tocó a la víctima en el estrangulamiento, no participó en el traslado del cuerpo, ni estuvo en Manchay durante la quema, entonces tampoco puede ser considerada cómplice del delito. “El error que sí cometió, y nunca lo hemos negado, es el encubrimiento. Sea por amor, por temor o lo que sea, pero así fue”, puntualizó.

“FERNANDA ES CÓMPLICE”

Por su parte, Boris Shequia, defensa legal de Marco Arenas, aseguró a este Diario que Fernanda Lora alentó el crimen, fue cómplice en este y logró beneficiarse con los bienes de María Rosa Castillo. "Consiguió viajar al extranjero, tener joyas y disponer de varias cuentas corrientes".

De otro lado, criticó que aun cuando la prueba de ADN ya demostró que María Rosa Castillo no era madre biológica de Marco Arenas, la fiscalía ha mantenido su pedido de 35 años de cárcel por parricidio. “Esto ya no es parricidio sino homicidio simple. La fiscal asume que no ha variado la condición jurídica del procesado y eso es inadmisible”. Para Shequia, la pena que debe recibir Arenas tendría que variar entre 15 y 17 años pues el agravante de homicidio calificado o parricidio ya ha desaparecido.

La lectura de sentencia a Fernanda Lora Paz y Marco Arenas empezará hoy a las 12 p.m.

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