Barrabravas de San Isidro y Magdalena, por Pedro Ortiz Bisso
Barrabravas de San Isidro y Magdalena, por Pedro Ortiz Bisso
Pedro Ortiz Bisso

Una vez fue una caseta; luego un letrero; otra, un monumento. Y así. Cada episodio violento protagonizado por los parece una nueva edición del sketch de las vecinas de La Molina y Ate que protagonizaban Carlos Álvarez y Jorge Benavides. Y no porque sea una pelea entre vecinos ricos y pobres, sino por el ridículo al que pueden llegar dos de los distritos presuntamente más ordenados del país.

Al menos, Álvarez y Benavides daban risa; lo que hacen San Isidro y Magdalena provoca vergüenza ajena. Y no solo eso: hasta da miedo.

Por dos días seguidos los agentes de ambos distritos se enfrentaron en las calles como si fueran pandilleros. Ayer, cerca de la Pera del Amor, se arrojaron palos y piedras como si fuera una disputa de barrabravas, quebrando la paz del vecindario.

El desencuentro lleva décadas y aunque han cambiado los alcaldes –muchos de ellos han sido, incluso, de la misma filiación política–, las peleas no han cesado. Cada cierto tiempo el cruce de las avenidas Javier Prado Oeste y Juan de Aliaga se convierte en escenario de una bronca por quítame estas pajas.

El martes, San Isidro colocó un panel en la zona de conflicto y al poco tiempo apareció un grupo de serenos de Magdalena para sacarlo y llevárselo en un camión. Según los testimonios, el vehículo fue perseguido por el serenazgo sanisidrino como si al volante estuvieran Oropeza y sus compinches. ¿El resultado? Efectivos heridos en ambos bandos y denuncias en sus respectivas comisarías.

¿Por qué este problema tiene tantos años sin solución? El origen está en las leyes de creación distrital, con tantas ambigüedades, que parecen haber sido elaboradas con el afán de confundir. Con los años, el problema se fue acrecentando porque las 42 manzanas en disputa han sido parte del ‘boom’ inmobiliario, y hay en juego dinero por licencias y tributos muy apetecibles.

Además, como recordaba el arquitecto Jorge Ruiz de Somocurcio en una columna publicada en este Diario, los parámetros para construir son distintos en cada distrito. Las inmobiliarias van a la municipalidad que más les conviene, lo que acrecienta el caos no solo en el plano legal, sino también en el urbanístico.

Este lío no es el único que existe en Lima. Según la Dirección Nacional de Demarcación Territorial de la Presidencia del Consejo de Ministros, a mayo existían otras 30 disputas limítrofes. Una de ellas, absurda por donde se le mire, es la pretensión de Santiago de Surco de expandirse hasta La Encantada de Villa, solo porque los pobladores de esta zona no están contentos con el trato que les brinda Chorrillos.

Cada alcalde ha hecho de su distrito su pequeño feudo y lo defiende con todas las armas a su disposición. Por eso, proyectos como municipalizar la policía o permitirle a los serenos utilizar armas no letales generan más de un resquemor. ¿Se imaginan qué hubiese pasado si los serenos de San Isidro y Magdalena tuvieran balas de goma, bastones con descargas eléctricas o gases lacrimógenos?
Dan vergüenza. Y miedo.

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