Estos tramitadores se ubican frente al edificio del SAT y llaman clientes  para abogados, entre ellos, Carlos de la Cruz. (El Comercio)
Estos tramitadores se ubican frente al edificio del SAT y llaman clientes para abogados, entre ellos, Carlos de la Cruz. (El Comercio)
Pedro Ortiz Bisso

Entre el 2016 y el 2017 se impusieron 1’200.000 papeletas solo en Lima.

Sí, en nuestra ciudad se ponen papeletas. Parece mentira. No todas las infracciones se arreglan con coimas.

¿Pero acaso los limeños ahora manejamos mejor?
¿Hay menos caos en las calles?
¿Se respetan las reglas de tránsito?
No. Nada ha cambiado. Las papeletas valen lo mismo que un RIN, esas fichas que usábamos en los terroríficos años ochenta para llamar por teléfono.

De ellas, apenas el 20% se cobra. Y es que, como suele suceder, el sistema de sanciones parece haber sido cuidadosamente organizado para que no sirva para nada.

En lugar de ser un instrumento efectivo que castigue de manera rápida al mal conductor (y al propietario del vehículo) y lo disuada, abre las puertas de par en par a la impunidad. ¿Cómo? Permitiendo que quienes se rebelan ante la ley difieran el pago a través de infinitos reclamos.

Según un informe publicado en este Diario, como parte de la campaña #NoTe Pases, el infractor puede llegar hasta la vía contenciosa administrativa en el Poder Judicial. En ese momento, a la papeleta hay que echarle tierrita. Pueden pasar cuatro años y nada. Hasta que prescriba.

Con la autoridad incapacitada para emplear algún método coactivo, los malos conductores tienen carta libre para manejar mientras le sacan la lengua a la ley.

Súmele los otros pillos, esos de casi la misma calaña, que colocan un billete doblado entre el brevete y la tarjeta de propiedad cuando son sorprendidos conduciendo con el semáforo en rojo, manejando con el pie pegado en el acelerador o en estado de ebriedad.

Además, la norma no es única: existen el Reglamento Nacional de Tránsito, el del Servicio de Taxi Metropolitano, Transporte Escolar, Transporte de Carga y Transporte Regular de Pasajeros.

¿Se da cuenta, ahora, de por qué nuestras calles están como están?
En “Cazadores del arca perdida”, Belloq, el implacable enemigo del doctor Henry Jones Jr. (también conocido como Indiana), le dice que “quizás en mil años valga algo”. Lo hace momentos antes de encerrarlo en el pozo de las almas, a la espera de que muera entre tumbas egipcias y miles de serpientes.

Si enterráramos una papeleta y esta fuera descubierta dentro de mil años, dudo mucho de que su valor sea mayor que el de ahora.

Eso sí, los arqueólogos del futuro se quebrarían la cabeza tratando de explicar cómo un pueblo de Sudamérica, en pleno siglo XXI, fue capaz de idear un sistema para regular su tránsito, cuyo fin real no era castigar al infractor, sino alentar la impunidad.

¡Qué raros esos peruanos, gastar tantas horas, tantos recursos para que impere el caos! Es nuestra marca Perú.

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