"La cloaca de las redes", por Pedro Ortiz Bisso
"La cloaca de las redes", por Pedro Ortiz Bisso
Pedro Ortiz Bisso

Cuando empecé en el periodismo, hace 25 años, aún se escribía en máquinas de escribir. Las escasas computadoras de la redacción semejaban unos pequeños televisores con teclado, a los que los jóvenes nos acercábamos admirados y algunos veteranos miraban con resquemor. 

Cada vez que viajábamos al extranjero, más que un lugar tranquilo para pasar la noche, lo que buscábamos era un hotel con una máquina de escribir y un aparatito antediluviano para hacer nuestros envíos: el fax. 

La interacción con el público se reducía a las cartas que llegaban a la redacción con denuncias, solicitudes de ayuda, pedidos de rectificación, respetuosas discrepancias y llamadas telefónicas. 

El conocimiento del lector era intuitivo o dependía de costosos estudios de mercado. 
La tecnología ha cambiado las cosas. Ahora es posible escribir desde un teléfono, conocer en tiempo real cuánta gente está leyendo esta columna y, a través de las redes sociales, sus reacciones. 

Sin embargo, saber por dónde va “la cosa” tiene sus riesgos. Sacrificar contenido por los gustos del lector no siempre es la mejor decisión. El atrevido escote de una actriz genera más clics que la declaración de un ministro. Pero lo que se ganará en tráfico irá en desmedro de lo más valioso que posee una cabecera informativa: su credibilidad. 
Lo que no deja de sorprender son las toneladas de vilezas que se encuentran en las redes. 

Hasta hace pocos años, los odiadores se cubrían bajo el anonimato o usaban seudónimos. Hoy exhiben su racismo, su homofobia, su espantosa valoración del otro –y de sí mismos– con el mismo rostro con que van a la bodega por un paquete de chizitos. 

Dedicados padres de familia que postean estampitas de santos en sus cuentas de Facebook, posan amorosos en fotografías con sus hijos o escriben edificantes consejos, vomitan sus fobias, escupen insultos, acusan y acosan con descaro. Cualquier alcantarilla es más soportable que el hedor que despiden las redes sociales. 

En Noruega, una empresa de medios decidió crear un filtro: cada nota la acompañó con un cuestionario para que quien quiera opinar probara que la había leído. Otros medios simplemente decidieron suprimir la opción de comentarios. 

Cuando murió la modelo española Bimba Bosé, entre el torrente de ‘tuits’ de odio que generó en su país, uno alcanzó la cota del asco: “Un castigo divino para Miguel Bosé porque Dios castiga a los homosexuales”. 

Aquí las cosas no son distintas. Y detrás de tanto desprecio desparramado hay gente de diversa condición (empresarios, políticos, periodistas, vendedores, ‘comunicadores’). Porque el alma de ‘troll’ no hace distinciones y esa enorme cloaca en que se han convertido las redes es amplia y no parece tener fondo. 

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