La confianza limeña, por Gonzalo Torres
La confianza limeña, por Gonzalo Torres
Gonzalo Torres

Lima también está hecha de tradiciones orales, esa sustancia compuesta de una pizca de exageración y de nublada realidad, pero que no deja de ser tan verosímil como la propia existencia de aquellos que la transmiten y la viven. En tiempos del alcalde Andrade, barrioaltino orgulloso, se recogieron en un libro estas tradiciones contadas por los más memoriosos y longevos de sus pobladores; en ese libro, se habla de la quinta La Confianza.

Parte de esta quinta debió haber sido originalmente el famoso callejón del mismo nombre, que ya se consigna en la segunda mitad del siglo XIX. El callejón, más estrecho y lúgubre, es el antecesor de la quinta más espaciosa. La Confianza está ubicada casi en la esquina de los jirones Huanta y Puno y construida sobre la antigua huerta del Chirimoyo, nombre que le dio a la calle que se abrió para comunicar los barrios de Santa Catalina y Cocharcas.

Esta tradicional quinta ya no cuenta con las dos viviendas antiguas que debieron marcar su ingreso. Hoy dos mamotretos comerciales le dan el pase a su interior, también modificado, por supuesto. Lo singular de esta quinta es su hermosa capilla que este año cumple su centenario, por la evidencia inscrita en su frontis. Es una pequeña capilla, bella en su sobriedad, con un techo de madera de formato típico para esos años y que en su totalidad nos traslada a otras épocas.

El terreno fue donado por la dueña de la propiedad, María Pardo y Barreda de Ayulo, sin registro, por lo que años más tarde los vecinos tuvieron que defenderla de una demolición. La religiosidad, ese elemento unificador de la quinta en donde el compadrazgo y la solidaridad es su aliento, se mantiene incólume.

Tres son las devociones de esta quinta: en mayo, la fiesta de la Cruz; en junio, San Antonio de Padua; y en julio, la Virgen del Carmen. La devoción a la cruz se dice que fue originada por las lavanderas (típico oficio popular de aquellos años) del callejón hace más de 115 años. Esta festividad termina con viandas y jarana en un refugio más del criollismo.

Justamente, la Virgen del Carmen, más criolla y barrioaltina que ninguna, tiene arraigo aquí. Su devoción dicen que nace de la época de la ocupación, cuando una gavilla de soldados chilenos quiso atacar la finca y se detuvo ante la imagen de la virgen en uno de los ambientes. Detrás de esta historia, se descubre la poco nombrada participación que debieron tener los ocupantes de las quintas y callejones limeños como eje central de la resistencia urbana ante la ocupación.

En la festividad de San Antonio se reparten panes a todos los asistentes para que el alimento nunca falte en el año y ante esta imagen, la señora Dioni Mere, emblemática vecina, asegura haber visto al mismo Mario Moreno ‘Cantinflas’ en plan de incógnito arrodillarse a rezarle en alguna de sus visitas al Perú. Aquí también Rosita Ríos afinó su culinaria a temprana edad. La Confianza es el fiel reflejo del alma limeña.

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