"Después de El Silencio", por Gonzalo Torres del Pino
"Después de El Silencio", por Gonzalo Torres del Pino
Gonzalo Torres

Tengo unas embarazosas fotos de pequeño regordete con los gigantes anteojos setenteros de mamá en la playa El Silencio, cuyo ambiente después gocé enormemente en los ochenta y noventa. Recuerdo los ‘coolers’, las sombrillas, sánguches, gaseosas y fruta que llevábamos en los setenta y luego, en los ochenta, la llegada de los quioscos en mancha. No puedo decir que no disfruté cuando en la arena te atendían trayéndote choritos a la chalaca, cebiche y chelas. Solo si consumías te daban sillas playeras y sombrilla. Hoy esto se acabó.

La playa ha sido retomada y está libre de quioscos. Puedo entender la desazón en algunos: limeños como somos, nos encanta que nos atiendan por encima de lo normal, nos encanta que otros muevan el dedo por nosotros (¿en qué otra ciudad del mundo un autoservicio te empaca las compras y hasta te las lleva en carrito de compras diez cuadras hasta tu casa?). Sin embargo, lo que fue en algún tiempo algo distintivo, curioso y hasta agradable se convirtió en un problema, pues una de las playas más famosas de la ciudad también sufrió de sobrepoblación tanto en quioscos como en bañistas, lo cual demanda que las reglas y los servicios se precisen y se vuelvan más claros.

Los quioscos (como ente colectivo) segregaron el espacio para ellos mismos y sus clientes, convirtiéndolo en un negociado ilegal con silos cerca de la marea, sin higiene, coimas, juergas que continuaban hasta la noche, es decir, sin reglas.

Tengo entendido que se les notificó y que no quisieron formalizarse, pero la medida es en beneficio de la ciudadanía porque la playa es de todos y todos merecen una playa en las mejores condiciones.

Pero hay que atender a ciertas interrogantes, por ejemplo, ¿después qué? Las suspicacias apuntan a una playa tomada por las inmobiliarias como las vecinas Señoritas y Caballeros: otrora playas vírgenes, hoy no tienen playa. Por eso, cuando se realizan estas medidas, se debe tener un plan de acción posterior: ¿Qué se pretende hacer con la playa? ¿Qué servicios habrá? ¿Dónde estarán los baños? ¿Dónde se podrá almorzar? ¿Habrá sitios para hacer deporte?

Todo eso es compatible y necesario. Y se necesitan, justamente, respuestas. ¿Habrá lotización? Esa es la gran pregunta que flota en el ambiente porque precisamente no existe (al menos no lo conozco) un plan posterior.

Uno de los grandes encantos de El Silencio aparte de la forma de su bahía, la reventazón de sus olas orilleras, la arena gruesa y el color de su mar es el acantilado beige que le hacía sentir a uno estar en una playa escondida, de geografía única en el mundo.

Precisamente para salvaguardar ese entorno natural puede perfectamente declararse la intangibilidad de esos acantilados; solo así El Silencio seguirá siendo la playa cuyos sonidos son el de las olas que revientan, el de los niños corriendo, el de las paletas y pelotas, el de los sánguches de pollo y los helados. Lo demás será el ruido de la modernidad y de esos ejemplos ya tenemos mucho.

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