“El eterno transporte”, por Gonzalo Torres
“El eterno transporte”, por Gonzalo Torres
Gonzalo Torres

Eternos problemas. No, no crea que este enfrentamiento de feudos –entre instituciones públicas, entre consorcios y de todos entre sí– por quién gana en el nudo de la guerra del transporte es una cosa nueva. Y las huelgas tampoco.

En 1931, como parte de una esperada reforma, se decidió entregar en concesión el transporte público de autobuses a la Metropolitan Company, con lo que los colectiveros de entonces (que nacen en 1927) se fueron a la huelga. Se dejó de lado la concesión.

La huelga cumplía su cuota de chantaje y presión, y el servicio continuó pésimo.
Ese es un paralelo reciente, porque el asunto de la reglamentación del transporte es tan antiguo como la ciudad misma: desde principios del virreinato hubo ordenanzas en contra de los carruajes que a toda ‘velocidad’ pasaban por encima de las acequias y esparcían las inmundas aguas por toda la ciudad.

Los números que se cuentan de coches, calesas y balancines en aquellas épocas no son tan confiables; algunos cronistas y viajeros exagerados calculan entre cinco mil o seis mil los coches, cantidad increíble, pero que nos da pistas acerca de la percepción negativa del transporte. Los coches de alquiler, los taxis de la época, nacen recién en 1856 y para 1860 había más de 100 de ellos. El parque de locomoción terrestre incluía más de 3.500 caballos, mulas y burros. Ya se imaginan las pestilencias en una ciudad sin desagüe y amurallada. Las placas, brevetes y revisiones técnicas se crean en una ordenanza de 1874 y se les saca la vuelta, desde entonces, hasta el día de hoy.

Los tranvías aparecen primero tirados por caballos, luego son operados a vapor y después a electricidad. El sistema perduró hasta 1965 por la competencia con los ómnibus, el estado de los tranvías y la cantidad de huelgas que el sindicato hacía (una conspiración que les mordió la cola finalmente).

En 1921, Lima iba contando con más y mejores carreteras interurbanas al Callao, Magdalena y Miraflores, Chorrillos y Barranco. Ello permitió que se le diera la autorización, en ese año, al señor Luis Tirado para establecer rutas de transporte público con 20 ómnibus. Comenzaron a competir con el tranvía y le fueron ganando la mano. ‘Góndolas’ y ‘perreras’ eran los sobrenombres de algunos de estos tipos de autobuses que comenzaron a proliferar por la laxa reglamentación y que eran de deplorable constitución. El transporte se hacía intenso y en 1926 aparece el primer semáforo en el Jirón de la Unión.

En 1964, la presencia del microbús, tímidamente por la avenida Arequipa (esta vía y el transporte público de Lima están indisolublemente ligados), obligó a reclamos y estratagemas de los ómnibus para cerrarles el paso. Las eternas carreras.

Hasta hoy, nuestro vía crucis es el transporte, un sistema que vive en permanente refundación y reforma, pero que distintos intereses jalonean de un lado a otro para que el perjudicado sea, eternamente, el usuario. Ojalá que con el tiempo se multipliquen las rutas de trenes y metros y su eficiencia no decaiga.

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