Garaje: ¿la puerta principal?, por Angus Laurie
Garaje: ¿la puerta principal?, por Angus Laurie
Angus Laurie

Existen ciertos elementos que forman parte de las fachadas de las edificaciones que, a pesar del buen diseño, generan un impacto negativo en la ciudad, como lo es la puerta de garaje. Según el urbanista estadounidense Andrés Duany, “es tan difícil generar arquitectura pública cuando la calle es un mar de puertas de garaje. Por esta razón, los constructores son expertos en vender interiores”. En este caso, él hace referencia a Estados Unidos, pero Lima es un caso aun más extremo.

Paseando por las calles de Lima, se puede apreciar que, en muchos casos, casi todo el frente de los lotes es cedido a las entradas vehiculares. Uno de los innumerables ejemplos es la avenida Bolívar en Pueblo Libre, donde existen manzanas enteras con casi el 100% de los límites de las propiedades compuestos por puertas de garaje.

Otro ejemplo es el proyecto de La Pólvora en El Agustino, que ha generado una relación e impacto sobre la calle bastante mayor al existente en zonas aledañas que fueron edificadas de manera espontánea. Al decir esto, la intención no es celebrar la informalidad, sino criticar nuestro sistema de planeamiento que perpetúa la mediocridad y la segregación entre los edificios y la calle.

Según el Reglamento Nacional de Edificaciones, los retiros frontales pueden ser utilizados como estacionamientos para automóviles, entre otros posibles usos (como la instalación de una caseta de vigilancia). Debido a este reglamento, muchos edificios dedican la mayor parte de su retiro frontal para este fin. Como resultado, las zonas formales y modernas de Lima poseen uno de los paisajes urbanos más aburridos del continente, donde el peatón camina entre puertas de garaje y muros de seguridad sin ningún registro visual de los edificios y desprovistos de cualquier motivación de uso que pueda activar la vida en la calle.

Al usar los retiros como estacionamiento, la vereda se convierte en un acceso para vehículos hacia el espacio privado desde cualquier punto de la calle y los peatones pierden el lugar que debería designárseles como prioridad. Este factor constituye pues una falta de sentido común en el planeamiento de la ciudad y demuestra que en Lima los peatones están relegados a ser usuarios de segunda clase.

En resumen, este es un problema redundante, ya que los retiros frontales en zonas urbanas son innecesarios. Por otro lado, con ordenanzas muy simples, se podrían restringir las entradas de los vehículos a un ancho máximo permitido, en relación con el ancho del lote. En otras ciudades, por ejemplo, un edificio con un frente de 18 metros solamente puede tener una entrada vehicular de un máximo de 3 metros de ancho, y así sucesivamente, generando la posibilidad de poder utilizar el resto del frente para otros usos que generen y activen la calle.

Si queremos incentivar la movilidad peatonal en nuestra ciudad, debemos tener un reglamento acorde con estas prioridades.

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