No hay cholos en mi clase, por Raúl Castro
No hay cholos en mi clase, por Raúl Castro
Raúl Castro

La historia del racismo en los grupos profesionales en el Perú no empieza con el estos días en la Universidad de San Martín de Porres y que está bajo investigación.

Como es ya de conocimiento público, una alumna de dicha casa de estudios reclamó porque en la realización de una fotografía publicitaria de su escuela, la Facultad de Derecho, hicieron entrar a diez jóvenes blancos al aula para intercalarlos con los presentes y cambiar la proporción étnica del grupo.

“¿Por qué tenían que traer a un grupo ajeno a la clase, por qué no mostrar el aula con los alumnos que estaban?”, se preguntó la estudiante afectada.

Una posible respuesta es la hallada por el doctor Uriel García en su ejemplar estudio sobre el científico Daniel Alcides Carrión y el racismo del cual fue víctima en la historia de la medicina peruana del siglo XIX.

García encontró que Carrión –mártir de la profesión que murió tras inocularse una verruga– fue “blanqueado” en los retratos que le hicieron hasta hacer desaparecer sus rasgos indígenas. Ello por la creencia de entonces de que los nativos no “podrían realizar cosa valiosa alguna”.   

Los vergonzosos descargos que formuló el decano de la facultad mencionada, el ex presidente del Tribunal Constitucional Ernesto Álvarez, recuerdan estos tristes argumentos. Para Álvarez, “para hacer publicidad a colegios de nivel B hay que ponerse en la mente de chicos de 16 años. No comparas planes de estudios […] sino gente que quisieras conocer por motivos frívolos y superficiales”.

Álvarez debería saber que los jóvenes eligen una universidad por motivos muy distintos a los estéticos. Según el Segundo Censo Nacional Universitario del 2010, elaborado por el INEI, para el 54% de los estudiantes el principal motivo por el cual eligen una universidad es su prestigio, seguido por un 16% cuya expectativa es la mejora económica, y un 14% para quien importa más la carrera misma.

El censo ofrece detalles para el caso específico de la Universidad San Martín: de más de 31 mil estudiantes encuestados en ella, más de 14 mil refieren que el principal motivo para la elección de su carrera es su propia orientación vocacional.

La creencia premoderna de que las personas actúan movidas por aspiraciones a “mejorar” en una supuesta escala social (de nivel B al A), sobre todo en la actividad publicitaria, es uno de los mitos más fraudulentos de los que hoy están vigentes en nuestro medio. Es triste constatar que incluso una autoridad con tanto pergamino lo repita tan tozudamente.  

El rol de la universidad en una sociedad es triple: crear conocimiento, formar profesionales y contribuir al bienestar público. Si se demuestra que la Universidad San Martín incurrió en racismo, estos fines estarían siendo vulnerados estrepitosamente.

Algo injusto con los propios esfuerzos de esta casa de estudios cuyas unidades académicas han producido en los últimos años excelentes investigaciones. Un llamado a la coherencia de su parte no solo sería valioso, sino el mejor mensaje para una sociedad como la peruana, tan crispada por la segregación cultural.

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