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Historias de españoles que regresaron a su país a cumplir penas - 4
Pierina Chicoma Castro

A cambio de 6.000 euros Remigio Montanero, de 37 años, aceptó llegar a Lima procedente de España para llevar a su país más de un kilo de droga en el estómago. Por ese entonces, en el 2010, él era consumidor de crack y quería dinero fácil.
Remigio tuvo que tragar 69 bolsitas de gel repletas de clorhidrato de cocaína. “Las pasé tomando 12 vasos de gelatina para empujar las pepas [bolsas con droga]”, recuerda. La policía lo capturó en el aeropuerto Jorge Chávez, cuando se disponía a retornar a su país y, desde hace seis años y cuatro meses, permanece recluido en el penal de Ancón II por el delito de tráfico ilícito de drogas (TID).

Remigio recorre los pasadizos del módulo 4 del penal de Ancón II despidiéndose de sus compañeros.


Es miércoles de visita, pero el recluso extranjero no recibe a nadie. Sus padres y hermanos, a quienes no ve desde el día de su captura, viven en Islas Canarias (al suroeste de España). "No ver nadie de los tuyos por tanto tiempo es uno de los momentos más difíciles", dice Remigio. Solo hoy habla con El Comercio, pues es uno de los 31 internos españoles que será trasladado a su país de origen para terminar de cumplir su condena.

Está en el módulo 4 del mencionado centro penitenciario. Alista las pocas cosas que posee, ha vendido todas las hamacas que aprendió a fabricar en el penal y le ha pedido a un compatriota y compañero de celda que cuide mucho a Mimí, una de las decenas de gatas que vive en Ancón II.

Remigio ha esperado cuatro años para su traslado. Despierto, mientras se aleja del penal, sueña con abrazar a su madre. Para ello, aún tendrá que permanecer tres meses más en un centro penitenciario de su añorada España.

—Modalidad: momia—
Otra de las beneficiarias que; en este momento ya debe estar en algún penal en Madrid; es Laura Zérolo, de 53 años, a quien encontramos cociendo monederos y billeteras que vende en las tiendas Renzo Costa.

La ubicamos en el módulo I, donde se internan todas las mujeres y purga condena por TID. Laura también fue detenida en el Jorge Chávez, la droga que debía sacar de nuestro país se la pegaron al cuerpo, se convirtió en una momia porque le ofrecieron 1.000 euros. "España estaba en crisis, me quedé sin empleo y me desesperé. Yo soy diseñadora de modas, pero acepté meterme al narcotráfico. Creo que cuando le dije 'sí', al sujeto que me contactó por Facebook para sacar droga de Perú, esos fueron mis 5 minutos de insensatez", relata.

Hasta el último minuto, Laura deja listas las billeteras antes de partir.

“Llegué al Perú y aquí me recibió una persona que se hacía llamar ‘Lima’. Me llevó a un hotel de una avenida que —¡Dios, nunca olvidaré su nombre!— era Próceres de la Independencia. Era un lugar horrible”, narra sentada en su máquina de coser. En ese hotel, una mujer le pegó los preservativos en el cuerpo. Cuando ya tenía todo listo, regresó al aeropuerto para tomar un avión a su país, donde le pagarían la suma de dinero prometida. "Cuando hacía la cola para ingresar al embarque, vi a un policía con un perro y me dije 'Dios, aquí termina todo'. Pero el perro ni me olió. Creo que yo fui el anzuelo, me atraparon a mí para que otros pasaran 40 kilos de droga", señala.

Laura llora y sonríe al mismo tiempo, la idea de volver a ver a sus dos hijos luego de cuatro años le origina una mezcla de sentimientos y sensaciones. Los verá el día que se lo permitan, pero podrá estar cerca de ellos. "Nunca recibí los mil euros que me ofrecieron, pero estoy pagando mi error”, nos dice al despedirse.

—Enamorado—

Los jardines del penal Ancón II están bien cuidados y decorados. Ángel López, de 43 años, se encarga de podar las plantas, ordenar la jardinería y mantener los espacios verdes con vida. Desde hace seis años está recluido, al igual que sus dos compatriotas, por TID. A diferencia de los dos anteriores entrevistados, Ángel no está contento al 100% de regresar a su país. Él encontró novia estando dentro del penal. Su corazón está dividido.

Ángel deja la mitad de su corazón en Perú. Para salir en libertad, en España todavía debe cumplir 4 años más recluido.

Hace seis años, era consumidor de drogas. Le pidieron sacar del Perú 12 kilos de clorhidrato acondicionadas en dos maletas y aceptó. Luego, lo atraparon.

Fue sentenciado a 10 años de prisión y durante su internamiento en Ancón II, conoció a su actual pareja, con quien lleva una relación de dos años. Ella es peruana, tiene una hija que se ha robado el corazón de Ángel y ambas viven en Santa Rosa. “La conocí cuando vino al cumpleaños de un compañero y nos enamoramos. Me ha apoyado todo este tiempo. Con los pies en la tierra, debo decir que no sé qué hacer, pero veremos la manera de seguir juntos”, dice mientras sale de su celda cargando una pequeña bolsa roja con la que viajó. 
 
—Más traslados para deshacinar penales—

Tras la delegación de facultadas en materia penitenciaria se pudo agilizar el traslado de reos extranjeros, afirma Carlos Vásquez Ganoza, presidente del Instituto Nacional Penitenciario (INPE). “Antes era materia judicial pero ahora ha pasado a ser administrativa. Desde diciembre del 2016 hemos  aprobado 68 traslados en tres meses”, explicó Vásquez. Lo propio se hará en abril con un grupo de 12 internos colombianos.

El jefe del INPE indica que tienen que impulsar una política de deshacinamiento " y qué mejor que impulsar estos convenios bilaterales internacionales que nos permite que los internos extranjeros no salgan libres, sino que vayan a cumplir a su país de origen el resto de su pena", indica. 

El Perú alberga 1.793 internos extranjeros. El Estado invierte S/4.5 por cada uno de ellos. "Haciendo cálculos, 2.000 internos nos cuesta S/3'300.00 anuales", agrega Vásquez Ganoza.

Es así que el pasado jueves 16, los reos españoles regresaron al mismo lugar donde la mayoría fue capturado: al aeropuerto Jorge Chávez, pero esta vez para abordar un avión charter, que gestionó Ernesto de Zulueta Habsburgo-Lorena, embajador de España en el Perú, que los regresaría a su país y terminar de cumplir con sus respectivas condenas.

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