"Lima fue fundida", por Gonzalo Torres del Pino
"Lima fue fundida", por Gonzalo Torres del Pino
Gonzalo Torres

Nuestra ciudad está asentada sobre siglos y décadas de materiales culturales y esfuerzos humanos que se han refundido para formar esta aleación que llamamos Lima. La fundación de Lima por los españoles se basó en escoger un asiento que cumpla con el propósito de proveer agua y alimento para los conquistadores y sus animales. Los otros motivos fueron la cercanía al mar, la abundancia de tierras para labrar y la presencia de leña para los hornos. Sin embargo, Lima no se hubiese fundado allí en nuestra Plaza Mayor sino fuera porque este valle ya se encontraba transformado por la mano del hombre a lo largo de cientos de años, sobre todo en hacer crecer el área agrícola.

Los españoles tenían el valle y los recursos puestos en bandeja, es más, como se ha escrito en otras oportunidades, los alrededores de la Plaza Mayor no fueron el centro urbano de los incas en el valle (se piensa que este fue Maranga), sino un centro administrativo con un mal llamado Palacio de Taulichusco desde el cual el cacique de Lima controlaba las bocatomas de los diversos canales que regaban el valle hacia el sur.

Como sociedades agrarias y expertos en ingeniería hidráulica los antiguos peruanos habían visto que la pendiente natural del valle es hacia el sur y, sobre todo, que quien controlaba el agua detentaba el poder. Es sobre esta premisa y estructura que los españoles comienzan a trazar su ciudad española de Los Reyes, pero, a sabiendas o no, estas huellas prehispánicas supervivieron en nuestra ciudad.

Me gusta siempre poner en evidencia cuán presente está el pasado de nuestra ciudad. Sin darnos cuenta, nos nutrimos, vivimos y andamos por la ciudad con todo esto bajo nuestros pies. Un ejemplo de ello es el río Surco, un gran canal hecho por la mano del hombre y que era tan grande que por partes era navegable. Este canal que va de Ate hasta Villa (donde hasta el día de hoy existe un acueducto virreinal) se usó para regar las tierras de múltiples haciendas jesuitas; sin el río no tendríamos el Surco Viejo ni sus ya desaparecidos viñedos. Hoy es parte integral del sistema de regado de parques de Lima y debemos mirarlo como un eje ecológico y no irlo tapando, bajo canales y ductos, sino preservar su curso al natural. Eso dentro de cualquier ciudad es una bendición, una oportunidad, y no una vergüenza o peligro.

Otros bienes relictos que el mundo prehispánico nos dejó son las huacas. ¡Qué poca visión de nuestros antepasados para tumbárselas! Calles como el jirón Quilca siguen viejos trazados de caminos rurales o rituales. El zanjón no existiría como tal si antes este espacio no fuese definido como un camino real que conectaba a las huacas del Rímac con la huaca de Limatambo y el adoratorio de Armatambo en Chorrillos. Luego, no puede soslayarse la presencia y la marca andina sobre Lima en épocas posteriores, pero eso será asunto de la siguiente columna.

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