A este movimiento telúrico, el más fuerte del jueves, le siguieron cuatro sismos durante la madrugada que pusieron en alerta a los vecinos, quienes se trasladaron a espacios abiertos de la localidad. (Dante Piaggio/El Comercio)
A este movimiento telúrico, el más fuerte del jueves, le siguieron cuatro sismos durante la madrugada que pusieron en alerta a los vecinos, quienes se trasladaron a espacios abiertos de la localidad. (Dante Piaggio/El Comercio)
Pedro Ortiz Bisso

Es lógico que la seguidilla de ocurridos en genere sustos de diverso calibre, más aun con el terremoto de México tan cercano en el recuerdo. Pero de ahí a agitar la bandera del tremendismo, convirtiendo en noticia de último minuto el más leve remezón, existe una distancia gigantesca. Una cosa es informar y otra atizar el miedo.

Según el Instituto Geofísico del Perú (IGP), en lo que va del año han ocurrido 243 sismos en el país, la mayoría imperceptibles. Que la tierra se mueva no es novedad.

Lo que se necesita es dar información precisa y sin estridencias, que explique las características de estos movimientos, su origen y el real peligro que representan. Insistir en la necesidad de crear una cultura de prevención que no se limite a simulacros cumplidores, por lo general tomados con desgano o a manera de broma.

Junto con ello, hay que derribar los mitos que suelen acompañar la ocurrencia de estos movimientos, los que repetimos como loritos sin hacer un mínimo esfuerzo por cuestionarlos.

Basta ya con creer que el frío tiene alguna relación con los temblores. Camino a Matucana, una reportera lo dijo como si fuera una verdad sagrada. Tampoco tiene correspondencia con los remezones el clima seco, los vientos fuertes, los halos solares, la lluvia, el aullido de los gatos o los ladridos de los perros.

“Es mejor que ocurran temblorcitos, así la energía se irá liberando y no tendremos un gran terremoto”. Esta frasecita que, palabras más, palabras menos, debe haber escuchado alguna vez o leído en una de esas interminables cadenas que saturan su cuenta de Facebook o WhatsApp no tiene asidero científico.

En un reportaje para este Diario, Hernando Tavera, presidente del IGP, ha aclarado por enésima vez que otra creencia popular –“los sismos de escasa magnitud avisan de la ocurrencia de uno mayor”– es falsa.

Y, por favor, entiéndanlo: los terremotos no se pueden predecir. El próximo puede suceder mañana, en seis meses o al momento de leer estas líneas. Los loquitos que aparecen en las redes sociales o en los programas de espectáculos anunciando cataclismos y demás desgracias son simples estafadores con pantalla. No les hagan caso.

Lo que necesitamos es estar preparados frente al gran terremoto que tarde o temprano ocurrirá. Porque si bien la ciencia aún no está en capacidad de predecirlos, sí puede pronosticarlos y hay dos zonas que se mantienen en silencio sísmico hace varias décadas: Lima y la franja entre Moquegua y Tacna.

La cultura sísmica requiere de autoridades fuertes, que no le huyan a su responsabilidad al permitir que se construya sobre suelos endebles o en los cauces de los ríos.

Necesitamos hablar sobre sismos siempre, no solo cuando el miedo aparezca.

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