Los miradores de Conchán: la obtención irregular de brevetes
Los miradores de Conchán: la obtención irregular de brevetes

En forma de L, bordeando el único centro de exámenes de manejo de Lima, emerge un territorio bautizado como Miradores. Para acceder a este hay que seguir unas instrucciones y, de ser posible, entrar por recomendación. “Caminas unos 200 metros hasta llegar al puente peatonal. Vas a ver unos puestos de comida. Ahí hay un callejón, sigues derecho. Si te preguntan algo, les dices que vas a ver a Jorge”, dice una mujer con chaleco parada en la puerta del Touring y Automóvil Club del Perú (TACP).

El callejón es estrecho, pero da paso a un enorme submundo donde reina la informalidad: cantinas, locales de comida, urinarios, servicios de masajes y hospedajes por hora operan hacinados sobre tierra afirmada y barro, sin mínimas medidas de seguridad. Pero lo que le da vida a este territorio –igual que el oro en un campamento de minería ilegal de la selva– es el negocio de la obtención irregular de licencias de manejo.

—Primera—

Miradores se llama así por la docena de edificios de dos, tres y cuatro pisos situados alrededor del centro de exámenes de Conchán, y que han sido construidos con el único objetivo de ‘ayudar’ a los postulantes al momento de rendir su examen de manejo. Un negocio tan redondo como irregular. 

Una mujer nos cobra S/2 para ingresar al primero de ellos: El Salvador. El edificio está inhabitado y carece de mobiliario, puertas y sistemas de electricidad o agua. Unas escaleras improvisadas con tablas nos conducen al tercer nivel. En cada piso hay un hombre que vigila, mira de arriba abajo a cualquiera que se aparezca y use esta suerte de tribuna.

La tarifa nos da derecho a mirar por la ventana desde cualquier piso, hablar por celular, pero no filmar ni tomar fotos. La vista privilegiada permite ver y dirigir a los vehículos de las categorías A-I (autos y camionetas) y A-II (furgones, coasters, buses y combis) sin ningún control. 

Mirando por la ventana del tercer nivel, un sujeto grita indicaciones: “Dobla, cholo, dobla, dobla, dobla... ¡ya, para! Ahora avanza despacio. No te olvides de mirar por el espejo retrovisor. Frena. Ya, ya la hiciste”. 

Este es uno de los tramitadores que, como denunció El Comercio la semana pasada, ofrecen por alrededor de S/500 un paquete de servicios para la obtención de brevetes evadiendo exámenes de salud y de normas, y que al momento de la evaluación en el circuito prometen instalar un equipo tipo Nextel en los autos.

Al otro lado del teléfono, en el circuito oficial del centro de exámenes del TACP, recibe las instrucciones el conductor de un Yaris negro, que las obedece al pie de la letra. Cuando obtenga su brevete, este chofer podría ser el responsable del próximo accidente de tránsito: cada año mueren cerca de 3.500 personas en el país en las pistas, y el 80% son peatones.

—Segunda—

Fue en el 2004 cuando se levantó el primer edificio que funciona como mirador. El Touring optó por elevar algunos carteles para bloquear la visión, pero estos locales se multiplicaron. Hoy operan 12, y se siguen construyendo. 

Nuestra visita continúa por el mirador Esperanza, situado a espaldas del centro de exámenes, otro núcleo de informalidad. Aquí abundan réplicas de pistas de manejo donde se ofrece, por S/50 la hora, practicar el circuito oficial. Varias de estas violan la franja intangible de 50 metros a partir de la línea de máxima marea.

El mirador Esperanza sí tiene ventanas y son polarizadas para evitar ser descubiertos. Unas 30 personas usan este servicio, entre tramitadores y familiares de los conductores. 

—Retroceso—
Nos despedimos cautelosos, frente a decenas de miradas de recelo que vigilan este barrio informal. “¿Qué buscas?”, se escucha. “Brevetes sin examen, contacto directo con los jefes del ministerio para que lo recojas en dos horas. Llámame, soy Jorge”, alguien dice. Y nos da su número. 

Abandonamos este lugar que ya no solo alberga a un puñado de tramitadores de brevetes, sino un poblado clandestinamente constituido, que ahora se llama Miradores y que, diez años después que nació, nadie puede erradicar.  

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