Obras (no siempre) son amores, por Sandra Belaunde
Obras (no siempre) son amores, por Sandra Belaunde
Sandra Belaunde

Dime cuántas obras dejas y te diré qué tipo de alcalde eres. Las obras con nombre y apellido (y ojalá una placa conmemorativa) son consideradas las huellas de los alcaldes en la ciudad, como si hubiera una relación directa entre la cantidad de cemento y la calidad del alcalde.

Las obras cobran tal importancia que las autoridades no solo quieren dejar su huella con ellas –el alcalde Luis Castañeda Lossio dejó grabado su nombre, en bajo relieve, en cada una de las estaciones del primer tramo del Metropolitano, para que no se nos olvide ni por una estación que fue obra suya–, sino que, en la medida de sus posibilidades, buscan borrar o subvalorar las de gestiones anteriores con cambios en los nombres y colores de proyectos e infraestructura. Amarillo, verde, amarillo.

Medir a los alcaldes en obras es una idea tan enraizada en el inconsciente colectivo, que el “roba pero hace obra” llega a ser aceptado por una parte importante de la población. Aceptamos un porcentaje de corrupción si viene acompañado de cemento.

Las obras como indicadores de eficiencia representan un incentivo perverso para que alcaldes prioricen resolver los problemas con la construcción de infraestructura que siempre es tomada como positiva y popular, y eviten adoptar acciones que traen costos políticos en el corto plazo, frutos en el largo y que no llevan placas conmemorativas, como la recuperación de espacios públicos por una Lima más ordenada y segura. Esta involucra retiro de poblaciones y protestas sociales.

Querer obras ante todo es una especie de miopía que nubla la visión de futuro de las ciudades por parte de la población y de las autoridades. La medición solo en obras prioriza lo urgente o superficial sobre lo estructural.

Esto no significa que los alcaldes no deban hacer obras, pero si estas no están enmarcadas dentro de una visión de futuro de la ciudad, poco pueden hacer por ella. Una visión que trascienda a autoridades y gobiernos, y que no se reinvente cada cuatro años.

Lima necesita un proyecto de ciudad que garantice una mejor calidad de vida. Si queremos una movilidad sostenible, necesitamos un transporte público masivo eficiente, seguro e integrado. Tienen poco sentido obras de infraestructura que prioricen al vehículo privado sobre el público. Se necesitan sistemas alternativos al vehículo privado, como los peatonales y las ciclovías.

Si queremos sentirnos seguros, la municipalidad tiene que planear y ejecutar una estrategia conjunta con la policía para optimizar los reducidos recursos que se tienen, especialmente en algunos distritos.

Si queremos un desarrollo urbano ordenado, los servicios básicos de luz, agua y saneamiento deben liderar el crecimiento en lugar de las invasiones. Si queremos que la ley de la selva no siga siendo la de Lima, en vez de carteles con su nombre, pidamos a las autoridades que trabajen priorizando una visión estratégica e integral de la ciudad.

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