El titular del Congreso, Luis Galarreta, colocó la banda presidencial a Vizcarra. (Foto: Anthony Niño de Guzmán)
El titular del Congreso, Luis Galarreta, colocó la banda presidencial a Vizcarra. (Foto: Anthony Niño de Guzmán)
Pedro Ortiz Bisso

Mientras el ex presidente Kuczynski, con una energía que no mostró en los 602 días que duró su mandato, lanzaba incendios contra quienes pusieron al descubierto los enjuagues para salvar su presidencia, cientos hacían cola frente a los locales de una cadena de bodegas para comprar un álbum Panini.

Había más gente en los Tambos que en la ‘portátil’ apostada frente a la casa del ex mandatario.

Eran tantos que, probablemente, superaban a los que participaron en la marcha del jueves en el Centro de Lima.

Y si hablamos de entusiasmo, no hay forma de comparar el que invadía a quienes consiguieron uno de los álbumes de tapa dura, con la frialdad que acompañó la juramentación del presidente Vizcarra.

Que un cuaderno con figuritas genere más interés que una crisis de gobierno dice mucho sobre la desconexión entre los políticos y la
gente de a pie.

Si el señor Vizcarra quiere tener éxito en la descomunal tarea de llevar a buen puerto a esta nave destartalada llamada Perú, necesita reconectar con la gente. Hacer que esta se sienta representada por quienes los gobiernan, que se interesan por sus necesidades.

Mayor prueba del extravío de nuestra clase política fue el papelón ocurrido horas antes de la juramentación, cuando PPK amenazó con “retirar” su renuncia porque en la resolución que pretendía aprobar el Congreso lo llamaban “traidor a la patria”.

El afán de ciertos congresistas de echar más sal en la herida generó una minicrisis absurda que casi arruina el cambio de mando.

Decirlo es mucho más fácil que hacerlo, sobre todo para un presidente sin partido ni bancada que lo respalde, heredero de un país envuelto en el desánimo, con una economía casi paralizada.

Pero el señor Vizcarra no tiene otra salida. Necesita conectar con la gente para que su gobierno se vuelva viable y pueda blindarse frente a las hostilidades que, seguramente, no tardarán en aparecer.

En otras palabras, el presidente Vizcarra está obligado a no ser una figurita repetida. 

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