Julio Kuroiwa es la persona a llamar cada vez que se habla de un desastre natural. (Archivo El Comercio)
Julio Kuroiwa es la persona a llamar cada vez que se habla de un desastre natural. (Archivo El Comercio)
Renzo Giner Vásquez

“Yo comencé estudiando ingeniería civil, pero ahora no sé ni qué soy… He estudiado de todo”, nos dice riendo al recibirnos en la oficina que tiene en su casa.

Y no exagera.

En 1961, tras haberse graduado como ingeniero civil de la Universidad Nacional de Ingeniería (UNI), viajó a Japón para seguir cursos de sismología en el Instituto Muto. En 1966 viajó al Instituto de California donde recibió clases de George Housner y Charles Richter.

Sí, el físico en honor a quien bautizaron a la escala para medir la intensidad de los sismos.

De regreso al Perú, Kuroiwa introdujo el curso de sismología a las aulas de la UNI. En 1976 se convirtió en el primer director del Centro Peruano Japonés de Investigaciones Sísmicas y Mitigaciones de Desastres (CISMID).

Ha sido asesor científico de Indeci y también de las Naciones Unidas para la Mitigación de Desastres. También ha trabajado de la mano con el Estado y expertos de todo el país, elaborando 175 mapas de riesgos múltiples para 75 ciudades del Perú.

Además, ha viajado a 27 países para ayudarlos en la reconstrucción tras un desastre.

En otras palabras, Kuroiwa es la persona a llamar cada vez que se habla de un desastre natural.

Y fue precisamente un desastre el que lo empujó a elegir esta carrera. De niño, cuando estudiaba becado en el Colegio Guadalupe, su abuelo le contó una historia que compartió con El Comercio en 1990 y que ahora decide revivir.

“Desde pequeño me crié con mi abuelo. Él una vez me contó que había viajado a Japón para comprar artículos que luego vendería aquí y con los que planeaba ganar una buena cantidad de dinero. Sin embargo, los tenía almacenados en el puerto de Yokohama cuando se desató el gran terremoto, tsunami e incendio de la región de Kanto (en 1923). Lo perdió todo”, recuerda.

“Cuando acabé el colegio pensaba estudiar agronomía, algo que me permitiera trabajar en el campo. Pero al recordar esa experiencia sentí que en la ingeniería civil encontraría un mejor futuro. Y eso hice”.

Poco tiempo después de que comenzara a profundizar en sus estudios, otro desastre marcaría su vida. El terremoto de 1970 que desoló la región de Áncash fue particularmente importante para él. Pasó tres años en la región para ver todos los trabajos posteriores y apoyar.

“Ahí veía cómo la maquinaria pesada removía los escombros, pero lo hacía de forma incorrecta”, recuerda.

Detrás de él una fila de premios se disputan el espacio de una cómoda que parece no poder soportar ni uno más. Entre ellos resalta el Sasakawa-Undro, un prestigioso galardón otorgado por las Naciones Unidas que reconoce el aporte de un científico en el campo de la prevención de desastres. Es, como para explicarlo de alguna forma más simple, el premio Oscar en este campo. Y Kuroiwa fue el primer latino y la tercera persona en el mundo en recibirlo, en 1990.

“No me lo merezco”, nos dice. “En realidad todos estos premios no son solo míos, sino de mi equipo de alumnos. Yo he asesorado más de 200 tesis y todos merecen ser parte de este reconocimiento. Me tocó recibirlo y lo agradezco, pero para mí es más importante saber que le he dedicado mi vida a formar a otros expertos de muy alto nivel”.

Sobre su escritorio reposa un ejemplar de “Reducción de Desastres: Viviendo en armonía con la naturaleza”, su libro, el mismo que contiene apuntes desde 1961 y cuya primera edición publicó en el 2002. El material fue tan valioso que la ONU le pidió imprimir unos cuantos miles más en inglés para poder distribuirlo a diferentes países que hayan sufrido de desastres naturales.

“Ahora, los que me quedan ya no se van al extranjero. Quiero que se queden en el Perú porque acá se deben leer”, explica. “Ahora estoy preparando una nueva edición, que deberá salir en los próximos meses y será presentada por Martín (Vizcarra). Fue mi alumno”.

Su preocupación por nuestro país es tan grande que en algún momento rechazó trabajar con el Departamento de Estado de Estados Unidos porque sentía que su aporte debía realizarlo en su país. Fue el gran impulsor detrás de convertir la gestión de desastres naturales en política de Estado en el 2010.

De esa forma, explica, él y su equipo de expertos fueron más allá de la teoría y estudios.

Nos cuenta que más de una vez han destacado su constancia en el tema pese a no obtener la atención que merece, especialmente de las autoridades. Él se niega a aceptar que esto sea así.

“Tras el terremoto de Ica en el 2007 reconstruimos los colegios siguiendo las recomendaciones que habíamos dado. Ahora son lugares seguros. Esos colegios no se van a caer. Mi intención es hacer lo mismo con los hospitales, porque será fundamental que estén operativos en caso de que ocurra un desastre”, explica.

Pero su mirada también está puesta en otro tema. “Desde hace unos días estoy pensando –y se lo voy a decir a ustedes en exclusiva- que los jefes o jefas de familia que construyen sus viviendas en zonas de peligro deben asumir la responsabilidad de lo que pueda pasar con sus hijos o sus nietos en caso de que ocurra un desastre. Además, claro, de las autoridades que les otorgaron los títulos de propiedad pese a haber construido en zonas que no son seguras”, afirma.

Kuroiwa nos resume sus recomendaciones ante desastres en una simple palabra: educación.

“Todavía estamos ineficientemente preparados”, asevera. “En Chile, tras el terremoto del 2010 la gente evacuó pese a que debido a una falla técnica la alarma de tsunami fue desactivada. Calcularon el tiempo entre la onda P (el sonido que produce un sismo) y la onda S (el movimiento que produce el sismo) y se dieron cuenta de que era un terremoto de gran magnitud que inevitablemente produciría un tsunami. Así que decidieron evacuar y salvaron sus vidas”.

“Mi otra recomendación es seguir las indicaciones de los mapas de riesgo. No se puede construir en zonas que tienen peligro alto o muy alto de sufrir daños en casos de desastres”, finaliza.

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