Redacción EC

LUIS SILVA NOLE
Redactor de Sociedad

Yoooo soy Robotmannnn y trabajoooo en el Centro de Limaaaaa”. La chirriante y cibernética voz que produce Javier Castillo Ramírez es el sonido perfecto para, en medio del estresante quehacer del , aderezar su presentación brillante, luminosa, robótica y futurista. Robotman se luce mejor por las noches. El círculo luminoso de su pecho, el plateando casi fosforscente de su traje y las pequeñas luces de colores de su casco lo transforman casi en un personaje cinematográfico.

Los niños son los que más lo aclaman. Lo saludan y al toque los papás toman fotos con sus celulares. Algunos le dejan propina, otros no, pero Robotman asegura que si una familia de humilde condición económica le pide fijar para la posteridad el encuentro, él accede sin miramientos pese a que sabe que esa acción no engrosará su bolsillo.

A un niño nunca se le rompe la ilusión”, afirma Javier, de 40 años y padre de tres niños. El bienestar de dos de ellos depende íntegramente de lo que Robotman recaude. “Trabajando de 9 de la mañana hasta las 2 de la tarde y luego de 4 de la tarde a 9 de la noche, puedo sacar entre 150 y 200 soles. Muchas veces los turistas me suben a sus buses y me dan propina en dólares. Hasta me los tiran por la ventana”, señala el superhéroe de carne y hueso. “A mi otro hijo lo ve su mamá”, aclara.

Robotman es el rey de los semáforos. Al menos tiene más luces que estos. La esquina en la que la está haciendo linda en estos días, y más en las noches, es la de los jirones Cusco y Carabaya. Cuando el semáforo da rojo para Carabaya, camina como robot, se para delante de los autos y vuelve a caminar hacia los bólidos detenidos. Mira fijamente a los conductores, les apunta con su arma de juguete y les ‘dispara’ si no le dan propina.

“Algunas veces me llaman Ironman; otras, Transformer. Me dicen de todo: muchos me felicitan por mi traje y mi actuación. Otros me insultan y me gritan que me vaya a trabajar. Estoy trabajando, les digo”, confiesa Javier, quien ha hecho con sus propias manos el intimidante traje que viste jornada a jornada. “Lo hice con tubos de plástico, aluminio y material reciclado. Dentro del traje hace un calor terrible. Esta chamba es muy complicada. No sé cómo soporto estar vestido así en el verano”, dice Robotman.

EL GUARDAESPALDA

Javier vive en San Martín de Porres e ir de casa al Centro de Lima disfrazado es toda una odisea. En los buses o las combis los cobradores no lo dejan subir porque ocupa mucho espacio, así que prácticamente todos los días no le queda otra que tomar un taxi.

“También me ha tocado trabajar vestido así en la avenida Javier Prado, en Miraflores, en el Parque Kennedy, en Rivera Navarrete, en San Isidro. En esos dos distritos, las municipalidades no te dejan trabajar mucho. En el centro, sí”. Ahí donde haya un semáforo, ahí puede estar.

Su apariencia de justiciero del futuro ha servido algunas veces, según el mismo cuenta, para que, a altas horas de la noche, chicas solas le hayan pedido que las acompañe unas cuadras, como resguardo o agente de seguridad privada. “Otras, que pelean con sus parejas, les dicen a estos: a ver, si eres tan valiente, por qué no le pegas a Robotman”. Risas y más risas robóticas.

A la hora del almuerzo aprovecha para refrescarse, empaparse y beber agua a borbotones. “No me importa sancocharme en este traje. Todo lo hago por mis hijos”. Javier, con justicia y aunque no lo admita, se siente el superhéroe de su familia. Y tiene razón.

¿Te animarías a ponerte un traje así y convertirte en Robotman o Robotwoman?

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