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Lurigancho
Karla Bardales Farroñay

"Nunca debieron sacarnos de aquí", comenta con tristeza Antonio Vargas Palomino, un trabajador penitenciario quien formó parte de la última ronda y conteo de presos realizado por miembros del Instituto Nacional Penitenciario (INPE) un 10 de febrero de 1987. Ese día unos 1.000 agentes de la entonces Guardia Republicana ingresaron al penal de Lurigancho para tomar su administración de manera temporal. Una medida “provisional” que duró 30 años y 4 meses.

Desde el jueves los agentes penitenciarios empezaron a relevar a la policía en la vigilancia y administración del penal de Lurigancho, el cual es uno de los más hacinados del país con una población de 9.607 internos pero con capacidad para 3.204.Actualmente algunos pabellones eran administrados por el INPE pero en su mayoría eran custodiados por la policía.

“Era el momento de que la policía deje de hacer algo para lo cual ya no está siendo instruida”, aseguró el ministro del Interior Carlos Basombrío durante la ceremonia de cambio de guardia. El último grupo de policías que permaneció hasta ayer en Lurigancho le hizo entrega simbólica de las llaves del penal a un grupo de trabajadores del INPE que estuvieron de turno en ese ya lejano febrero de 1987.

Por su parte Marisol Pérez Tello, ministra de Justicia, agradeció la labor de la policía durante los años que estuvieron a cargo del penal y recordó que ahora es labor del INPE emprender la resocialización de los presos. “Debemos entender que las personas están en este momento privadas de su libertad pero saldrán en pocos años y debemos darles las armas para que no vuelva a delinquir”, enfatizó la ministra.

“El jueves empezaron a llegar los agentes del INPE, ellos aseguraron que nada iba a cambiar. No podría afirmar si eso es bueno o malo”, declaró entre risas uno de los internos que participó en la ceremonia. Otro grupo de reclusos aprovechó la presencia de los medios de comunicación para pedir que se realice un censo en las instalaciones. “Nosotros solo queremos orden y que recuerden que aunque estamos presos seguimos siendo personas”, sentenció un interno del pabellón A.

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