(Foto: El Comercio)
(Foto: El Comercio)
Angus Laurie

En mi columna del 10 de setiembre mencioné que un problema en Lima es la cultura política de reaccionar a los problemas en lugar de planificar. Esto se refleja en la toma de decisiones. Por ejemplo, las autoridades observaron por años que las cuencas de ríos y quebradas estacionales eran ocupadas. Recién en el 2015, cuando los meteorólogos anticiparon un fenómeno de El Niño para el verano 2016, el gobierno reaccionó asignando miles de millones de soles para la prevención.

Cuando notaron que no habría Niño para el 2016, la reacción fue reasignar mucho del presupuesto de prevención para otros proyectos. Y después de El Niño del 2017, sin haber hecho las obras de prevención, otra vez tuvieron que reaccionar.

El terremoto en México ha servido para recordar qué tan poco preparada estaría Lima. Lo más probable es que ante un sismo de gran escala, Lima sufriría como lo hizo Ciudad de México en 1985, cuando perdió 5.000 personas y 100.000 viviendas.

A diferencia de Lima, Ciudad de México ha avanzado mucho en su preparación. Mientras nosotros teníamos que crear una nueva Autoridad para la Reconstrucción, México ha logrado crear nuevas agencias para coordinar las fuerzas en el caso de un nuevo sismo hace décadas. También, según el “Wall Street Journal”, se han creado nuevos sistemas de alerta temprana y han trabajado para renovar edificios históricos.

En cambio, en Lima, muchos de nuestros hospitales y estaciones de bomberos no cumplen con las normas de construcción antisísmicas. Muchos de los puentes tampoco están diseñados para aguantar un terremoto de 8 grados, y hasta el aeropuerto Jorge Chávez es altamente vulnerable frente a un tsunami.

Pensando solamente en la infraestructura pública, es posible que un terremoto de más de 8 grados no solamente cause mucho daño a la ciudad, sino a la posibilidad de responder después del desastre.

LEE TAMBIÉN...

Contenido sugerido

Contenido GEC