Súbete a mi ‘taximoto’, por Pedro Ortiz Bisso
Súbete a mi ‘taximoto’, por Pedro Ortiz Bisso
Pedro Ortiz Bisso

Hace 20 años visité Elizabeth, una ciudad ubicada en Nueva Jersey que los migrantes peruanos habían convertido en un barrio más de Lima. No solo era fácil hallar restaurantes donde sirvieran un buen plato de arroz con pollo con papa a la huancaína o tomarse una Inca Kola heladita. Un grupo de feligreses había formado una cuadrilla del Señor de los Milagros que todos los años sigue sacando la sagrada imagen en procesión.

Lo que me transportó al Perú en un segundo no fue la comida ni la indoblegable devoción por el Señor, sino un hecho que ocurrió al terminar mi visita. Cuando enrumbaba a la estación de tren para regresar a Manhattan, un familiar me recomendó que esperara el colectivo. ¿El colectivo? No pasaron muchos minutos para que apareciera un auto de cuatro puertas, parecido a los lanchones que recorrían la Vía Expresa, y se detuviera frente a mí. Por un dólar me llevó al terminal.

El último martes El Comercio informó acerca de un nuevo hito de nuestro generoso ingenio criollo: en la estación Los Cabitos, en Surco, hay un paradero de colectivos muy particular: sus conductores no manejan autos, sino motos.

Cada vez que el tren hace una parada, un motociclista, casco en mano, funge de jalador en busca de clientes. Tras acordar el monto de la carrera, el pasajero recibe un casco y se acomoda en la moto detrás del conductor. El intenso tráfico en la zona ha permitido que el negocio prospere. Desde ahí hasta el cruce de las avenidas Velasco Astete y Caminos el Inca la tarifa es 5 soles. El traslado no demora más de diez minutos.

El servicio de ‘taximoto’ funciona porque resuelve una demanda insatisfecha: la necesidad de cientos de personas de llegar rápidamente a sus destinos en medio del tráfico infernal de las horas punta.

La informalidad del servicio, su permanente coqueteo con la inseguridad (y no me refiero solo a la posibilidad de un choque), son poco menos que exquisiteces que se dejan de lado. En Lima, en todo el país, ser formal es la excepción a la regla.

El fondo del asunto es conocido: la incapacidad del Estado para brindar un servicio de transporte público de calidad, integrado, como ocurre en las ciudades más importantes del mundo, que permita a cualquier persona dirigirse al lugar que desee sin necesidad de recurrir a combis, coasters, mototaxis, tricitaxis o taxis desregulados. El Metropolitano y el metro son servicios insuficientes, prácticamente colapsados por el exceso de demanda. 

El desgano con que la Municipalidad de Lima ha acometido el reordenamiento de los corredores viales abona a que el problema se agudice y surjan estos paliativos que ponen en riesgo la integridad física de sus usuarios.
A todo esto, ¿qué fue del prometido monorriel? 

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