La tumba de Zenobio Zea, fallecido en 1979, se encuentra en la entrada del cementerio Santa Rosa y al costado de una vivienda del cerro La Regla del Callao. Vivos y muertos conviven con cercanía.  (Lino Chipana/ El Comercio)
La tumba de Zenobio Zea, fallecido en 1979, se encuentra en la entrada del cementerio Santa Rosa y al costado de una vivienda del cerro La Regla del Callao. Vivos y muertos conviven con cercanía. (Lino Chipana/ El Comercio)
Yasmin Rosas

“¿Por qué tendríamos miedo de vivir cerca de la muerte?”, se pregunta Rolando Peralta, uno de los vecinos del cementerio San Pedro de Chorrillos. El hombre vive en la avenida Camino Real, frente al camposanto, desde hace unos 25 años, y mucho antes de construir su vivienda, recuerda que de niño jugaba entre las plantaciones de maíz y los rosales que por allí crecían.

Antes, la entrada al cementerio estaba resguardada por un par de palmeras gigantes y una puerta de metálica, que con su chirrido espantaba a los muchachos de la zona. Por allí, había árboles y pasaba el río Surco, cuentan los locales.

En la actualidad, el cementerio está custodiado por casas de tres o cuatro pisos y en el medio resaltan la cúpula de una pequeña capilla y unos cuántos árboles.

“En ese tiempo pasaba una acequia por aquí y había unas palmeras gigantes en la entrada. Esto se consideraba lejos de la ciudad, pero la necesidad nos hizo llegar hasta aquí”, enfatiza.

(Foto: Yasmin Rosas/ El Comercio)
(Foto: Yasmin Rosas/ El Comercio)

Según datos consignados por la Municipalidad de Chorrillos el cementerio se construyó en 1920 y el título de propiedad habría sido adquirido por la comuna recién en 1960.

Luego, en 1995, el entonces alcalde Hugo Valdivia concesionó San Pedro de Chorrillos por 20 años a la empresa Decoración Urbana S.A. Tras una disputa con Surco, el 25 de setiembre del 2017 se aprobó y publicó en el diario El Peruano el reglamento general del cementerio, en donde se señala que la administración, conservación y mantenimiento estará a cargo de la gerencia de Servicios Públicos de la comuna chorrillana.

-Aprender a acostumbrarse-
Rolando cuenta que a las cinco de la tarde todos los chicos de la zona, incluido él, corrían a sus casas y se alejaban del cementerio. “Era como algo prohibido y no entendíamos por qué. Luego, nos dimos cuenta de que ‘El panteonero’, como nosotros llamábamos al vigilante, convivía con los muertos durante la noche y no le pasaba nada”, explica.

Con el tiempo, se dieron cuenta de que vivir cerca de un cementerio no era de temer y poco a poco, lo que a algunos les asustaría, lo volvieron parte de su cotidianidad. Por estos días, la mayoría de los vecinos siempre tiene de qué hablar, cada anécdota se cuenta como única, sobre todo durante el 31 de octubre durante la llamada ‘Noche de Brujas’ y el uno de noviembre, día en que la Iglesia Católica conmemora a Todos los Santos.

“Yo solo puedo decir que [los muertos] son los vecinos más tranquilos que uno puede tener. No hay que sentir miedo porque todos vamos a llegar a eso”, dice Rolando.

En la zona, se ha aprovechado la convivencia entre vivos y muertos, para poner en venta flores de plástico, globos, comida, entre otros. Las mejores ganancias se obtienen sobre todo durante el 1 de noviembre, Día de la Madre, del Padre y Fiestas Patrias, cuenta Rolando quien es propietario del restaurante ‘La Chola Linda’, que funciona desde 21 años.

(Foto: Yasmin Rosas/ El Comercio)
(Foto: Yasmin Rosas/ El Comercio)

Para la arquitecta, urbanista y docente de la Universidad de Lima, Carmen Rivas Lombardi, la existencia de los cementerios representa una gran oportunidad para las ciudades que han crecido de manera desordenada o tugurizada, como es el caso de Lima.

“El problema ya está dado, sobre todo en los cementerios informales tanto desde el punto de vista urbano como desde el de salubridad. Estos espacios se han visto absorbidos por el rápido crecimiento de la población. Tenemos que jugar con una idea de dualidad en la que se aprovechen estos espacios, que en su mayoría tienen una gran extensión”, resalta Rivas Lombardi.

Para la especialista, es importante que la ciudad aprenda a convivir con los cementerios y que se los tome en cuenta dentro de la planificación de la ciudad. La arquitecta pone como ejemplo el cementerio Nueva Esperanza, en el distrito de Villa María del Triunfo (VMT), ella sugiere que allí se podría aprovechar la gran extensión de la necrópolis para crear nuevos y mejores espacios públicos con áreas verdes y con ambientes que puedan acoger a las personas que llegan a visitar a sus familiares. Por estas fechas, el camposanto recibe a más de un millón de personas, quienes, entre platillos especiales, música y baile agasajan a sus difuntos.

Nueva Esperanza, también conocido como Virgen de Lourdes, fue creado en 1961, tiene 60 hectáreas y es el más grande de Latinoamérica y la segunda necrópolis más grande del mundo.

Carmen Rivas Lombardi también explica que otros cementerios como El Ángel (Barrios Altos) y el Baquíjano (Callao) podrían convertirse en espacios culturales en donde se establezca una conexión entre la historia y la ciudad.

“El Presbítero Maestro es un ejemplo de cómo se aprovechar un espacio. Es importante que estos lugares no se conviertan en lugares aislados, puntos ciegos o peligrosos. Los cementerios ya son parte de nuestra ciudad”, dice.

-Aprovechar el espacio-
El club recreativo ‘El Gringo’  o ‘La Piscina de los Muertos’ funciona durante la temporada de verano en la zona de Nueva Esperanza. La ruta más corta para llegar es atravesando el cementerio de VMT. No hay nadie en el lugar que no conozca la piscina del yugoslavo, Dzevat Seferi, que llegó el 11 de noviembre de 1998 al Perú. 

Allí, él mismo ha construido una piscina, un tobogán y varios niveles de terrazas desde donde se puede apreciar todo el camposanto. En su propiedad, de siete mil metros cuadrados, también ha implementado una pequeña huerta y un horno en donde prepara pizzas y panes artesanales.

(Foto: Facebook/ PiscinaDzevataly)
(Foto: Facebook/ PiscinaDzevataly)

“‘El Gringo’ siempre cuenta que lo hizo como parte de un sueño. Aquí hay un contraste porque veraneas viendo a los muertos”, dice un joven que se encuentra en el club recreativo como parte de una actividad que busca preservar las lomas de Nueva Esperanza. “Tienes que verlo en verano, se llena de vida”, resalta el muchacho.

Efectivamente, desde el mirador se tiene una vista privilegiada del cementerio, que, desde la altura, parece un laberinto con pequeños puntos de colores. Por el uno de noviembre, se llegan a escuchar algunos sonidos de los instrumentos musicales y se ve a la gente como pequeñas hormigas subiendo y bajando por entre las tumbas.

Para Dzevat la ubicación del lugar no importa. "Los muertos no hacen daño, solo hay que tenerles respeto. A veces, se le debe tener más miedo a los vivos", dice en un perfecto español. El yugoslavo cuenta que adquirió el terreno gracias a su suegra y reafirma que es un sueño hecho realidad. Su club fue inaugurado por primera vez en el 2004 y él se ha encargado de construir absolutamente todo. 

A pesar de que no existen registros oficiales de cuántos cementerios existen en Lima y Callao, la Dirección General de Salud Ambiental (Digesa) del Ministerio de Salud (Minsa) ha contabilizado unos 65, de los cuales solo 20 funcionan de manera formal.

Por su parte, la Digesa se encarga de vigilar estos establecimientos. Ellos otorgan la autorización sanitaria y el informe sobre el impacto ambiental que va a tener en la zona donde se establezca.

De encontrarse mal ubicados, los cementerios podrían ocasionar enfermedades en la población cercana. La doctora Karim Pardo Ruíz, directora ejecutiva de Prevención y Control de Enfermedades Metaxénicas y Zoonosis del Minsa señala que además del dengue, zika y chikungunya se pueden dar enfermedades infectocontagiosas por la presencia de moscas y mosquitos, afectando sobre todo a niños menores de cinco años y adultos mayores.

Uno de los cementerios en donde la población convive de cerca con este riesgo es en el cementerio Santa Rosa, ubicado en el cerro La Regla del Callao. Allí, a pesar de que predominan la alegría y la comodidad por vivir entre los muertos, varios se quejan por la presencia de moscas, sobre todo en la época de verano.

El Santa Rosa no tiene cerco perimétrico y cada vez, según los vecinos, se encuentran más nichos. “Es cómodo poder separar un lugar y mantener junta a la familia”, dice una señora mientras limpia una lápida y observa algunos niños jugando entre los nichos de tres o cuatro pisos de alto.

(Lino Chipana/ El Comercio)
(Lino Chipana/ El Comercio)

A pesar de que ha sido clausurado en reiteradas ocasiones y de que se ha prohibido continuar con los entierros, el camposanto continúa creciendo de manera vertical. En la zona, se mezclan algunas invasiones con los nichos y con las casas que se han construido a unos escasos metros de los panteones.

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