MDN
los que viven en las quebradas de Chosica

En 110 años, una veintena de huaicos han golpeado al distrito de Lurigancho. El de 1987, uno de los más graves, mató a 64 personas y arrasó con buena parte de las viviendas de San Antonio de Pedregal. Esto, sin embargo, no impidió que la población volviera a instalarse al lado o invadiendo esta y otras quebradas. Actualmente, según la , hay 60 mil personas viviendo en esta situación.

Braulio Pérez Linares, de 61 años, vive en Pedregal Bajo. Su casa es la última de la quebrada. Un frente da hacia el cauce del huaico, el otro mira al río Rímac. “Siempre hemos sabido convivir con el huaico. Solo nos faltan buenos muros de contención”, insiste. En el 2017 un huaico y el desborde del Rímac se llevaron sus cultivos de papa y camote. La canchita de fútbol donde jugaba los domingos también desapareció. Algunas de las rocas que trajo el agua esa vez continúan en el cauce.


Pero de esos estragos les echa la culpa a las autoridades anteriores y a los que habitan del otro lado de la quebrada, en La Ribera. “Esto era más de ancho, pero ellos han construido en el paso del huaico y los alcaldes pasados, por cuestiones políticas, no les han dicho nada”, asegura.

De acuerdo con la ANA, a cada lado de las quebradas debería haber un retiro de 15 metros sin construir. Acá no se ha dejado ni medio metro. “El último huaico tumbó parte de esta casa”, dice Pérez señalando la vivienda de otro vecino de Pedregal Bajo. “La han reconstruido tal cual. Es peligroso, pero la verdad, yo también habría hecho lo mismo”, reconoce.

Orlando Menéndez, de 69 años, vive una cuadra más arriba. En el 2017 también perdió parte de su casa a causa del huaico. “Se llevó un dormitorio con todo lo que había: cama, ropero, ropa. Se llevó también un área de la cocina, el lavadero. La casa de en frente tenía tres pisos. Se vino abajo toda”, recuerda. Menéndez reconstruyó como pudo lo que el huaico le había arrebatado.

Catorce personas viven en su casa y todos saben que cuando las lluvias se tornan más intensas deben mudar sus cosas de valor, documentos, abrigos y mochilas a la habitación más alejada de la quebrada. “La última vez tuvimos 5 minutos para abandonar la casa. Escuchamos la alerta de silbatos del Serenazgo. Luego se oyó como un terremoto y vi cuando venía la primera parte del huaico arrastrando carteles”, recuerda.

Dice que el año pasado no hubo obras de mitigación de riesgos en esa zona. Que recién la semana pasada la nueva gestión parchó la base de su casa. Que no es suficiente.

No se opone a una reubicación, pero cree que en su caso sería algo “utópico”. Los documentos de su inmueble no están saneados.  

***
En marzo del 2015 un huaico arrasó con más de 100 viviendas en Chosica y dejó una decena de fallecidos. La mayoría de ellos vivía por el paradero Rayitos del Sol, como Ana María Mariño Alvarez, de 23 años, su hermano Misael, de 11, y su hijo, Gian Piero León, de 3. Los tres fueron enterrados en el cementerio de , irónicamente, al lado de la quebrada, muy cerca de la última geomalla que busca contener el paso de las piedras.

Del otro lado, hay una invasión autodenominada “Asociación Agroforestal La Esperanza”. Según funcionarios de la se asentaron durante la larga gestión del exalcalde Luis Bueno, fomentados por traficantes de terrenos. “Es una zona donde se agarran a balazos”, dice el ingeniero Robert Atencia, actual gerente municipal. “Invadieron la quebrada y construyeron una plataforma, desviando el huaico”, cuenta. En el 2015, lodo y piedras reclamaron su antiguo cauce y se llevaron una porción del asentamiento. Los vecinos de “La Esperanza”, cuenta el funcionario, reconstruyeron la plataforma destruida por la naturaleza.

Siendo esta una zona declarada de riesgo ‘no mitigable’, el gobierno local no planea construir muros de contención para esta población, que, de venir un gran huaico, al menos quedaría aislada. Lo que sí estaría en los planes, según algunos funcionarios, sería la construcción de un puente, ya que por el momento solo un badén comunica ambos lados del cauce.

La quebrada se vuelve más poblada conforme nos acercamos a la alameda. En las avenidas Sucre y Andrés Avelino Cáceres abundan los carteles que advierten el ‘alto riesgo’ de vivir ahí. También se ve numerosos costales de arena entregados por el municipio para reducir las tragedias. Unas delgadas tuberías expuestas –que no corresponden a – atraviesan el cauce, por el momento vacío, del huaico. En épocas de “sequía” la gente pasa de un lado al otro a pie. Para eso han hecho rampas de madera en algunos puntos.

En la primera zona de Nicolás de Piérola, también en Quirio, se ven varias casas que quedaron en el aire desde el 2017. Solo una familia pudo reparar las bases carcomidas por el huaico y levantar su propio muro de contención. Los vecinos dicen que el año pasado el alcalde ni se asomó para ver el estado de las calzaduras.

La nueva gestión municipal, que está invirtiendo S/1,5 millones en repararlas, trabaja contra el reloj. “De todas las zonas en riesgo, solo estamos realizando estas obras aquí y en Pedregal, que son las más pobladas. No tenemos mucho presupuesto”, explica Robert Atencia.

María Pariapaza Domínguez, dirigente vecinal, afirma que el huaico llega cada vez con más fuerza. “Mi casa es como el primer rompemuelle”, dice señalando hacia su cuarto, construido apenas a algunos metros del canal. Del otro lado hay una agencia municipal, una caseta de Serenazgo y un colegio. “El último huaico sonaba como un trueno. Fuerte vino. Traía piedras, troncos. Por encima de la casa pasó. Teníamos dos eucaliptos y los arrancó”, recuerda María. Su hermana Juana agrega: “En cinco golpes de piedrones los sacó”.

Las hermanas se preguntan si estarán vivas o muertas de aquí a 10 años. Aseguran que solo Dios la sacará de ese lugar. “Defensa Civil viene a darnos charlas, a poner costalillos de arena. Dijeron que nos iban a reubicar porque estamos en la franja roja. Por otros vecinos escuché que querían mandarnos a Ventanilla. ¿Cómo vamos a ir hasta allá con todas nuestras cositas?”, se pregunta María.

A las hermanas les preocupa que el gobierno vaya a arrinconarlas a un departamento pequeño donde no puedan tener a sus animales: varias aves, un perro, un gato y dos chivos. “Acá somos 5 familias dentro del lote de mi mamá, que vino a vivir acá hace más de 60 años”, señala Juana. “Solíamos tener una chacra en la Cantuta, pero también se la llevó el río. Teníamos nuestros chanchitos. Ahora solo nos queda esto”, dice María. Alrededor no hay mucho más que autopartes y bolsas llenas de botellas plásticas. “Lo único que pedimos es que nos ayuden con un buen muro de contención”, dice.

Lea también...

Contenido sugerido

Contenido GEC