(Foto: GEC)
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Redacción EC

En su libro “La serpiente de oro”, Ciro Alegría retrata el valle del río Marañón como algo que genera grandes beneficios para sus residentes, permitiendo su sobrevivencia. Al mismo tiempo, en cualquier momento, con sus inundaciones y huaicos, el valle puede destruir pueblos y quitar todos los beneficios que ha generado. Al representar el valle y río como una serpiente, Alegría entiende el territorio como algo vivo, dinámico y constantemente cambiando.

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En Lima, rodeada por edificios y pistas de concreto, es fácil sentir que la ciudad está aislada del dinamismo del territorio. Sin embargo, de vez en cuando la naturaleza nos recuerda que Lima también está sujeta a procesos naturales, incluyendo el fenómeno de El Niño del 2017. Otro caso fue el gran derrumbe que ocurrió en el tramo de la en Magdalena el jueves, que por suerte no generó ningún herido.

Que haya ocurrido un derrumbe no debería ser una sorpresa. En el terremoto de 1940, se cayeron los primeros 15 metros de profundidad del acantilado en Chorrillos, incluyendo gran parte del malecón. El libro “Lima”, editado por Sergio Guzmán, incluye una entrevista con Juan Gunter que resalta que el terremoto de 1746 generó un enorme derrumbe a lo largo del acantilado. Según Gunter, “simplemente se cayó todo el barranco durante ese terremoto, acompañado con un tsunami con olas de 24 metros de altura”.

Como hemos visto el jueves, las geomallas y postes colocados para proteger a los usuarios de la costa de la caída de piedras no pueden frenar un derrumbe. El incidente nos ha traído a la vista la vulnerabilidad de la costa en caso de otro terremoto como el de 1746. Bajo este escenario, se pueden generar varios derrumbes que –además de afectar directamente a los usuarios del circuito de playas– pueden paralizar las vías de escape para los vehículos, y varias de las escaleras peatonales de escape también pueden caer. Sería bajo estas condiciones que la costa recibiría el tsunami.

Aunque el actual Plan Maestro de la Costa Verde es de 1995, contiene estudios geotécnicos sobre el acantilado que identifican áreas de riesgo. Además, propone un programa de inversión para la estabilización de acantilados que busca “dotar de las condiciones técnicas de seguridad contra deslizamientos y derrumbes principalmente a los usuarios de las vías o áreas al pie de los acantilados”. El problema principal, entonces, no es que falte un plan.

Como mencioné en una columna en abril, el problema principal de la Costa Verde es uno de gestión. Simplemente, falta una institución con las competencias ejecutivas y recursos para gobernar la Costa Verde. Sin esta, un plan no sirve de nada.

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