Rodrigo Cruz

La noche del martes, a las 9:54 p.m., se registró un sismo de magnitud 6 que tuvo como epicentro la ciudad de Mala (provincia de Cañete). Poco después, un equipo de este Diario recorrió el lugar y conversó con las familias afectadas.


Rodrigo Cruz

A las 9:54 p.m, Yaruska Centella trastabilló y cayó al piso. Se estaba duchando luego de haber ido a sus clases de baile pero el fuerte remezón que empezó a sacudir las paredes de su baño la hizo salir de inmediato. Cogió una toalla y, al momento de correr con dirección a la sala, tropezó con ella. El suelo seguía temblando. Yaruska se levantó y pensó en su hermana menor que duerme en una habitación contigua y está embarazada. Ella también cayó al piso por salir despavorida. A su otra hermana menor de ocho años le sucedió lo mismo. Ya en pie, las tres se juntaron en el centro del patio y rogaron que no pase lo peor.

Yaruska vive en el AA.HH. Dignidad Nacional en Mala, provincia de Cañete, lugar del epicentro del sismo de magnitud 6 que se registró ayer en el departamento de Lima. Durante esos poco más de 40 segundos que duró el temblor, las tres hermanas vieron cómo las paredes de su casa, hechas de ladrillo y adobe, intentaban resistir la sacudida. Fue ahí que escucharon un sonido fuerte que indicaba que algo había caído al suelo. En ese momento, no sabían que un pedazo del techo del cuarto de su abuela se había venido abajo. Menos mal, esa noche no había nadie en esa habitación, dirá después Yaruska.

Yaruska muestra los daños que ocasionó el sismo en su casa en el AA.HH. Dignidad Nacional. (Foto: Alessandro Currarino)
Yaruska muestra los daños que ocasionó el sismo en su casa en el AA.HH. Dignidad Nacional. (Foto: Alessandro Currarino)

Cuando llegó una cierta calma, las hermanas decidieron salir a la calle para ponerse a buen recaudo. Todos los vecinos de su cuadra habían hecho lo mismo. Julio César Santellos, tío de Yaruska, y que vive en la casa de la vuelta, llegó para ayudarlas. “Fue un momento de desesperación y miedo, pero por suerte no llegó a mayores”, cuenta Julio César después de que removiera los pedazos de ladrillo que cayeron del techo del dormitorio de su madre la noche de ese martes.

A esa misma hora, en el anexo de Bujama Baja, la familia Huapaya no la pensó dos veces. Una vez que sintieron que la intensidad del sismo se iba incrementando, cogieron lo que tenían a la mano y corrieron hasta la parte alta del vecindario. Su principal temor: el mar. Ellos, que han vivido toda su vida cerca a la playa, saben que cuando el mar se retira luego de un temblor es para preocuparse. Entonces cogieron frazadas, cargaron a los niños y se fueron.

“Parecía que se iban a caer las casas. Hemos salido disparados por miedo al mar que se había retirado. Mire, hasta en sandalias hemos venido”, dice Ernesto Hugo, uno de los familiares de la familia Huapaya, sentado en una silla afuera de una bodega.

La familia Huapaya pasando la noche en la calle por temor a futuras réplicas. (Foto: Alessandro Currarino)
La familia Huapaya pasando la noche en la calle por temor a futuras réplicas. (Foto: Alessandro Currarino)

Unos metros más abajo, en la playa Bujama, la alcaldesa de Mala, Sonia Ramos, realizaba una inspección junto con el personal de la municipalidad y la policía. Era poco más de la medianoche y el primer reporte hablaba de un total de cinco viviendas dañadas en las zonas de Dignidad Nacional, Santa Rosa y Videma, deslizamientos de piedras en la carretera a Calango. En cuanto a los heridos, solo diez personas pero ninguno de gravedad, afirman las autoridades locales.

“Por la conmoción que generó el sismo, las personas, al pretender salir rápido de sus casas, han sufrido caídas”, dijo la alcaldesa.

Alcaldesa de Mala inspecciona los alrededores de la playa Bujama luego de que los vecinos alertaran de que el mar se había retirado. (Foto: Alessandro Currarino)
Alcaldesa de Mala inspecciona los alrededores de la playa Bujama luego de que los vecinos alertaran de que el mar se había retirado. (Foto: Alessandro Currarino)

En el caso de Fátima Francia, vecina del AA.HH. Santa Rosa, su principal preocupación estaba en auxiliar a su abuela que dormía en la parte de atrás de la casa. Mientras el suelo se seguía moviendo, ella fue a buscarla. Su miedo estaba en que las paredes de adobe no resistieran el remezón y cayeran sobre ella. Cuando lograron salir a la calle, en esos poco más de 40 segundos, su abuela preguntó por sus gatos. Volvieron a entrar y se dieron cuenta que la pared de su cocina se había derrumbado.

La primera referencia que se les viene a la mente a los vecinos de Mala es el fatídico 15 de agosto del 2007. Ese día, a las 6:40 p.m. y a poco más de 130 kilómetros al sur en carretera, se registró el terremoto de Pisco de magnitud 8 y que dejó un saldo de 434 mil damnificados, 596 fallecidos y 52 mil viviendas derrumbadas. “Gracias a Dios no se repitió la historia”, dice Julio César Santellos recordando lo que se vivió ese día. Aunque en esos 40 segundos que duró el sismo en Mala se sintieron igual de vulnerables.

Fatima removiendo los escombros de la pared de su cocina que se vino abajo a raíz del sismo. (Foto: Alessandro Currarino)
Fatima removiendo los escombros de la pared de su cocina que se vino abajo a raíz del sismo. (Foto: Alessandro Currarino)
Parte de la pared de la cocina que quedó en pie en la casa de Fátima Francia. (Foto: Alessandro Currarino)
Parte de la pared de la cocina que quedó en pie en la casa de Fátima Francia. (Foto: Alessandro Currarino)
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