Katherine Hurtado (a la izquierda) y Rosa Fernández (a la derecha) eran manipuladas y vejadas por sus parejas. Ambas sucumbieron ante la desesperación, pero lograron poner un alto a la violencia. (Anthony Niño de Guzmán / El Comercio)
Katherine Hurtado (a la izquierda) y Rosa Fernández (a la derecha) eran manipuladas y vejadas por sus parejas. Ambas sucumbieron ante la desesperación, pero lograron poner un alto a la violencia. (Anthony Niño de Guzmán / El Comercio)

Hace 18 años que Rosa Fernández Tarrillo (46) vive escondiéndose de Juan Daniel Hurtado Tarazona (44), su ex esposo. Se ha mudado una decena de veces y en otras oportunidades ha tenido que refugiarse en moteles. Él siempre encuentra la forma de dar con su paradero.

“En 1995 nos mudamos juntos. Él me celaba, me insultaba. No podía verme ni con una amiga porque imaginaba que ella era lesbiana o una alcahueta”, cuenta la mujer. La primera vez que Juan le pegó, ella tenía seis meses de gestación. “Me golpeó y me tiró por las escaleras porque creía que no era el padre de mi hija”, recuerda. Luego de eso no hubo tregua. Cuando la niña cumplió 2 años, Rosa lo denunció por violencia, armó las maletas y se fue a Chota, Cajamarca, donde viven sus padres. Él la persiguió. “Me acosaba y tuve que volver a Lima. Pero él volvió a encontrarme”, dice.

Tras la segunda mudanza, Rosa ingresó a una iglesia evangélica. Buscaba refugio en la fe. Pero el pastor le dijo que tenía que reconciliarse con su marido, que la separación era una cuestión del diablo, y le prometió que oraría para que Hurtado dejara de ser agresivo. Sus rezos no fueron escuchados. “Volví a separarme de él a los pocos meses de nacer mi segundo hijo. Logré que me dieran medidas de seguridad para mí y para mis niños”, señala. Las garantías fueron en vano.

“Un día, Juan secuestró a mi hijo, le enseñó un arma y le dijo que me mataría con eso. Le he interpuesto un montón de denuncias y todas terminan archivadas”, se queja. A Hurtado solo lo sentenciaron una vez por lesiones dolosas y la condena fue de servicio comunitario. En tanto, el acoso no termina nunca.

Según el Ministerio de la Mujer, hasta octubre de este año se han registrado 99 feminicidios y 204 tentativas en el ámbito nacional. El año pasado hubo 124 feminicidios. “Juan me ha dicho que me va a descuartizar, que va a tirar mi cuerpo por Chosica y que nadie me va a reconocer. Varias veces me ha apuntado con un arma y sé que un día me disparará”, asegura.

Hace unos meses, Hurtado la volvió a abordar. Fue fuera del hospital Cayetano Heredia, cuando la mujer servía un vaso de quinua a un cliente. “Me insultó y botó mis cosas. Cuando fui a la comisaría, los policías me preguntaron dónde estaban mis moretones”, se queja.

Rosa regresó a su casa pensando que nunca se iba a librar de su ex. “Se me nubló la mente y tomé veneno”, confiesa. Tres minutos después llegaron sus hijos y pidieron ayuda. Hoy, Rosa recibe terapia psiquiátrica para superar la depresión.

—Manipulación—
Cuando tenía 18 años, Katherine Hurtado intentó matarse por un tema familiar. Fue a Larcomar con la idea de aventarse por el acantilado, pero había mucha gente. Entonces, fue a una ferretería, compró tres sobres de Campeón y bebió todo el veneno. La salvaron de milagro. Estuvo en estado vegetativo dos meses y quedó con la vista atrofiada y las manos agarrotadas. Le tomó varios años de rehabilitación caminar de nuevo.

Hace cinco años se enamoró de Julio, un chico que iba a su edificio a dar clases de matemática a una escolar, y entablaron una relación. “Pero había detalles raros en él y al poco tiempo quise terminar la relación. Él amenazó con suicidarse si lo dejaba, o que tomaría veneno para quedar igual que yo. Hasta fingía desmayos y yo volvía con él”, cuenta.

EN CIFRAS

79,9% de los feminicidios registrados este año fueron cometidos por la pareja o ex pareja de la víctima, según el Ministerio Público.
29,2% de las víctimas fueron asfixiadas o estranguladas.
26,8% de las víctimas fueron acuchilladas.
18%  de las víctimas murió a golpes.

Este año, Katherine (28) dio a luz y Julio comenzó a usar al bebe para manipularla. “Decía que si no hacía lo que me pedía, me quitaría a mi hija. Luego me repetía que era una discapacitada, una carga para mi familia. Comencé a creer todo lo que me decía”, recuerda.

Katherine volvió a deprimirse y las ideas suicidas se apoderaron de ella otra vez. “Pensé en ir a Larcomar de nuevo”, revela. Su madre, por fortuna, la notó deprimida y la llevó a terapia para que pudiera superar el cuadro. En marzo de este año decidió terminar la relación y le pidió a Julio que se mude a otra habitación. Una noche de junio, aprovechando que Katherine dormía, el sujeto ingresó a su cuarto e intentó violarla. “Me defendí como pude y no logró hacerlo. Mi padrastro lo botó de la casa”, dice.

Katherine sigue en terapia psiquiátrica. Desde que se separó, asegura, no ha vuelto a pensar en la muerte como salida. 

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