(Foto: Shutterstock)
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Pedro Ortiz Bisso

El camino aún es largo y los baches, unos más profundos que otros, no tardarán en aparecer, pero el anuncio de que mañana llegarán las primeras 300 mil dosis de la vacuna de Sinopharm es la mejor noticia que el país ha podido recibir en mucho tiempo.

Tengamos presente, sin embargo, que la normalidad que tanto añoramos -o lo más parecido a ella-, no la recuperaremos quizás hasta el próximo año. El arribo del resto de dosis para inmunizar al grueso de la población probablemente no se ajuste al calendario optimista planteado por el Gobierno. Las razones son dos: la demanda mundial supera la capacidad de producción y el poder casi omnímodo que han adquirido los laboratorios.

Un esclarecedor artículo publicado esta semana en “The New York Times” (“Los acuerdos secretos por las vacunas”) explican el por qué las farmacéuticas tienen del cogote al planeta.

En principio, los contratos con los gobiernos y organizaciones de salud pública son secretos y cuentan con cláusulas sumamente favorables a los laboratorios, a pesar de que en muchos casos usaron tecnología estatal o se sirvieron de financiamiento público para su trabajo.

Lo poco que se sabe a la fecha de esos acuerdos ha sido producto de filtraciones. En el caso de los precios, materia sensible por donde se vea, varían entre países o regiones. A los estadounidenses, por ejemplo, Pfizer les cobró US$ 19,50 por unidad, mientras que los europeos pagaron apenas US$14,70.

Aunque existen países que han comprado más dosis de las que necesitan, varios acuerdos prohíben revender o donar excedentes. Además, las patentes quedan en manos de los laboratorios –lo que impide la fabricación libre y venta a menor precio- y se les exime de responsabilidad en caso las vacunas no sirvan o produzcan algún daño.

La flexibilidad de los plazos de entrega ha desatado encontronazos entre la Unión Europea y AstraZeneca y una amenaza de juicio de Italia contra Pfizer. ¿Qué respuesta recibiría el Gobierno de ocurrir un retraso por estos lares? “Haz tu cola nomás, hijito” sería la contestación más suave. Ténganlo por seguro.

Esta pequeña columna no pretende disculpar la cadena de torpezas cometidas por el Gobierno en el proceso de adquisición de las vacunas, indignas e irrespetuosas con las millones de familias que lidian a diario con la pandemia. Pero este primer paquete permite abrigar la esperanza –muy tímida aún- de que existe una salida al otro lado de este oscuro túnel. Y eso, entre tanta desgracia, no podemos dejar de celebrarlo.

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