(Dante Piaggio)
(Dante Piaggio)
Ana Briceño

Se despertó a las 6 y 30 de la mañana. Un poco tarde, pensó, para conseguir una cita, en el , donde los asegurados deben amanecer para que les digan la fecha en que podrán ser atendidos por un médico. Eso, con suerte, suele ser en dos o tres meses. De todos modos, Dina Blotte, asegurada de 87 años, se vistió, tomó un desayuno ligero, cogió su bastón y salió de su casa, en Pueblo Libre. Se subió a un taxi sin ayuda de nadie, y llegó sola al hospital. Sufre de fibrosis pulmonar, lo que dificulta su respiración, y artritis reumatoidea. Camina lento y un poco encorvada, pero se conoce de memoria las instalaciones del primer piso del Rebagliati.

Después de hacer una cola de 20 minutos, de pie, en el módulo central del hospital, una señorita le dice que regrese el 20 marzo, que ese día recién le podrán decir cuándo tendrá cita con un neumólogo. Lo que le sucede a esta mujer, que aportó 20 años al Seguro Social, parece surrealista o propio de un país absorbido por una burocracia brutal.

“Hace una semana, el neumólogo me mandó que me realice una tomografía para ver mis pulmones, que ya se están endureciendo por el fibroma, pero en esa área me exigen una cita con el médico, que evaluará el resultado. Sin esa cita, no hay tomografía. Es pérdida de tiempo”, se queja sin alterarse. Al escucharla, es imposible no sentir impotencia de no poder solucionar su problema y los de muchos asegurados, pero ella no se da por vencida y de inmediato camina hacia los consultorios de Neumología. “Veré si ahí tengo suerte y me dan una cita”, dice.

En el área de Neumología, no hay médicos. Todos acatan un paro en reclamo del aumento del 25% de sus sueldos. Dina busca con la mirada a alguien hasta que la encuentra y camina hacia ella. Es una asistente técnica, de unos 50 años. La lleva a un costado y le pide, por favor, que le entregue la bendita cita porque solo así puede hacerse la tomografía. La mujer le hace un guiño. “Siéntate, mamita, yo te voy a ayudar”, le dice.

En este lugar, unos asegurados se colocan detrás de las puertas de los consultorios como mendigando atención. Otros aconsejan madrugar para las citas. Y un grupo reclama que los atiendan porque estaban programados para que ayer [martes 27 de febrero] los atienda un neumólogo. “¡Dónde hay un doctor!”, gritan. Una neumóloga sale de su consultorio asustada y luego de pedirles que se callen, les explica a todos que “deben entender”, que ella tiene que solidarizarse con sus compañeros médicos, que están acatando un paro, y que no atenderá a nadie.

“Los pacientes que ayer tenían cita con usted, ¿serán reprogramados para otra fecha?”, le preguntamos. “Solo algunos”, responde dudosa. El resto deberá volver a levantarse temprano para sacar cita, que se la darán dentro de dos o tres meses. Ella lo sabe, pero prefiere no decirlo. La central telefónica para separar citas muchas veces no funciona, comentan los asegurados.

Por fin, luego de varios minutos, la asistente técnica llega con la cita en las manos y se la entrega a Dina. “¿Cómo no voy a apoyarla? No puedo ayudarlos a todos, ya quisiera”, nos comenta. Sin dejar su bastón, la mujer camina hasta al área de tomografías, entrega la cita, y el encargado le dice que este domingo le realizarán el examen a sus pulmones. Su cita con el neumólogo que evaluará los resultados de ese análisis será dentro de 60 días.

Los médicos de Essalud son diez mil, a nivel nacional, de los cuales, el 20% trabaja bajo el sistema de Contratos Administrativos de Servicio (CAS). Todos laboran seis horas diarias, de las cuales cuatro son para la atención a los asegurados. Las otras dos horas, supuestamente -según las normas del Perú- deben usarlas para investigaciones médicas. “¿Todos hacen investigaciones? ¿No sería mejor que nos atiendan más tiempo y más rápido?”, se preguntan los asegurados. No sabemos que responderles.

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