Kiara recuerda con mucho cariño a su abuelo. Ella destaca que todo el mundo lo quería y solía llevarla a todas partes. (Foto: Anthony Niño de Guzmán)
Kiara recuerda con mucho cariño a su abuelo. Ella destaca que todo el mundo lo quería y solía llevarla a todas partes. (Foto: Anthony Niño de Guzmán)
/ ANTHONY NINO
Anthony Niño de Guzmán

“Papi no te vayas”, recuerdo que le dije. Él me regaló una sonrisa y respondió: “Te voy a estar esperando, hija mía”. Antes de despedirse me dio su último encargo: “cuida mucho a la mami”, mientras cerraba la puerta.

Tengo ganas de llorar”, dice Kiara mientras cuenta el último sueño que tuvo con su papá.

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Aprovechamos el tiempo y nos sentamos en las gradas de un parque en el distrito de Los Olivos. Un par de personas caminan de un extremo al otro, el reloj marca las ocho de la mañana, hace frío y el viento sopla sin compasión.

Con una voz suave y pausada Kiara abre su corazón. “Eres la única persona a la que le he contado eso”, afirma.

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La mañana del 28 de septiembre, Kiara estaba en su casa y escuchó, a través de una transmisión en vivo, al ministro de salud, Hernando Cevallos, anunciar la vacunación contra el COVID-19 de jóvenes mayores de 22 años.

En las imágenes que mostraba la televisión ella pudo ver el centro comercial Megaplaza. “Es mi zona”, se dijo a sí misma. No lo pensó dos veces y fue por un papel y unos plumones, los cuales sacó de la cartuchera de su hermano menor.

Ya en el taxi pensaba en aquel hombre de cabellos blancos y sonrisa cálida. Era su padre. No aquel que la engendró, como dice Kiara, sino, el que siempre la cuidó y estuvo con ella, así como ella con él, hasta el final.

El abuelo de Kiara tenía una gran sonrisa. Era de esos vecinos que siempre estaba cuando se trataba de ayudar a alguien. (Foto: Anthony Niño de Guzmán)
El abuelo de Kiara tenía una gran sonrisa. Era de esos vecinos que siempre estaba cuando se trataba de ayudar a alguien. (Foto: Anthony Niño de Guzmán)
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Esto se lo voy a dedicar a mi abuelo”, pensó a la misma vez que su mano cogió un plumón indeleble que se deslizaba por inercia sobre una hoja blanca. En ese momento estaba plasmando el mensaje que, una hora más tarde, haría reflexionar a todo un país.

Mientras realizaba el ejercicio escolar de mantener el equilibrio entre el trazo y el movimiento del taxi, derramó algunas lágrimas pensando en la esperanza que tuvo su abuelo de que aquella vacuna llegará lo más antes posible para poder curarse y regresar a casa.

El cartel con el que soñaba Kiara no era el de letras negras, por el contrario, era de colores vivos, globos y llevaba escrita una frase que ella siempre esperó decirle a su abuelo: “Bienvenido a casa papá”.

Quienes lo conocieron dicen que tenía una sonrisa amplia, contagiosa, que le gustaba hacer chistes. En el barrio todo el mundo lo quería, era de esos vecinos que siempre estaba cuando se trataba de ayudar a alguien o velar por la seguridad de la cuadra. Tenía una combi muy chistosa donde viajaba mucho y solía llevarme a todas partes”, recuerda Kiara.

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Durante la cuarentena, Kiara y su familia permanecían en casa. En la televisión veían cómo aumentaba la cifra de contagios por el COVID-19 y las personas fallecían sin control, sin un adiós, sin alguien que rezara por sus almas. “En casa teníamos miedo”, cuenta la joven. No alcanzaba el dinero y mamá tuvo que volver al trabajo por pedido de la empresa.

Kiara se acomoda la mascarilla, se toca la frente, se coge las manos entrelazando los dedos una y otra vez y, hace una pausa como queriendo encontrar las palabras adecuadas para seguir la historia.

Recuerdo que dos semanas después de mi cumpleaños mi abuelo comenzó a presentar síntomas. Dolor de espalda, dificultades al respirar y cansancio. Eran las 3 de la mañana de un martes de agosto y mi abuelo nos llamó desesperadamente”, dice.

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Conseguimos un balón de oxígeno que duró menos de 3 horas. Yo lo observaba desde la puerta de su habitación, sus ojos se cerraban y su cuerpo temblaba de dolor. “‘¿Papá, estás bien?’, le pregunté y él, en voz baja, me respondía: ‘Sí, estoy bien, hija, no te preocupes’”. La joven recuerda que todo esto ocurría mientras la flecha del balón indicaba que el oxígeno ya se estaba acabando.

Kiara siempre tiene presente a su abuelo. (Foto: Anthony Niño de Guzmán)
Kiara siempre tiene presente a su abuelo. (Foto: Anthony Niño de Guzmán)
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Luego de rogarle a mi mamá, lo llevamos a la clínica, pero cuando llegamos no habían camas UCI y lo derivaron a la zona covid, donde solo podía tener un acompañante. La decisión no demoró un segundo: me quedé yo.

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El primer día Kiara vio que su abuelo no estaba mejorando, lo veía delgado y sin fuerzas. En aquel pasillo frío solo se podía observar a personas vestidas con similares uniformes, caminando rápidamente de un lado a otro.

En aquel momento, un hombre se me acercó y me dijo: “Kiara, la verdad es que los pulmones de tu papá están en un 70% comprometidos y es muy poco probable que se recupere de la enfermedad, no tenemos una cura, ya veremos si tu abuelo reacciona bien, pero la verdad es que no te doy buenas expectativas”.

En las noches deliraba, murmuraba, y luego se tumbaba de cansancio como si hubiera hecho el máximo esfuerzo. La rutina después del almuerzo consistía en leer cuentos, fotografías, pero eso momentos era opacado por las muertes que ocurrían a nuestro alrededor. “Vimos cómo metían los cuerpos de las personas en esas bolsas negras y se las llevaban así como así”, cuenta.

A las 11 de la noche del cuarto día, Kiara cuenta que los médicos le avisaron que había una cama UCI disponible, pero que el costo era de 18 mil soles. Un precio que no podían pagar. “En ese instante no sabíamos de donde sacar el dinero, fue una desesperación, mi mamá solicitó un préstamo al banco y tuvimos que darlo todo, todo, hasta el último centavo”. recuerda Kiara.

De camino al nuevo ambiente donde se encontraba la cama UCI le decía: “Papá todo va a salir bien, no te preocupes, ahí la recuperación es mucho más rápida”. A pocas horas lo llamé y me contó que el lugar estaba bonito, pero que se sentía solo, que no había nadie con quien hablar, que solo una enfermera venía de vez en cuando. Y que me extrañaba mucho. Al otro lado del teléfono yo le decía que no hablara, que le iba a faltar el aire.

Un rato después, cerca de las 9, llegó su llamada. “Quiero irme hija, ya no me gusta este lugar, tengo frío, sácame de aquí por favor…”. “El corazón se me encogió”, dice Kiara.

En uno de esos momentos, una llamada perdida la despertó: era el doctor.

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Kiara recuerda bien esa escena. Eran las 4 de la mañana.

-Aló, Kiara

-Hola, doctor, ¿qué novedades hay?

-Lamentablemente ha sido una lucha muy fuerte, pero tu papá ha fallecido.

El mundo se detuvo. No sabía qué hacer. Le dije: “Ya doctor, gracias”, y colgué. No lloré”.

Lo único en que podía pensar era en cómo iba decirle a mi mamá y a mi abuela de que mi papá no regresaría más a la casa. Me armé de valor y le dije a mi abuela, porque nadie quiso hacerlo. Su pareja de toda la vida ya no regresaría. Mi madre rompió en llanto cuando se enteró”, cuenta Kiara.

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Por aquellos días, el Gobierno ordenó que todo fallecido por coronavirus debía ser incinerado, sin velatorio de por medio. Para Kiara, así como para muchas familias, sería imposible darle el último adiós a sus familiares. Pero antes de que el cuerpo de su abuelo siga su camino al crematorio, Kiara demostró lo que el amor es capaz de hacer: romper barreras.

No dejaban ver a los familiares fallecidos, pero insistí. Hablé con la señora de la funeraria para que me dejaran ver a mi abuelo. Tenía que saber que a la persona que enterrábamos era mi abuelo. Fue tanta mi insistencia que en ese momento nada podía detenerme… lo logré

Kiara vio a su abuelo por unos breves segundos. Le preguntaron si era él y dijo que sí. Los trabajadores volvieron a cerrar el plástico que envolvía el cuerpo.

Kiara acudió a vacunarse portando un cartel con una frase que representó un homenaje a su abuelo fallecido. (Foto: Anthony Niño de Guzmán)
Kiara acudió a vacunarse portando un cartel con una frase que representó un homenaje a su abuelo fallecido. (Foto: Anthony Niño de Guzmán)

Esa madrugada fue la primera vez que lloré. Después de todo eso, tuve un sueño, un sueño muy fuerte donde él se despedía de mí, estábamos en un lugar oscuro y de la nada aparezco en el cuarto de mi prima, sola. A mi alrededor estaban todos los artefactos a los que mi abuelo estaba conectado. Yo decía: ¿qué pasó, estoy mal?. La puerta se abre y a través de ella mi abuelo entra con mi abuela, la deja a ella echada a mi lado y me dice: ‘Hija mía, ya vuelvo, te voy a estar esperando’. Yo le respondo: ‘Papi, no te vayas’ y él me regaló una última sonrisa”, cuenta.

Te voy a esperar”, me dijo. Se despidió y dejó la puerta abierta. “Papi por favor no vayas”, repetí. Solo escuché “cuida a la mami”.

Es la primera vez que Kiara vuelve a recorrer los pasajes más oscuros que concluyeron con la partida de su abuelo. Tiene el rostro triste y desencajado, sabe que su historia se repite en todo el país, pero con otros nombres, otros abuelos y otras nietas, que hay más familias incompletas y vacíos que no cierran.

Esto que hemos pasado no se lo deseo a nadie, es por eso que animé a mi familia a vacunarse, éramos de las personas que no querían recibir las dosis. Ahora, en homenaje a mi padre, me vacuné porque sé que la vacuna te da esperanza y que salva vidas”, reflexiona Kiara.

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