"Y como hemos visto hace dos semanas en San Juan de Lurigancho, Lima también sufre graves riesgos por la debilidad de la infraestructura sanitaria que existe". (Foto: El Comercio)
"Y como hemos visto hace dos semanas en San Juan de Lurigancho, Lima también sufre graves riesgos por la debilidad de la infraestructura sanitaria que existe". (Foto: El Comercio)
Angus Laurie

Cada pueblo tiene sus potenciales riesgos. En California, entre el 80% y 90% del pueblo de Paradise fue destruido por un incendio en el 2018. La ciudad de Fort McMurray, en Canadá, también perdió más de 3.200 edificios, en un incendio en el año 2016. En Houston, la ciudad se inundó en el 2017 por el huracán Harvey, que provocó daños en más de 300.000 propiedades.

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La prevención del riesgo en las ciudades es conocida como planificación para la resiliencia. La idea de una ciudad resiliente tiene que ver con su capacidad para planificar, adaptarse, y actuar en torno al riesgo. Para ser más resiliente, las ciudades desarrollan infraestructura que previene desastres, como la correcta implementación de hidrantes para incendios en las calles o infraestructura que pueda absorber las inundaciones antes de que destruyan las casas. O se puede fiscalizar la construcción de edificios para asegurar que logren un estándar de ingeniería que resista un terremoto; estrategias que prevengan la construcción en zonas de riesgo o para que los habitantes tengan el tiempo suficiente de escapar en el caso de un incendio.

En los últimos años, hemos visto de primera mano cómo Lima, en muchos frentes, no logra ser una ciudad resiliente. A pesar de estar ubicada en un desierto, la capital es altamente vulnerable a inundaciones, como se vio después de El Niño costero, un evento que resultó en un estado de emergencia declarado en 27 distritos, en miles de viviendas destruidas y con muchos distritos sin agua potable por varios días.

La ciudad también parece altamente susceptible a los incendios, un problema que ha ido empeorando por la falta de suficientes recursos para los bomberos. Según cifras del Cuerpo General de Bomberos Voluntarios del Perú, entre Lima, Callao e Ica, hubo 5.822 incendios durante el 2018 (casi 700 más que en el año 2017).

Y como hemos visto hace dos semanas en San Juan de Lurigancho, Lima también sufre graves riesgos por la debilidad de la infraestructura sanitaria que existe. El caso del desfogue de aguas servidas en San Juan de Lurigancho ha generado una inundación que afectó dos mil viviendas en cinco manzanas, según informó El Comercio. Este caso parece especialmente trágico debido a que pudo ser prevenido fácilmente. Si esto puede ocurrir por un desfogue, ¿que pasaría en el caso de un terremoto, en una ciudad donde la mayoría de nuevas viviendas todavía están construidas informalmente?

Podríamos ver los incendios, inundaciones y desfogues como eventos aislados, pero vienen de una sola causa: la falta de planeamiento, preparación e inversión en infraestructura para mitigar los riesgos (planificación de resiliencia). El desfogue del desagüe nos da evidencia de que el tema de cómo adaptar Lima para que sea más resiliente tiene que ser uno de los retos más importantes para la nueva gestión metropolitana.

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