(Foto: GEC)
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/ CARLOS MAMANI
Pedro Ortiz Bisso

En estos tiempos en que nadie sabe qué día es, hay una noticia que rompe la monotonía: los muertos. El dolor de sus familias nos inunda y quienes no hemos sufrido una pérdida cercana aún, empezamos a ver en esos números que el Minsa reporta a diario rostros conocidos, nombres, apellidos, apodos.

Uno de esos números es ahora el primo de un amigo, el casero del mercado, el profesor de la universidad, el padre del tuitero al que sigues, la prima que llevabas tiempo sin ver. Las redes sociales se empiezan a llenar de despedidas kilométricas, mensajes acongojados. Se convierten en depósitos de tristeza de 280 caracteres.

Las cifras cada día espantan más: 104.020 contagiados, 3.024 muertos, 7.533 pacientes internados, 869 de ellos en camas UCI.

Y el regreso de las imágenes de las cámaras de seguridad a los noticieros mostrando robos o accidentes de tránsito confirman que la vieja normalidad, esa que se había mantenido en pausa en las últimas semanas, ha vuelto. Nos recuerda con crudeza que no hemos cambiado como algunos auguraban con excesivo optimismo.

Ayer, un artículo en “The Guardian” se preguntaba por qué la pandemia no cedía en el Perú, a pesar de haber sido uno de los primeros países en aplicar la cuarentena. Las respuestas de los especialistas consultados señalaban una mezcla explosiva: nuestro comportamiento, el abandono del Estado y la informalidad de la economía.

En 66 días no se pueden resolver problemas que llevan décadas sin solución.

No bajen la guardia. Se vienen días más tristes.

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