MDN
La mujer que cambió una zona invadida por un huerto
Ana Briceño

Gregoria Flores es una agricultora que de niña soñaba con ser profesora, pero ahora, a sus 60 años, su meta es que más mujeres de Villa María del Triunfo (VMT) se dediquen al cultivo de hortalizas como una alternativa para “empoderarse”, palabra que se ha convertido en una de sus preferidas.

“Sonrían a la cámara”, les ordena Gregoria a otros agricultores que trabajan con ella en un huerto de la zona Inca Pachacútec, en VMT, que hasta hace 14 años era un terreno tomado por invasores y con un basural en los alrededores.

Es una mañana de llovizna copiosa en lo alto de este distrito, que encabeza la lista de las comunas de Lima con mayor cantidad de basura regada en sus calles, según el Organismo de Evaluación y Fiscalización Ambiental (OEFA). En enero, el Ministerio de Salud declaró alerta sanitaria a este distrito.

Gregoria, arequipeña que llegó a Lima a los 15 años, recuerda, mientras camina por los surcos del huerto de cuatro hectáreas que debido a ese liderazgo innato que la caracteriza, que fue dirigente de su barrio del programa del Vaso de Leche en los años 90, y promotora de la lucha contra la pobreza en la zona de Nueva Esperanza.

Pero, en el 2004 volcó su energía hacia la agricultura. Todo empezó cuando la empresa Red de Energía del Perú, que instala torres de alta tensión, se percató de que en la zona Inca Pachacútec una torre estaba ubicada sobre una ruma de casas de madera y esteras instaladas de manera improvisada por un grupo de invasores, 42 familias en total. Además, todas las noches era punto de encuentro de pandilleros.

“Según las normas, no debe haber personas viviendo bajo las torres. Entonces, acordamos con el municipio retirarlos, y después de un intenso esfuerzo los reubicaron en otros lotes”, dice César Sánchez, jefe de Seguridad Ambiental de la empresa.

Sin embargo, en vez de dejar que el espacio quedara en abandono y sea otra vez invadido, Gregoria, con el apoyo de la empresa y otros vecinos, decidió convertir el terreno infértil en un huerto.

“Empezamos sembrando acelga, betarraga y berenjenas. Al comienzo todas éramos mujeres, los hombres no creían en que esto iba a dar frutos, nos desanimaban diciendo que no iba a crecer nada en un desierto, sin agua, pero al final les demostramos que sí pudimos y ahora ellos también trabajan en el huerto”, comenta y sonríe. Gregoria se ha capacitado en agricultura urbana, en el tratamiento de productos ecológicos y de semillas, reciclaje de agua y ahora enseña a otras mujeres cómo conseguir que un huerto sea productivo. “Un vecino tiene 40 cuyes, cuyo abono sirve para los sembríos. Con las zanahorias, poros y maracuyás hacemos pasteles que luego se venden en empresas”, cuenta.

Tiene cuatro hijos mayores que en broma le dicen que ella prefiere el huerto que la casa. “No pude estudiar Educación, pero enseño agricultura. La mayoría que trabaja en el huerto es migrante que extraña el campo. Un chico de la zona decidió estudiar Agronomía porque veía a su mamá trabajando en el huerto y le gustó”, dice con orgullo.

Contenido sugerido

Contenido GEC