Redacción EC

JUANA AVELLANEDA

Sergio Chira Blas tiene 21 años, pesa 52 kilos y mide 1.30 de estatura. “1.35 con elevate shoes”, dice muerto de risa este estudiante de ingeniería de redes. Lo encontramos en la oficina de centro de control del Estadio Nacional, vestido con corbata y zapatos de charol. “Este es mi uniforme, no se emocionen”, bromea sin perder de vista las 91 cámaras de seguridad que tiene al frente. Como operador del centro de control Sergio tiene la enorme responsabilidad de vigilar 388 palcos, 33 puertas de entrada y salida, además de 5 estacionamientos ubicados en la zona occidente, oriente, norte y sur. Para entender más sobre su trabajo este chalaco de risa contagiosa pone en pantalla una imagen capturada de hace unos minutos en la puerta 4. Sus compañeros de trabajo, incluyendo su jefe, empiezan a reír al ver que aparecemos de repente en pantalla. El pequeño Sergio celebra la broma haciendo zoom in de nuestros rostros.

Estamos en lo que Sergio llama el “cerebro” del estadio. Desde aquí Sergio y compañía monitorean conciertos y partidos de fútbol. “Suena divertido, ¿no?, pero cuando recibes información de 4 radios a la vez no lo es tanto. Es pura adrenalina”, explica. Sergio nació con acondroplasia, un trastorno que afecta el crecimiento de los huesos y comúnmente se conoce como enanismo (ver recuadro), pero su tamaño no ha impedido que supervise las presentaciones de Andrea Bocceli, The Cure y The Killers. Mucho menos el de Metálica. Porque para ese concierto Sergio ya tenía su entrada. “En primera fila, por si acaso”, añade este fan del metal, reggae y de la salsa dura.

Pequeños gigantes
Sergio es el segundo de 3 hermanos. La mayor mide 1.68 y la última mide 1.74 de estatura. “El más alto en mi familia es mi primo Rafael (mide 1.80) pero yo no me achico”, dice con buen humor. Y es que Sergio aprendió a reírse de sí mismo desde que era niño. “Ellos (su familia) siempre me trataron como una persona normal. Mis padres jamás me dijeron ‘no hagas eso porque eres pequeño’, más bien me abrieron la puerta como diciendo sal, aprende. Gracias a ellos monto skate, he jugado baseball y quiero aprender a surfear. Nunca me sobreprotegieron”, narra con orgullo. De hecho, su ‘chaplin’ en el trabajo es ‘chato’. Todos, incluso su jefe, lo llaman así. De cariño, claro. “Desde el primer día todos aquí me brindaron su apoyo y, la verdad, nunca pensé que me iban a llamar para trabajar en el Instituto Peruano de Deporte (IPD). Hay un prejuicio con la gente pequeña, creen que no estamos preparados y nos cierran las puertas”, se queja este muchacho que a los 19 años tocó las puertas de la (ASPEPP).  

“Me dio curiosidad. Quería saber cómo era, qué hacían, a dónde apuntaban. Siempre había querido conocer a gente pequeña que no solo sea cómica. Y no es que esté en contra de eso, pero si van a salir en la tele, ¿por qué no conducen un programa o los contratan para ser co-conductores? Me molesta que solo nos usen para ser el punto de burla”, señala este chalaco que niega haber llegado a la asociación en búsqueda de pareja. “He tenido 4 enamoradas, todas de talla promedio. Aunque no me importaría salir con una pequeñita. Eso sí, tiene que ser como yo: cero complejos”, confiesa.

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