Somos lo que no vemos, por Gonzalo Torres del Pino
Somos lo que no vemos, por Gonzalo Torres del Pino

Recientemente una rara avis de limeño hizo algo inesperado, pero digno de elogio: compró para luego devolver uno de los escudos de fierro del monumento al Dos de Mayo que estaba siendo vendido como una antigüedad. Alguien con valores cívicos en esta ciudad donde estos escasean merece ser destacado. En cuanto al escudo, ¿cuándo lo volverán a poner?

La actitud de nuestro héroe cívico de hoy no es la actitud del limeño promedio frente a sus esculturas y monumentos públicos; peor aun es la de la Municipalidad de Lima o la de las municipalidades distritales que no pueden velar por ellos. El deber de la Municipalidad de Lima (que tiene una Subgerencia de Patrimonio Cultural, Artes Visuales, Museos y Bibliotecas) es, según su portal web, “formular, dirigir, supervisar y evaluar actividades que promuevan, fortalezcan y difundan la catalogación, documentación, restauración, protección, conservación, investigación y difusión de los bienes integrantes del patrimonio cultural material e inmaterial de Lima Metropolitana, en coordinación con las organizaciones culturales privadas y municipalidades distritales”. Hay tantos monumentos y esculturas en Lima cuyo estado contrasta con estas funciones. Es necesario hacer un registro exhaustivo que incluya el estado de estos bienes, algunos en franco proceso de descomposición, además de un programa de limpieza y reparación de los mismos.

Aquí el limeño no se salva, tanto el que vandaliza como al que le importan un pepino los monumentos o las esculturas porque no les ve una utilidad. Una ciudad es su espacio público y lo que existe en él es reflejo de un período histórico, es parte de una herencia cultural basada en razones políticas, económicas y sociales, y por supuesto, estéticas. Una Lima con organismos y ciudadanos con problemas acerca de su pasado, pues les cuesta aceptarlo, es una ciudad que se dedicará a destruir o ignorar sus monumentos y esculturas. Somos lo que destruimos, lo que ignoramos, somos lo que no vemos. Una ciudad que quiere negar su pasado es una ciudad a la que no le importa dónde ni cuánto se construya; una ciudad que ha crecido por invasiones sin planeamiento es una ciudad cuyos pobladores no respetan el patrimonio; una ciudad que deja que otros pobladores conviertan lo público en privado es una ciudad cuyos habitantes no están interesados en el concepto de lo público. No nos hemos dado cuenta de que el espacio público es el verdadero sostén de la democracia, el ágora ateniense.

Sería interesante ver también la promoción de esculturas de corte moderno dentro de la ciudad como una forma de acercar al ciudadano a su propio reflejo de tiempo. Lo antiguo demora en asimilarse, porque no es producto de este espacio temporal, por eso, quizás, no lo notamos como parte de nuestro entorno, no son expresiones relevantes. Se vuelven relevantes cuando conocemos su historia y su necesidad en el tiempo. Cuán importante es, pues, el trabajo de difusión, no solo de la necesidad de monumentos y esculturas en la ciudad, sino también de su historia y utilidad.

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