Empujones y desmayos al cierre de los locales de votación - 5
Empujones y desmayos al cierre de los locales de votación - 5
Pedro Ortiz Bisso

Mientras buscaba mi mesa de votación escuché los gritos. Pensé, como cualquiera con dos dedos de frente, que había ocurrido algo terrible como un accidente, o que habían detenido a un ladrón con las manos en la masa o, bueno, en el ánfora (si roban en restaurantes, combis y taxis, ¿por qué no iba a pasar lo mismo en una mesa de votación?). “¡Conchudo!”, “¡Levántate más temprano!”, fueron las lindezas que escuché con más claridad al acercarme, entre otras que no repetiré para no herir su susceptibilidad, impresionable lector.

El objeto de esa agresiva catarata de insultos apareció unos segundos después: era un periodista que, mochila al hombro, presuroso, abandonaba el salón donde acababa de sufragar. Había tenido la desgraciada idea de presentar su tarjeta de voto rápido, una suerte de salvoconducto que expide la ONPE en todas las elecciones para que los hombres de prensa puedan votar y luego ir a trabajar (sí, amigo lector. Mientras usted disfruta su almuercito dominguero o hace su siesta mientras espera el flash electoral, los periodistas debemos trabajar). Con la mirada fija, en silencio, el colega salió presuroso antes de que se lo comieran los lobos de la cola.

Yo había dejado mi tarjeta de voto rápido en casa, olvido que agradecí al cielo luego de ser testigo de tamaño vejamen. Las dos horas de cola que hice en el colegio Sor Querubina, en Surquillo, fueron suficientes para ser testigo de cómo la incomodidad, el irrespeto, la ira y la desesperación, sumada a un sol inclemente, puede convertirnos en bestias. Porque, con el perdón de la palabra, fue eso en lo que vi convertida a mucha gente en las filas interminables que avanzaban a paso de procesión.

En un momento de la tarde llegó una señora con una bebe. El griterío se reinició. “¡No la dejen pasar!”, “¡Piña!”, “¡Para qué viene con un bebe el día de elecciones!”, “¡Ella sabe cómo es!”. El orientador de la ONPE se desgañitaba explicando que había que darle facilidad a las madres con niños, así como a las personas de la tercera edad, pero no había caso. Se lo comieron a gritos. Salir en su defensa era ser pasto de la misma dosis de intolerancia. Similar situación se repitió en otros centros de votación de Lima.

Cuando se anunció que los votantes tendríamos la opción de elegir nuestros locales de votación, imaginé, como muchos, que al fin las autoridades electorales se habían dado cuenta de que la experiencia del voto debía ser amable con el elector. Si ya desde hace varios comicios debemos acudir a votar con la pesada de carga de elegir entre el mal menor, esta vez la ocasión pintaba distinta. No fue así. La congestión que antes estrangulaba las calles ahora se trasladó a los colegios.

Pero tampoco cometamos el error de cargar las tintas solo sobre Mariano Cucho, el atribulado jefe de la ONPE. Los errores en la organización son suyos, pero de ninguna manera pueden justificar la intransigencia y la falta de respeto desatadas en esta triste tarde dominguera. Fueron horas muy penosas.

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