MELVYN ARCE RUIZ (@estenopeica) Redacción online

Hay una característica que comparten los buenos escritores y que se hace más perceptible si eres de aquellos que leen en voz alta: la cadencia perfecta de sus palabras. El ritmo premeditado de lo que se dice hace que se establezca una conexión con lo musical; aunque algunos de los que lo logran prefieran verlo de otras maneras. A Vladimir Nabokov, por ejemplo, le gustaba comparar la armonía de sus textos con la pintura, en lo que él definía como una audición coloreada. Para el autor de Lolita cada letra del alfabeto tenía un color. Así, la a era como una madera a la intemperie y la r como un trapo hollinoso en el momento de ser rasgado. A Julio Cortázar le ocurría algo diametralmente distinto. Para él la clave estaba en el swing.

En una entrevista con el periodista español Joaquín Soler, el argentino explicaba que, aunque no era un escritor de métodos, confiaba mucho en su oído para saber por dónde ir: “Hay una especie de ritmo que no tiene nada que ver con la rima o las aliteraciones. Una especie de latido que si no está en lo que yo hago es una prueba de que no sirve y que hay que tirarlo para volver a empezar”.

No hace falta haber leído la obra completa de Cortázar para darse cuenta de la importancia de esa sonoridad; aunque la relación del autor con la música va más allá de este primer punto. Julio fue un melómano apasionado, particularmente por las piezas clásicas y el jazz, sobre todo el jazz.

JAZZUELA En el caso particular de Rayuela, obra que será motivo de homenajes en elcomercio.pe durante todo el mes de junio por sus 50 años de publicación, la música es una pieza clave, tanto que podemos decir que se trata de una novela con banda sonora incluida.

En el año 2001, la escritora Pilar Peyrats Lasuén editó Jazzuela, un disco que compilaba 21 temas que aparecían en los primeros capítulos de la novela. La mayoría de ellos tomados de las escenas que transcurren dentro del Club de la serpiente, donde Horacio Oliveira y sus amigos conversan de todo bajo el acompañamiento musical de clásicos del jazz como Louis Armstrong o Coleman Hawkings.

Pero también habrá espacio para el blues y la música clásica. Pues entre página y página saltan las voces de Big Bill Broonzy, Bessie Smith, el piano de Champion Jack Dupree, los preludios de Bach, cuartetos de Haydn o sinfonías de Beethoven.

EL HOMBRE DE LA TROMPETA Y aunque hay autores que han reconocido su nulidad para la música, como Jorge Luis Borges que llegó a ser calificado de “sordo” por Astor Piazzola, Cortázar no solo se conformó con escuchar.

Como contó Mario Vargas Llosa en la columna que le dedicó al argentino tras su muerte, había un cuarto en la casa que Julio tenía en la rue du Géneral Beure donde jugaba a ser su uno de los dioses del olimpo del bebop.

Es muy recordada la fotografía que acompaña esta nota y que tomó Alberto Jonquières de un Cortázar en la intimidad tocando la trompeta. Incluso la hermana del escritor contó que este de niño aprendió también a desenvolverse bien con instrumentos como el clarinete y el piano. Pero ante la posibilidad de que mitifiquen sus habilidades musicales, Julio diría luego: Sí, en verdad toco la trompeta, pero sólo como desahogo. Soy pésimo.

UN GRAN CONOCEDOR Lo que sí queda claro es el ahínco con el que Cortázar investigaba en la música. Dicen que esta pasión, así como la literatura, la desarrolló a muy temprana edad cuando quedó prendado de la soprano Claudia Muzzio y que fue creciendo con las colecciones de discos familiares.

Gabriel García Márquez contó en El argentino que se hizo querer por todos, lo prodigioso que era Julio al hablar de música: A Carlos Fuentes se le ocurrió preguntarle a Cortázar cómo y en qué momento y por iniciativa de quién se había introducido el piano en la orquesta de jazz. La pregunta era casual y no pretendía conocer nada más que una fecha y un nombre, pero la respuesta fue una cátedra deslumbrante que se prolongó hasta el amanecer, entre enormes vasos de cerveza y salchichas de perro con papas heladas. Cortázar, que sabía medir muy bien sus palabras, nos hizo una recomposición histórica y estética con una versación y una sencillez apenas creíbles, que culminó con las primeras luces en una apología homérica de Thelonius Monk.

En el cuento El perseguidor, inspirado en el saxofonista Charlie Parker (y que además fue la precuela de lo que sería luego Rayuela, Cortázar da varias nociones del porqué de esta pasión por la música. Ya sea camuflado en la piel de un músico de jazz o de un crítico musical, el escritor explica que la música era esa herramienta que lo ayudaba a sumergirge en uno de los misterios que intentó decifrar a lo largo de su vida: la llave que abría la puerta hacia otras realidades.

*Puedes escuchar la música de Rayuela capítulo a capítulo aquí.