Julián Ramos Alfaro (Foto: Hugo Pérez)
Julián Ramos Alfaro (Foto: Hugo Pérez)

Esta historia comenzó a trabajarse, a dibujarse y a pintarse para él a inicios de los años 70, cuando era solo un niño de 11 años al que le encargaron darle color a una tabla que sería el regalo de un joven matrimonio que construía una pequeña casa en su natal Sarhua. Allí, rodeado por los apus y alumbrado por el dios Inti, el pequeño Julián, que apenas había concluido la Primaria, empezó a familiarizarse con el trabajo que implica el proceso completo para elaborar una tabla de Sarhua, legado ancestral de este pueblo ayacuchano que fue testigo tanto de la conquista, en el siglo XVI, como de los dolorosos años del terrorismo, durante el siglo XX, y que fue nombrada, en octubre del año pasado, como Patrimonio Cultural de la Nación.

Primero, aprendió a buscar la madera adecuada, aunque esta fuera rústica. Luego supo cómo partirla por la mitad y labrarla con herramientas hasta formar una tabla. Después aprendió el “entizado”, que es cuando se quema el yeso antes de molerlo, para luego pasarlo por una tela que le da finura a la arena de esa tiza, antes de “entizar” varias veces la tabla, antes de que esté lista para que se diseñe sobre ella con pluma de ave y se pinte con anilina. Luego, aprendió a tener la paciencia necesaria para realizar este trabajo en solo 7 días. Ya desde sus años escolares le gustaba ilustrar sus cuadernos, así que vocación tenía.

La difícil situación de Ayacucho a fines de los 70 trajo a Julián a Lima, donde tras dedicarse a diversos oficios fue convocado por el maestro de Sarhua Primitivo Evanan para ayudarlo en su taller, ubicado en Las Delicias de Chorrillos. Así, a los 15 años, en 1977, inició ya en serio su carrera como artista de las tablas sarhuinas.

Los mitos, leyendas y cuentos que se narraban entonces en las tablas diferirían mucho de lo que tendría que contarse en ellas años después. El terrorismo dejaría una huella indeleble, no solo en la memoria de los sarhuinos, sino también en su arte, que se volvió dolorosamente testimonial: ya no se contaba solo lo que había sucedido siglos atrás, sino también lo que estaba sucediendo, como lo cuenta Julián Ramos hoy: “Hay un cuadro, por ejemplo, que cuenta la historia de dos jovencitas que vuelven a Sarhua de Lima, de visitar a su familia. A ellas los militares las agarran, las violan y las matan. Igual, los de Sendero, en la plaza pública, delante de ancianos o niños, mataban a las autoridades”.

Esas escenas terribles son las que cuenta Piraq Causa (¿Quién es el culpable?), la exposición colectiva que, a través de 31 cuadros, desarrollados entre 1991 y 1996, muestra los años de violencia en Ayacucho y que se expone en el MALI hasta el 15 de este mes. “Sarhua, el pueblo en sí, tenía miedo a ambos. Iban militares y tenían que dar buena cara. Llegaban los terrucos, igual, porque no quedaba otra. Son cosas terribles que jamás debieron ocurrir en el Perú”, acota Ramos.

Sangre y talento
Aunque durante los años 80 Julián Ramos permaneció casi siempre en su taller, dedicado al perfeccionamiento de las tablas y a la formación de nuevas generaciones de artistas, los años de violencia terrorista dejaban huella e impacto en la visión de paisanos suyos como el maestro Evanan, Juan Walberto Quispe, Víctor Sebastián Yucra y otros que llegaron a Lima huyendo del infierno. Los dos primeros, al lado de Ramos, son los responsables de la elaboración de los cuadros que pueden verse en el MALI en estos días.

Todos ellos son parte de la Asociación de Artistas Populares de Sarhua (ADAPS), fundada en 1982. “Primitivo nos inculcó pintar. Es un promotor al que le gustaron desde un principio las tablas de Sarhua y se encargó de difundirlas al público. Trabajamos tres temas: la migración del provinciano a Lima y sus ocupaciones; los sucesos de doce meses calendario de Sarhua y los hechos que dan pie a Piraq Causa”, nos cuenta Ramos. El que se hayan convertido en Patrimonio Cultural de la Nación ha reivindicado un trabajo que hasta hace solo unos pocos años, apenas les daba para comer. Hoy, además de la elaboración de tablas únicas, también hacen tablas más pequeñas, cuadritos o cajitas, con fines comerciales. El maestro Julián Ramos trabaja en su taller al lado de su hija Milagros –diseñadora gráfica- y su esposa María Luisa, quienes lo ayudan en cada detalle. “Para mí, la mayor satisfacción es rescatar y hacer conocer al Perú y al mundo las tablas de Sarhua –nos dice-. Es una tradición exclusiva de nuestra comunidad, porque en otros pueblos cercanos no existe el mismo formato de tabla netamente familiar. Gracias a nuestra dedicación a las tablas resistimos muchos años, cuando los únicos interesados eran antropólogos o historiadores, pero no se les veía posibilidad comercial. Es un orgullo saber que estamos aportando, aunque un granito de arena, a la cultura del Perú”.

Hoy, ese error se ha subsanado. La Unesco y el Ministerio de Cultura los apoyan ya en el mejoramiento de sus talleres. También la embajada de Australia. Magali Robalino, representante de Unesco en nuestro país y Soledad Mujica, del Ministerio de Cultura, se han encargado de ello. De hecho, para este mes, se prepara el lanzamiento de la Ruta turística de Sarhua, un paseo por los talleres de estos artistas, afincados la gran mayoría en la zona de Las Delicias en Chorrillos, que incluirá talleres vivenciales, historias contadas por ellos, demostraciones en vivo, exhibiciones permanentes, desarrollo de murales y otros atractivos que buscan atraer visitantes y seguir reivindicando su trabajo.

Como el maestro Ramos se dedicó a enseñar en los talleres de la asociación y estar tras bambalinas la mayor parte de su vida, algunos lo han llamado “El eslabón perdido de la tabla de Sarhua”.
Hoy, lo hemos encontrado.

Más información:
Lugar: MALI
Horarios: de 10am a 8pm.

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