“El haberse amamantado de tanta leyenda quizá sea el rasgo de identidad más fuerte que tienen los amazónicos”, dice el artista. (Foto: Hugo Pérez)
“El haberse amamantado de tanta leyenda quizá sea el rasgo de identidad más fuerte que tienen los amazónicos”, dice el artista. (Foto: Hugo Pérez)
Maribel De Paz

De entrada, un lienzo nos recibe en la casa del pintor. En él, la imagen transfigurada del artista se ha hecho chullachaqui y lleva en hombros su codiciado botín: una mujer desnuda. Unos metros más allá, un enorme tríptico cubre por completo la pared del comedor. Es una representación del “descubrimiento” del Amazonas: en una esquina, todas las criaturas míticas del bosque; en la otra, los conquistadores, de yelmo y lanza, pero también de metralleta, saco y corbata. Más allá, en el descanso de la escalera que lleva al taller de Ceccarelli, una representación de la Mamaluna parece brillar con luz propia. En el taller, sobre la pared, dos mujeres desnudas se abrazan. Sobre la mesa de trabajo, autorretratos, bocetos, acuarelas y tintas se amontonan. El universo de Ceccarelli es gozoso, intrincado y complejo. Como la selva misma.

–Dices que hay obras que no has querido vender.
Uno se enamora de sus obras, cada una es como un hijo, y hay hijos que quieres más porque están más logrados o ha sido más difícil de concebirlos. Para mí ser artista es dedicarme a pintar, no a vender. Yo pinto cuadros, no cheques. Mientras pinto se me ocurren más cuadros y en un momento estoy trabajando diez al mismo tiempo, más dibujos, más tintas, más acuarelas, más bocetos, y entro en una euforia de trabajo donde comer y dormir es una pérdida de tiempo. Me gusta mucho la cosa artesanal, yo mismo hacer todo, sentir el óleo, el material, la figura, ir descubriendo lo que tengo dentro. Y tengo un sentimiento, una contradicción, porque soy mitad europeo y mitad amazónico.

–Viendo tu última obra sobre el descubrimiento de la Amazonía, me comentabas que la invasión continúa.
Sí, y ahí grafico esa irrupción de Orellana con sus huestes, y en el mismo barco he puesto a empresarios, militares modernos, gente que viene con libros y biblias.

–Por Dios y por la plata.
Por mucha plata. Y por petróleo. Es una cosa que nunca termina. Empezó con Orellana y es algo permanente, no solo por extranjeros, sino que nosotros mismos vamos depredando por angurrias, o creyendo que estamos haciendo progreso, pero en realidad destruimos más de lo que progresamos. La historia de la Amazonía es muy difícil, muy compleja, y por eso es curioso el espíritu del amazónico, que es muy festivo y alegre, a pesar de que ha tenido épocas muy duras.

–Has hablado en varias oportunidades sobre tu experiencia con la ayahuasca.
He tenido varios vuelos, regresiones, de cuando era niño, y otras veces me he encontrado con gente que no conozco y he tenido conversaciones muy interesantes. He conversado con la ayahuasca misma. ¿Cómo lo puedo resumir? Son cincuenta sesiones de psicoanálisis de un solo golpe. Una vez vi muchas serpientes… la gente que tiene mala conciencia ve muchas serpientes, gente que ha tenido una vida muy dura, muy complicada, muy perversa, en la ayahuasca hay un ‘desahueve’.

Ceccarelli, el artista en su taller. (Foto: Hugo Pérez)
Ceccarelli, el artista en su taller. (Foto: Hugo Pérez)

–Tendrás mala conciencia entonces.
No, fue porque estaba con resaca. Yo siempre he encontrado las respuestas a lo que iba a preguntar.

–¿Y cuáles han sido esas grandes preguntas?
Temas familiares, existenciales o filosóficos. Te haces preguntas y encuentras la respuesta.

–¿De verdad crees en eso?
Tengo que creer, porque es lo mío, así como creo en las sirenas, las runamulas y los chullachaquis, si no los cuadros no me saldrían bien. Tengo que creer.

–Has dicho que tuviste una infancia feliz, en una familia de seis hermanos.
Sí, muy divertida, muy feliz. Mi padre tenía un restaurante-cafetería en Iquitos, se llamaba Venecia, en la Plaza de Armas. Yo era muy niño todavía, quizá 5 años, comíamos quesos europeos que él mandaba traer y el olor del café era maravilloso. Después mi padre compró un aserradero y ahí íbamos a jugar entre los troncos inmensos de caoba y cedro… Y las historias míticas de las que hablaban en las esquinas, que contaban las abuelas, el haberse amamantado de tanta leyenda, quizá ese es el rasgo de identidad más fuerte que tienen los amazónicos. Está la cultura mestiza impregnada de mitos con los cuales trabajo, pero también está la cultura ribereña, que tiene historias mucho más fuertes, y luego tienes las culturas nativas con historias que nosotros llamamos mitos, pero que para ellos componen su historia: te dicen que su abuela es la Luna. Lo viven. Hay que tener cuidado con las interpretaciones, que pueden ser peyorativas para ellos, el clasificar como mitos lo que para ellos es su realidad. Y además es cierto. ¿Por qué no? ¿Por qué tenemos que ser tan racionales? Por otro lado, las leyendas amazónicas que yo trabajo son muy abiertas, el chullachaqui o el tunche tienen un significado diferente en cada zona de la selva. El chullachaqui es bueno, es malo, es duende, es diablillo, y eso me permite jugar con el mito, a diferencia de los mitos griegos que tienen una estructura psicológica muy definida sobre los personajes. Teseo fue así, Ares fue asá.

–Cuando te reencarnes, ¿en cuál de estos seres vas a regresar?
En un yakuruna, el demonio del agua, porque está rodeado de sirenas.

El artista transfigurado en su obra. (Foto: Hugo Pérez)
El artista transfigurado en su obra. (Foto: Hugo Pérez)

–¿El que se roba las mujeres?
No, ese es el chullachaqui, que también es el guardián del bosque, porque no solo asusta a la gente para raptarlos, sino para ahuyentarlos, para que no depreden, no cacen, no invadan. Me duele ver las noticias, la depredación, la prostitución infantil, la minería ilegal, que están arrasando un territorio que es mucho más frágil de lo que pensamos. Es un pecado, la desertificación no está tan lejos, pero aparte de eso hay tanta riqueza de historia de vida. Si ves mi obra, está llena de personajes más que de paisajes. Trato de rescatar que dentro de ese bosque maravilloso, esos grandes ríos y atardeceres, hay gente que vive, que sueña y tiene una historia tan antigua y mucho que enseñarnos de la vida.

–¿Dirías, como Vargas Llosa, que en tu trabajo exorcizas tus demonios?
Yo creo que sí, aunque no tengo muchos demonios, hay gente que tiene más demonios que yo o, en todo caso, mis demonios no son tan malos, son gentiles. Me llevo bien con mis demonios.

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