MDN
Nación Q'ero
Czar Gutiérrez

El telón de nubes se eleva desde los 2.000 m.s.n.m. y sube lentamente, cuajando en la ladera. Caballos que serpentean en fila india, niebla que crece desde el fondo del abismo, el murmullo lento de algún manantial. Y allá lejos, calada en el horizonte, la cúpula del apu Huaman Lipa desprende hilos de nieve cada vez más delgados, cortesía del calentamiento global. El guardián tutelar no dejará que la colonia de buitres aterrice sobre la mancha de peregrinos.

¿Quiénes son? Roberto Huarcaya, director del Centro de la Imagen de Lima; Pablo Ortiz Monasterio Prieto, director del Centro de la Imagen de Ciudad de México; Ernesto Apaza, presidente de la Nación Q’ero; Jerónimo Gonzales, fotógrafo quispicanchino; Ricardo Guevara, funcionario del Ministerio de Cultura. Todos bajo el comando de Carlos Sánchez Paz, organizador pionero de encuentros literarios cerca de la piedra de los 12 ángulos, escritor, fotógrafo y productor de esta primera Bienal de Fotografía. Todo un convoy perfectamente alineado con la revalorización indígena de inspirados como Luis E. Valcárcel (“Tempestad en los Andes”, 1927) o José Uriel García (“El nuevo indio”, 1930).

—Nubes de flash—
Cuatro horas después de salir de Paucartambo, zigzaguear por una polvorienta carretera extendida sobre abismos y subir hasta las nubes, se llega a un remoto flanco amazónico de los andes cusqueños. A 5.000 m.s.n.m. y rodeados por glaciares sin hielo, la historia de los Q’ero equilibra entre lo mítico y lo crudo. Se dice, por ejemplo, que se trata del único grupo étnico de auténtica pureza inca. Que son los supervivientes de la expedición de Túpac Yupanqui al Kosñipata. Que son el último ayllu. Hijos legítimos del Sol. Que saben leer quipus. Y que pastan sus llamas en museos vivos del incanato.

Niños Q'ero Totorani descubren el arte de capturar imágenes.
Niños Q'ero Totorani descubren el arte de capturar imágenes.

Crudos son el clima y ese misterioso origen étnico jamás desvelado. Menos si su ciudadanía viste camisetas del Manchester United, ya en perfecto maridaje con el imponente paisaje que gobierna los cinco pueblos: Japu, Quiko, Hatun Q’ero, Markachea y Totorani. Hacia este último lugar avanza trabajosamente el convoy de caballos cargando fotógrafos. Tres horas de descenso desde las nubes altas hasta las nubes medias para instalar el campamento en un gigantesco cráter de piedra quemada por el hielo.

Oleadas de niños Q’ero descienden de sus cabañas y reciben una cámara. Fascinados ante la visión del paisaje cotidiano a través de un rectángulo electrónico, fotografían piedras, llamas, flores, cumbres y la preciosa pelota de fútbol, su única diversión.

Los acordes de la bandurria del señor alcalde rubrican, cuatro días después, la exposición fotográfica. Cuidadas dosis de licor de caña transparentan el cristal donde el mundo inca, efectivamente, vibra.

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