ENRIQUE SÁNCHEZ

Aleyda Quevedo Rojas es una de las voces más importantes de la poesía ecuatoriana actual. Es Premio Nacional de Poesía Jorge Carrera Andrade, autora de ocho libros e invitada frecuente a los principales festivales de poesía en el mundo. Ha sido traducida al inglés, francés, portugués, hebreo, italiano y árabe. También figura en importantes antologías de la poesía latinoamericana.

¿A qué generación perteneces y cuáles son tus rasgos literarios generacionales? Nací en 1972. Mi primer libro se publicó bajo el título “Cambio en los climas del corazón” en 1989, y me formé con lecturas compartidas, talleres de escritura, vivencias y conversaciones de café y cerveza con poetas nacidos en los 60. No quiero establecer ataduras generacionales. Los escritores somos un conjunto de tradiciones diversas y he recibido influencias definitivas y aleccionadoras, tanto del maestro Efraín Jara, que tiene cerca de 90 años y un humor vibrante que ojalá yo pudiera imitar, así como me siento cercana al desenfado de un poeta loquísimo y coherente en sus escritos, como Fernando Escobar Páez, que no llega a los 33.

¿Tu desarrollo poético tuvo en cuenta la tradición ecuatoriana o la internacional? A lo largo del tiempo que llevo escribiendo poesía y haciendo periodismo , he llegado a la certeza de que uno es lo que lee. Son los libros que uno lee los que van perfilándote como escritor, como lector, como viajero. Las lecturas construyen una actitud de vida, pero además, las cosas que leemos y cómo nos apropiamos de ellas, nos convierten en lo que somos. Comencé mis lecturas cuando tenía 13 años y lo primero que llegó a mis manos fue la poesía de César Vallejo y de Blanca Varela ; después vinieron Góngora, Francisco de Quevedo, los poetas norteamericanos que sigo releyendo y adorando: Whitman, Cummings, Frost, Bishop, Williams, Bukowski, Lee Masters y, claro, otros indispensables como Cavafis, Pessoa, Gullar, Sabines, Paz , entre otros.

Tu producción tiene un fuerte acento en el erotismo y en la mirada femenina de la vida. ¿Cómo llegaste a eso? En el delicado y frágil territorio de la imaginación, el deseo, y el juego apasionado del amor, es donde se mueven las fantasías sexuales. Una fantasía siempre roza una estética y crea un mundo íntimo y personal, que supera las visiones de género. Confieso que de un sueño erótico hice un poema breve, a la manera japonesa del haiku. El poema primero fue un sueño que mojó mi ropa de dormir, y luego de mucho trabajo con el lenguaje, llegó a convertirse en estas tres líneas, que llamé “Hai-Ku de los pájaros”: “Cuidaré tus pájaros / pero me niego / a hacer el amor en la jaula”. Muchos han convertido este haiku en una especie de manifiesto feminista contemporáneo, y a mí me gusta que los lectores se apropien del poema para defender derechos humanos universales; la poesía es útil para muchas cosas.

¿Te sientes próxima o distinta de las poetas peruanas del 80 que poetizaron el cuerpo? Ellas me influyeron. “Noches de adrenalina” fue un libro total, y a Silva Santisteban, Dreyfus, Pollarolo, Alba las he leído muchísimo y, si cabe, me siento muy próxima. Esta sí fue una corriente que propuso una nueva manera de decir el amor, el cuerpo, las relaciones de pareja, las diferencias de género. “Asuntos circunstanciales” de Rocío Silva, que aparece en 1989, es un libro clave en mi formación.

¿Cómo decidiste participar en la antología de poesía lésbica “Voces de Lilith”? “Voces de Lilith” es un libro irreverente y altamente transgresor al plantearse la visibilidad lésbica y la diferencia, que hace menos homogéneo y aburrido al mundo; y porque muchas escritoras se negaron a participar por el miedo y el prejuicio a ser tachadas de lesbianas. Las que estamos también vencimos esos miedillos tontos. Personalmente, me tiene sin cuidado que piensen que soy gay o no. A mí me gustan mucho los hombres y las mujeres también, en la literatura hay que ser un poco andrógino. Creo, además, que en esta antología lo que más hay es calidad. No es un catálogo de autoras lesbianas, contiene textos que tratan esta temática específica y poco difundida en el mundo entero.

¿Qué lazos ves entre la poesía peruana y la ecuatoriana? Muchos. Desde Olmedo, que muchos creen que es peruano, pero es guayaquileño, pasando por Toño Cisneros , quien dejó, como uno de sus últimos libros de poesía: ‘Un crucero a las islas Galápagos’, hasta el Festival Internacional de Poesía de Lima. También están muchas redes y revistas digitales, así como esfuerzos editoriales independientes y libros de editoriales cartoneras, que permiten conocernos mejor e intercambiar de forma fluida lo que se está escribiendo.