Alejandro Alayza. (Foto: César Campos)
Alejandro Alayza. (Foto: César Campos)
Enrique Planas

Si se lo preguntan, dirá que su trabajo es dilucidar la cuestión de la figura humana. Algo que, a los 72 años, confiesa no haber logrado definir. Al pintar, busca una figura que no obedece a la tradición occidental ni a la prehispánica. Se aleja de la intención realista para, como señala la curadora de arte Sharon Lerner, interesarse en una figuración a medio camino entre lo real y lo ilusorio, imágenes atemporales obtenidas de los lugares más recónditos del recuerdo y la memoria. "Mi preocupación ha sido construir una imagen cuyo sentido nace de lo interior, de lo emocional", afirma el artista, quien asiste, no sin sorpresa, a la presentación de su primera retrospectiva en el Icpna de Miraflores.

"Esta retrospectiva no fue idea mía, sino de Hortensia, mi mujer", nos advierte al visitarlo en su casa-taller en Barranco. Y añade: "Ella lo tiene muy claro porque viene de una familia de administrativos. Sumó los cincuenta años de mi trabajo y me dijo: 'Te toca hacer una retrospectiva'. La verdad, yo prefiero el trabajo en el taller, pintar cuadros es lo que me encanta. La otra parte, reunir mi obra, es como pasar por el confesionario".

"Alejandro Alayza: una retrospectiva (1968-2018)", título de la muestra curada por Sharon Lerner, reúne en la galería del Icpna, desde el 14 de noviembre, medio siglo de trabajo de uno de nuestros mayores exponentes de la pintura figurativa. Sus primeros dibujos y caricaturas; sus óleos de gran y pequeño formato; sus personajes, paisajes y bodegones cargados de espiritualidad y característico humor.

—Por tradición familiar, ¿era fácil imaginar que en vez de pintor, hubiera sido un exitoso abogado. ¿Cómo así escapó de ese destino?
Mi padre [Ernesto Alayza Grundy] era político. Fundó la Democracia Cristiana, lo que ahora es el PPC. Fue promotor de liderazgos, y uno de los que más ha trabajado al lado del padre Felipe McGregor en la Universidad Católica. Pero yo no quería hacer eso.

—¿Por qué?
No quería ser abogado. Veía todo ese mundo y no quería pertenecer a él. Prefería estar en el llano.

—Era una época en que se podía cuestionar a los políticos, pero daba gusto escucharlos...
Eran otros tiempos. No eran gente que buscaba copar el poder, sino que entendía que se debía tener una ideología, un concepto de lo que se quería hacer, y trabajar de acuerdo a unas ideas. Ahora hay solo caciques. Desde mis años en la Católica, siempre estuve metido en política, siempre más a la izquierda que mi padre. Él se reía de nosotros, y los domingos nos decía: "Hoy no se habla de política, hoy nos sentamos a la mesa a conversar". A mis hermanos sí les interesó trabajar en política, pero a mí me interesaba el arte.

— ¿Cómo fueron esos primeros años universitarios?
Luego de hacer mis dos años de Letras, pasé a la Facultad de Arte. Ese año justamente se cerró Bellas Artes, y todos sus alumnos pasaron a la Católica. Nuestra promoción fue variopinta, y ese elemento le dio otro carácter. Entonces el fundo Pando era una chacra, no había nada, solo los maizales que sembraban los estudiantes de Agronomía. Los estudiantes de Arte éramos los dueños de la pampa.

—¿Esa relación con el paisaje les dio otra visión?
Sí: pensar que la pintura y la manualidad nos iba a dar eficacia y fuerza. Y creo que sí nos la ha dado. Eran cosas de las que nos dimos cuenta sin tener una explicación racional.

—¿ Cómo define la manualidad?
Hay una inteligencia producida en la relación con el trabajo manual. La manualidad te permite pensar hasta donde uses la herramienta. Cuando la herramienta es sencilla, la manualidad es parte de un proceso intelectual. Tú puedes leer filosofía, y pensar que el autor tiene razón, pero no lo puedes verificar. En cambio, en la pintura, en la manualidad, tú verificas lo que has pensado. Y esa verificación produce libertad.

—Esta es su primera retrospectiva. Supongo que para usted ha sido una experiencia muy distinta a la de exponer su obra en galerías.
Así es. Hay pintores que les gusta vender y otros a los que les interesa pintar. Son diferentes personalidades. Ahora, he descubierto otro personaje en esta historia: el curador. Sharon (Lerner) es estupenda. No siento el peso de todo esto gracias a ella.

—¿Cómo ha sido el diálogo entre artista y curador?
Muy bueno, muy sencillo. Ella fue mi alumna de Pintura en la universidad. Ahora es curadora, pero su formación es artesanal. Para la retrospectiva, armó una lista de cuadros totalmente diferente a los que se suele considerar los más interesantes. Ella recogió todos los cuadros con personajes, los que otros consideran feos. Pero Sharon los ve interesantes. Está presentando mi obra desde un punto de vista nuevo. En la galería suelen preferir el bodegón, el paisaje, las cosas más tranquilas. Yo he dejado que Sharon haga lo que quiera, que no es precisamente lo que yo quiero. Hay cosas que pienso que deberían estar y no están. Pero no importa, es su opinión. ¡Y tiene razón!

—Ella se ha sentido mucho más atraída por sus personajes...
Mucho más. A mí siempre me han interesado los personajes, y me molestaba cuando me hablaban mal de ellos. Pero no decía nada: de algo uno tiene que vivir. Siempre he pintado figuras, con una visión personal.

—Siempre ha afirmado tener "dificultad" para pintar la figura humana. ¿Es verdad o es pura modestia?
Es verdad. Pero Sharon dice que no, que no se trata de dificultad, sino de una manera diferente de hacer la figura. Y al verlo todo junto, de verdad te sientes poderoso.

—Curiosamente, usted llegó al figurativismo desde el trabajo con la abstracción...
Siempre quise contar cosas con la figura, pero siempre nos explicaban [sus maestros Adolfo Winternitz, Fernando de Szyszlo y Anna Macagno] que la pintura era color, forma y espacio y que contar cosas era para la literatura. Sin embargo, ves la pintura cusqueña y sabes que fue un invento de la contrarreforma para contar sus historias. La enseñanza en la Católica siempre fue abstracta. Adolfo Winternitz peleó toda su vida por ser pintor-pintor, y Fernando de Szyszlo lo mismo. ¡Y yo llegaba a la facultad a hacer monos!

—¿Qué siente cuando en una retrospectiva sus cuadros regresan como hijos pródigos?
Hay algunos que me gustaría retocar, pero le he jurado a Sharon que no voy a tocar nada. Pero veo cosas que hice y pienso que ahora lo haría de otra forma. Siempre pienso todo a futuro. Pero me asombra ver las cosas juntas, cómo se ha ensamblado todo.

—¿No se permite un momento de nostalgia?
Por su naturaleza, la pintura no puede ser nostálgica. Tú siempre estás pensando en el siguiente cuadro. La nostalgia no se trata de regresar sobre el pasado, sino pensar siempre en el futuro. Como añoraba Szyszlo: volver a tener 20 años para seguir pintando algo nuevo. Mientras más viejos nos hacemos, más ansiamos eso.

—¿Cuánto extraña a Fernando de Szyszlo?
Era un gran paraguas. Cuando había mucho pleito, tenías con él donde guarecerte. Si no tenías claras las cosas, mirabas lo que él hacía y tenías una línea. Tenía su lado oscuro, como todos, pero en su trabajo siempre había una opinión de pintor, firme, fuerte.

​Más información

Lugar: galería Germán Krüger Espantoso del Icpna.
Dirección: Av. Angamos Oeste 120, Miraflores.
Temporada: del 14 de noviembre al 31 de diciembre.
Ingreso: libre.

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