Juan Javier Salazar murió a los 61 años
Juan Javier Salazar murió a los 61 años
Juan Carlos Fangacio

La partida de es de aquellas que no pueden sino ser impactantes e inesperadas. Un infarto interrumpió a sus 61 años una carrera tremendamente prolífica y, sobre todo, una vida de puro brío, humor y provocación. Una vida en la que su arte destacó por su irreverencia ante el sistema imperante. “Actualmente existe mucho arte basado en el arte –le decía hace poco más de un mes el artista a El Dominical de El Comercio–. Pero a mí lo que me interesa es que esté basado en la vida real, en la vida cotidiana y colectiva”.

Por eso era habitual verlo treparse al transporte público limeño cada Fiestas Patrias –en una suerte de performance ambulatoria– para vender sus 'perucitos', unos pequeños mapas del Perú hechos de tela y con apariencia de jaguar. Y con la mejor labia del comerciante con calle, se las ingeniaba para transar su mordaz mercancía. “Señor, señorita, cómpreme el Perú antes que se me acabe”.

Y es que desde sus inicios entre los años 70 y 80, en los que formó parte del grupo Paréntesis y del taller Huayco EPS, Salazar supo fijarse en los problemas más sensibles y complejos de la sociedad peruana para enfrentarlos con irreverencia, con una ironía que podía resultar hasta incómoda, pero siempre necesaria para sacudirnos. Como cuando criticaba el filón derrotista de un héroe como Francisco Bolognesi, por ejemplo; o cuando intervino la estatua de Francisco Pizarro cubriéndola con una gran tela de motivos incaicos.

“Tenía un sentido del humor excepcional y a la vez era intelectualmente sofisticado, contenía múltiples capas”, señala el curador e investigador Max Hernández Calvo, quien también destaca su habilidad para repensar el mercado del arte y darle un mayor alcance, hacerlo más democrático.

—Lucidez y carácter—

El artista Alfredo Márquez, uno de sus más entrañables amigos, lo recuerda no solo como uno de los personajes más importantes para la cultura peruana, sino como “un creador de ilusiones”. “Era un genio muy generoso y muy tierno. Estoy absolutamente desconsolado”, afirma.

En “Perú, país del mañana”, acaso su obra más reconocible, Salazar retrucó las típicas imágenes de láminas escolares para representar a todos los presidentes del Perú enunciando una palabra tan simple como demoledora: "Mañana", decían todos en esta historia de aplazamientos, de urgencias postergadas, de lavadas de manos. Una historia política y social, un 'dejar-para-más-tarde' que nos condena (y que seguramente lo seguirá haciendo).

“Me parece que el tiempo es una de las medidas importantes en el arte”, dijo alguna vez con la lucidez extraordinaria que lo caracterizaba. Y claro, pues así funcionan las antípodas: si nuestros políticos son los reyes del mañana, los artistas como Salazar pertenecen siempre al ayer, al reconocimiento tardío. Porque ayer se podrá haber ido un gran artista, pero hoy luce más presente y necesario que nunca.

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