ENRIQUE PLANAS

Ella escribe la historia de un gigante que fracasó en el básquet argentino y conoció la gloria en la lucha libre al lado de Hulk Hogan. Se sienta al lado de la joven madre acusada por asesinar a su bebe recién nacido. Comparte la vida cotidiana, entre fragmentos de hueso y memoria, con el Equipo Argentino de Antropología Forense. Invitada a Lima por la Feria Internacional del Libro, la periodista argentina Leila Guerriero (Junín, provincia de Buenos Aires, 1967) investiga en la complejidad de lo ordinario para ofrecernos historias de personas a las que, de pronto, la vida les coloca encima un reflector.

¿Vivimos realmente el llamado “boom” de la crónica en Latinoamérica? No me lo creo. Cuando haya cuarenta revistas donde publicar notas de 70 mil caracteres, pagándoles a los periodistas para que se sienten a trabajar, hablaremos de un “boom”. Pero ahora tenemos las cinco revistas de siempre.

Gran parte de la crónica escrita en Latinoamérica se enfoca en temas como el narcotráfico y nuestros personajes más “freak”. ¿Crees que los cronistas están definiendo una imagen de América Latina deformada, al gusto de la mirada foránea? Hay algo de verdad en eso. Me parece que la crónica latinoamericana tiene una enorme deuda con los temas. ¿Por qué no aplicar la misma mirada sesuda, desprejuiciada, que le damos al pobre o al narco, a las clases altas y el poder, por ejemplo? ¿Así como me cuentan la historia de la señora que tiene siete hijos narcos, por qué no me cuentan la de la señora más rica del país? ¡Estamos regalando esa historia a las revistas funcionales a esa clase social! Los periodistas estadounidenses lo han hecho muy bien: han recorrido desde el lobby del Ritz hasta el último tugurio, como lo hizo Hunter S. Thompson. Nuestra visión tradicional de la crónica contribuye a esta visión folclórica que se tiene fuera de Latinoamérica. Apelamos siempre a la tragedia y a la pobreza. ¿Por qué no somos capaces de contar historias felices? Nos estamos perdiendo el 50% de la realidad.

Lo curioso es que en tu libro dices cuánto te aburre Hunter S. Thompson [Ríe] Y me sigue aburriendo…

Es una especie de santo para los cronistas, que impuso el concepto de periodismo gonzo, protagonista de su artículo. ¿Hay un exceso de la primera persona en la crónica actual? Me encrespa cuando el periodista se pone en primer plano. Y no necesita abusar del yo. También puede ofrecer largas peroratas de opinión en tercera persona. Como dice Martín Caparrós: “Una cosa es escribir en primera persona y otra escribir sobre la primera persona”. En principio, siempre tengo claro que la historia de un periodista no tiene por qué importarle al lector. Lo que tiene que haber es una mirada. Creo que el de Hunter S. Thompson fue un momento necesario en su época, cuando había que ir a poner el cuerpo. No estoy en contra del periodismo gonzo, y estuvo bien que se hiciera en los sesenta. Pero creo que podemos pasar a otra cosa.

En tus crónicas no hay lugar para el adjetivo. No existen frases subordinadas. Todo lo resuelves con frases breves, declaraciones e información. ¿Es una intención consciente para separarte de la historia que cuentas? Hay una decisión de estilo. Usar un lenguaje muy seco, casi sin adjetivos. Intento decir al lector: esto es lo que creo que vi, decida usted si le parece encomiable u horroroso. De hecho, las lecturas de mis textos son muy diversas.

El tiempo es un cómplice para un trabajo como el tuyo. ¿Qué espacio le queda al periodista que escribe crónicas en tiempos en que las nuevas tecnologías lo vuelven todo más inmediato? La crónica siempre va a ser un género marginal, nunca central. Es para gente que se toma media hora para leerla, que no son la mayoría. No sé cómo las nuevas tecnologías modificarán en el futuro la lectura de textos más largos, pero creo que en un mundo cada vez más complejo, estos textos largos ayudarán a entenderlo mejor que a través de la línea de un flash. Lo que pasó con el maquinista del tren en España, por ejemplo. La noticia nos habla de esa catástrofe. A lo mejor, la crónica lo que hará será volver dentro de cinco años a contar la historia de ese señor, ver lo que le pasó con una mirada más reposada. La crónica es lo contrario a la noticia. Por definición, el cronista siempre llega tarde. ¡Es el tipo que siempre llega tarde a todas partes! Mientras la noticia ocurre, no sé si se puede tener una mirada distante frente a ella.