Diego Armando falleció el reciente miércoles, a los 60 años. (Foto: AFP)
Diego Armando falleció el reciente miércoles, a los 60 años. (Foto: AFP)
/ SVEN NACKSTRAND
Ricardo Hinojosa Lizárraga

En una villa nací/ fue el deseo de Dios/ crecer y sobrevivir a la humilde expresión/ enfrentar la adversidad/ con afán de ganarme en cada paso la vida”, cantaba Diego sobre el escenario de un local lleno solo por sus amigos y familia. Revivía el tema/homenaje que su amigo Rodrigo, fallecido trágicamente a mediados del año 2000, le compuso a fines del siglo pasado. Esta vez no era una de aquellas fiestas espontáneas e ilimitadas que lo rodearon siempre fuera de las canchas, sino la grabación de un documental sobre su vida que aprovechaba para un acto poético en el que, a la manera de Walt Whitman, podía decir: “Me celebro y me canto a mí mismo”.

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El director de aquel documental era Emir Kusturica, nacido en los convulsos Balcanes en 1954, apenas 6 años antes que él. Desde allí gozó también la zurda maradoniana y se unió a su credo. Un ejemplo perfecto de cómo el talento del 10 era tan grande que se desparramaba desde los estadios y las canchas hacia el mundo terrenal, por todos sus confines.

El pequeño cebollita que dijo que quería jugar un Mundial y ser campeón en su primera entrevista, a los 12 años, había demostrado que incluso los elegidos debían luchar por sus sueños. Si los comentaristas deportivos pudieron hacer leyenda sobre la leyenda -como ocurrió con Víctor Hugo Morales en “la jugada de todos los tiempos” ante los ingleses, en México 86-, no fue menor la reacción de escritores, cantantes, músicos o directores de cine. Ni antes ni después en la historia un jugador de fútbol se hizo tan parte de la cultura popular, a pesar de sus pecados y desgracias (o, muy probablemente por ellos mismos). Para sus hinchas, un superhéroe lo era con máscara o sin ella.

Además del documental de Kusturica, películas como “El camino de San Diego” (Carlos Sorín, 2006) o El día que Maradona conoció a Gardel (Rodolfo Pagliere, 1996); los documentales Amando a Maradona (Javier M. Velásquez, 2005) o Maradonápoli (Alessio Maria Federici, 2017); o la serie documental Maradona en Sinaloa (Angus McQueen, 2019) han retratado en la pantalla su vida y la pasión que suscita.

“Jugaba mejor que nadie a pesar de la cocaína, y no por ella”, escribió el uruguayo Eduardo Galeano en El fútbol a sol y sombra. “Maradona ha sido un caso de bipolaridad extrema: la fascinación que ejerce se debe en buena medida a su condición de triunfador autodestructivo”, escribió el mexicano Juan Villoro en Balón dividido. Y agregó, más adelante: “Como el Inmortal que imaginó Borges, ha buscado en vano el río cuyas aguas conceden la mortalidad”. Confeso hincha de Boca, Martín Caparrós ha dicho: “Maradona jugaba como si todo lo que estuviera haciendo fuera imposible. Lo conseguía pero siempre estaba al borde de no conseguirlo. En cambio, Messi juega como si todo lo que hace fuera lo más normal del mundo”.

“Vivió más de lo que muchos suponían, pero menos de lo que hubiésemos deseado”, dijo hoy al conocer la triste noticia. Y es que hasta ahora, Diego parecía el protagonista de una repetida película en la que siempre se veía a punto de caer vencido, pero al final terminaba apareciendo, sano y salvo, para llevarse el triunfo.

“La pelota no se mancha”, dijo en su despedida del fútbol en noviembre del 2001. Antes de la retirada, el icono maltrecho y trasnochado reivindicaba al deporte por encima de sus errores. Como escribió el cronista mexicano Juan Villoro: “Maradona es el autor argentino mejor pagado por no escribir un libro”. En su propio libro, Dios es redondo, Villoro cuenta que el 2004 la revista SoHo le propuso anticipar una nota necrológica sobre una celebridad y él escribió sobre Diego: “Si Onetti descubrió que una persona podía llevar varias vidas breves, Maradona encontró que podía sobreponerse a varias muertes breves”.

Otras plumas dieron su opinión, del mismo modo que cada cultura tiene su propio modo de llamar a Dios. Jimmy Burns, en “Maradona, la mano de Dios” y el mismo Diego en “Así ganamos la Copa. Mi mundial. Mi verdad”, cuentan detalles importantes de su carrera. Otros, le hacen una mención importante, como “Dios es redondo” (Juan Villoro), El futbol a sol y sombra (Eduardo Galeano), Esperando a Tito y otros cuentos de fútbol (Eduardo Sacheri); Hernán Casciari en Diario de una mujer gorda o en su cuento 10.6 segundos, inspirado en el gol del siglo; o Mario Benedetti, quien le dedicó el poema Hoy tu tiempo es real: “Ya no te sentirás solo ni extraño/ Vida tuya tendrás y muerte tuya/ Ha pasado otro año, y otros años/ Le has ganado a tus sombras, aleluya”.

A lo largo de su vida, además, sumó un extenso soundtrack de canciones, imposible de imaginar para ningún otro jugador de fútbol o, incluso, deportista de la historia, y que podría sonar a todo volumen para celebrarlo en cualquier fiesta. Desde temas como El día que me quieras, en la que hizo dúo con su amigo Andrés Calamaro; o Querida amiga, que cantó con Pimpinela en 1986, hasta las que le dedicaron a él: Maradó (Los Piojos); Santa Maradona (Mano Negra); La vida es una tómbola (Manu Chao); La mano de Dios (Rodrigo); Maradona (Andrés Calamaro); Maradona Blues (Charly García y Claudio Gabis); Me vieron cruzar (Calle 13); Dieguitos y Mafaldas (Joaquín Sabina); Capitán Pelusa (Los Cafres); Para siempre Diego (Ratones Paranoicos); Echo fuego (Attaque 77); o Life is Life (Opus), que no está dedicada a Maradona, pero se asocia a su figura por un famoso calentamiento en el Estadio Olímpico de Münich, con esa canción de fondo, antes de un partido de la Copa UEFA entre el local, Bayern, y el Nápoli.

Aquel 2008 en que se estrenó “Maradona by Kusturica” y asistió con el director al Festival de Cannes, sería nombrado entrenador de la selección argentina y viviría ya no un documental, sino su propia película dramática. Tres años antes, el 2005, en su programa de TV, Diego le mostró nuevamente al mundo la imposibilidad de que, como sucedía en tiempos bíblicos, un mortal volviera a hablar con Dios: se entrevistó a sí mismo.

“Si tuvieras que decirle unas palabras desde el cementerio a Maradona. ¿Qué le dirías?”, le preguntó el pibe de Villa Fiorito al ídolo de Nápoles y Boca.

“Gracias por haber jugado al fútbol”, contestó el 10. Y agregó: “Pondría una lápida que dijera: “Gracias a la pelota”.

En el principio, creó Diego los juegos y la tierra. Y la tierra estaba desordenada y vacía, y las tinieblas estaban sobre la haz del abismo –que luego conoció tan bien- y el espíritu de Diego se movía sobre las canchas. Y dijo Diego “Sea la luz”. Y fue la luz. Y como hace también la luz, nos mostró las infinitas posibilidades de sus tinieblas.

Sus constantes problemas familiares, denuncias por violencia de género y por posibles relaciones con menores de edad, además de los consabidos líos con el alcohol y las drogas son terrible prueba de ello.

Fiel a su carácter eterno y atemporal, Diego ha partido en el minuto 60 de su milésimo tiempo extra.

La mano de D10S

Para muchos, no se ha muerto un exjugador, sino el hermano mayor que nos enseñó a amar el fútbol. Argentina comienza hoy un duelo que rebasa colores y camisetas. Anunciaron tres días, pero sin duda serán más. Los argentinos, más que de River, Boca, Independiente, Racing, San Lorenzo o Newell`s; y mucho más aún que peronistas o antiperonistas, son profundamente maradonianos. Desde Jujuy o Salta hasta la Tierra del Fuego y Las Malvinas, pasando por la Bombonera o el estadio San Paolo, en la devoción a Maradona es en lo único en lo que pueden ponerse de acuerdo los argentinos del mundo.

“Maradona era la capital de la Argentina”, aseguró el Pollo Vignolo hoy en ESPN en vivo, al enterarse de la noticia. Poco antes había dicho: “¿Cómo seguir hablando de fútbol, si hoy murió el futbol?”.

Maradona apagó las luces de su estadio personal el mismo día que cerró los ojos su amigo Fidel Castro, con 4 años de diferencia. Ambos –junto al Che Guevara que Diego llevaba tatuado en el brazo- nacieron como revolucionarios en un mundo que también los vio más tarde convertirse en antihéroes o villanos. Quizás por esa naturaleza contradictoria, la Iglesia Maradoniana funciona contra la corriente, como su tótem: ellos tuvieron al ídolo en el altar desde antes de que muriera crucificado por nosotros.

Tal vez, al final de esta pesadilla, nos demos cuenta de que quienes hemos muerto somos nosotros, y que Diego sigue vivo, atlético, veloz, ágil, feliz, corriendo para siempre con la pelota en los pies, dejando en el camino a tanto inglés. Después de todo, Maradona no es una persona cualquiera. Como cantó su amigo Andrés Calamaro: es un ángel y se le ven las alas heridas. ¿Cómo, entonces, podría la FIFA cortarle las piernas realmente?

Lionel Messi, Cristiano Ronaldo, Neymar, Ibrahimovic, Griezmann, MBappé. Todos, jugadores increíbles, siguen en pie. Y vendrán Champions, eliminatorias, Mundiales seguramente fascinantes. Pero el fútbol nunca fue ni volverá a ser tan lindo como cuando lo jugaba Diego Armando Maradona.

¿Cómo será ahora el encuentro entre D10S y Dios?

Hace unos años, su compatriota Hernán Casciari escribió una profecía que, más allá de la relación con su nieto Benjamín –el hijo del Kun y Gianina, de 11 años-, quedaría trunca, sobre una mujer que rezaba por la salud del Diego y las razones por las que lo hacía, a pesar de pensar que era “un fanfarrón y un bocasucia”:

“(Rezo) Para que te cures, para que puedas descansar de todo el esfuerzo de haber sido único y te quede tiempo para ser un tipo común. Para que puedas ver a tus nietos, abrazarlos, y contarles quién fuiste. Debe ser muy lindo llegar a viejo, mirar a un nieto a los ojos y decirle, con el corazón despierto: “¿Sabés quién era yo? Yo era Diego Maradona”. Y estar vivo para contarlo”.

Quizás esta tarde –cuando el sol esté en su punto mayor, a una hora similar a la que lo vio anotarle dos goles históricos a Inglaterra hace 34 años en el Estadio Azteca- El Barbas –como le llamaba el Diego- lo vea llegar al cielo y se mande a narrar su llegada, imitando a Víctor Hugo Morales: “Arranca por la derecha, el genio del fútbol mundial… “, mientras una turba de demonios infiltrados y borrachos grita en coro: “Olé, olé, olé, olé, Diego, Diegooo…. Olé, olé, olé, olé, Diegooo, Diegooo”, y, como fondo, Los ratones Paranoicos cantan: “Quisiera ver al Diego para siempre, gambeteando por toda la eternidad”…

El hombre que dijo ante el mundo que la pelota no se mancha, hoy ha hecho al mundo entero usar la pelota de pañuelo. Porque, a pesar de sus aspectos más oscuros, la fe del hincha se refleja fiel y terriblemente en las palabras que se le atribuyen al maravilloso Negro Fontanarrosa: “A mí no me importa qué hizo Maradona con su vida. Me importa lo que hizo con la mía”.

¿De qué planeta viniste, barrilete cósmico?

Tal vez nunca lo sabremos.

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