MELVYN ARCE RUIZ @Estenopeica Redacción online
Mauricio Vargas Linares ha reconstruido en clave de novela el encuentro que tuvieron dos personajes claves de la historia latinoamericana: Simón Bolívar y José de San Martín. En Allí le dejo la gloria, el periodista colombiano que sorprendió en la FIL 2009 con el libro El mariscal que vivió de prisa, se enfoca en un ángulo, para él, olvidado por los historiadores: el lado humano de los personajes.
No es común que las personas, particularmente los jóvenes, generen empatía con los personajes históricos por verlos, como tú ya has dicho en entrevistas pasadas, como personajes acartonados. ¿Cómo es que tú empiezas a ver con pasión literaria a figuras como la del Mariscal Sucre, Simón Bolívar y José de San Martín? Empecé a interesarme por los personajes históricos desde muy joven. Un poco por instigación de mi padre (Germán Vargas Cantillo), que era un gran lector y tenía una biblioteca maravillosa. Él permanentemente me estaba invitando a leer sobre estos temas, pero en particular sobre uno: el mariscal Sucre. Ese fue el personaje a través del cual, en esa época, me empecé a aproximar a la historia de la Independencia. Mi padre me regaló un libro de cartas del mariscal de la biblioteca Ayacucho de Venezuela. Esa fue la primera aproximación que recuerdo más allá del estudio acartonado y clásico del colegio. Durante muchos años estuve siguiéndole las huellas al mariscal Sucre. Terminé mi bachillerato, empecé a trabajar como periodista y, después de muchos años, escribí mis primeras novela. Empecé con temas de actualidad y sobre todo relacionados con el ejercicio del periodismo y del poder. Pero en un momento dado avancé tanto en ese trabajo de investigación solo por curiosidad sobre Sucre que sentí la necesidad de escribir sobre él.
¿Y por qué escribir una novela y no un texto netamente histórico como un ensayo o una biografía? Parte de lo que me llevo a mí a escribir novela fue cierto agotamiento del periodismo. Años y años de periodismo, particularmente en tiempos enormemente violentos, momentos en los que creímos que Colombia no saldría adelante. A los periodistas de nuestra generación nos obligaron casi a matar el alma, porque si sentíamos no éramos capaces de escribir. Yo me rebelé contra eso, sentía la necesidad de darle vía libre a los sentimientos y el periodismo no es el escenario para eso. Si lo hacía iba a caer en la sensiblería y ese es uno de los peores defectos del periodista. Cuando sentí que, como lector, había concluido un ciclo de investigación sobre Sucre, pues ya estaba escribiendo novela. Era totalmente contra cíclico devolverme a un tema exclusivamente basado en hechos reales. Además, sentí la necesidad de avanzar en la novela porque estoy convencido de que a los historiadores, que hacen un enorme esfuerzo en la reconstrucción de los hechos, se les hace muy difícil y no se atreven a penetrar en el alma de estos personajes. Por eso el lector suele quedarse con una imagen incompleta. La novela puede abordar más eso. Buscar las motivaciones, los sentimientos, los sufrimientos, los dolores se le da más a la novela que a la historia. Y para poder hacer eso hay que investigar con tanto o más rigor que el historiador.
¿Y cómo evitar caer en la burla o en el error al escribir una novela histórica cuando al fin y al cabo se trata de la visión del autor sobre los hechos? La principal obligación del novelista histórico es tratar a los personajes con un enorme respeto, pero no me refiero al respeto que se le tiene a una estatua de bronce o a un retrato al óleo. Respetarlo es abordarlo en su integridad, entender sus virtudes, sus defectos, sus buenos y malos días, sus éxitos y fracasos como parte de un ciclo vital complejo. Respetar a un personaje histórico es lo mismo que respetar a un ser humano. Hay que entender que el personaje histórico tiene derecho a equivocarse y uno debe dejar el juicio de valor de lado. El elogio desmedido o la crítica desmedida hacen fallar al autor. Ese es el riesgo contra el que hay que vacunarse. El novelista histórico está obligado a ser tanto o más riguroso que el historiador, porque la credibilidad del edificio de ficción que construyes tiene que tener bases sólidas. Esto no quiere decir que uno no pueda tomarse libertades. Yo me las tomo. Por ejemplo, en el caso de Sucre, había siete meses de su vida totalmente perdidos. Se refugió en la Isla Trinidad tras un fracaso militar y no hay ninguna huella de lo que pasó allí. En casos como ese el novelista puede volar, llenar ese vacío con un ejercicio de ficción. Pero ese ejercicio de ficción tiene que respetar el ciclo existencial y vital del personaje. No podía yo escribir algo traído de los cabellos. La ficción no es una fantasía, es otra manera de contar la realidad.
¿Y en “Allí le dejo la gloria” qué licencias se tomó? Cree la narración sobre un espía patiano realista enviado por el Monseñor Jimenez de Enciso, el gran obispo de Pasto que sí existió en la vida real. Este espía llega a hacer espionaje en Guayaquil. También aparece un espía limeño. Ambos son personajes de ficción pero basados en hechos reales. Enviar espías era algo corriente en esa época. Todo el mundo tenía espías, quizás la historia no les hizo justifica porque hay muy poca documentación sobre ellos. Pero uno sabía que existían los espías por las cartas de Bolívar, Santander, de San Martín, de Sucre. Siempre hablan de los informes que reciben de personas enviadas en secreto. El recurso del espionaje estaba muy de moda en la época y quise acompañarla en la historia.
Muchas personas sostienen que el encuentro entre Bolívar y San Martín se debió a Guayaquil, pero tú sostienes que el verdadero interés era hablar del Perú San Martín pensaba que Bolívar todavía estaba en Quito y quería hablar sobre Guayaquil con él, pero cuando llega se entera que Bolívar no solo ya había llegado, sino que además ya ha resuelto el estatus de Guayaquil, ha garantizado que pertenezca a Colombia. Así que ese primer punto de la agenda ya estaba resuelto. San Martín se llegó a sentir tentado casi a no desembarcar, pero tenía otros temas quizás más prioritarios en la agenda: uno de ellos era garantizar el apoyo de las tropas de Independencia del Perú.
¿Y cómo hiciste para reconstruir esa reunión de la que supuestamente se sabe tan poco? Efectivamente existe la leyenda de que el contenido de esa reunión es desconocido porque se dio a puerta cerrada y sin testigos, pero no es así. Bolívar dejó varios documentos escritos, dictados en las horas siguientes a la reunión sobre lo que ocurrió, cuenta de qué hablaron y qué dijo cada uno. Años después, San Martín hizo lo mismo con cartas y respondiendo requerimientos de algún historiador o amigos. Hay documentos muy detallados incluso con frases citadas de manera integral. El misterio de Guayaquil es más un mito que otra cosa, un mito que a mí me conviene mucho porque como novelista me permite sorprender. Mi primer esfuerzo de investigación para la novela fue reconstruir el diálogo y resultó muchísimo más fácil de lo que yo me imaginaba, había mucha más documentación de la que todos creemos que hay. Cuando uno organiza todos los documentos que hay no es imposible reconstruir el diálogo. Al hacerlo me di cuenta de que la novela no era el encuentro de ambos, sino que ese iba a ser el momento climático de la historia, pero que la novela tenía que versar sobre quiénes eran esos hombres antes de llegar a Guayaquil. Hay muchos Bolívar, pero el que llega es uno en pleno ascenso hacia la gloria. Hay muchos San Martín, pero el que llega ya está desilusionado, ya ha sido traicionado y ha soportado los sin sabores del ejercicio del poder y está agotado. Saber esto es clave para el desenlace.
Las figuras femeninas también te han permitido reconstruir este lado emocional de Bolívar y San Martín Para mí fue muy agradable descubrir a los dos personajes femeninos que alimentan la historia de este encuentro: Manuela Sáenz, amante de Bolívar, y Rosa Campuzano, amante de San Martín. Ambas son muy importantes no solamente por lo que producen en sus amantes y por la amistad que construyen ambas antes de conocer a San Martín y Bolívar, sino por lo que representaban políticamente: las dos son ecuatorianas. Manuelita como quiteña y Rosa como guayaquileña: la primera entiende la angustia de los quiteños que quieren que Guayaquil no sea peruana y no se independice y la segunda, le transmite su angustia a San Martín porque Guayaquil defina su suerte y se anexe al Perú.
¿Crees que la novela histórica puede ser esa herramienta perfecta para rescatar la historia para nuevas generaciones? Creo que el favor que la novela histórica le puede hacer a estos tiempos de frenesí en que la gente mira más hacia el presente y un poco más hacia adelante es acercar a la gente, en particular a los jóvenes, a personajes que vieron como de oleo o de cartón y volverlos humanos. Así es más fácil hacerse amigos de ellos.
EL DATO Allí le dejo la gloria ha sido publicada en el Perú por la editorial Planeta. El libro ya se encuentra a la venta.