CARLOS BATALLA
Roberto Bolaño nació en Chile, vivió en México y escribió desde 1977 en España lo mejor de su literatura. Su primera aventura fue con la poesía, con “Reinventar el amor” (1976), donde avistó lo sórdido en lo cotidiano. El infrarrealismo de los años 70 en México lo vinculó con un lenguaje iconoclasta, sarcástico y de corte vanguardista. Pero sus novelas y cuentos son los que revelarían su verdadero universo personal.
Todo empezó con la novela escrita con Antoni García Porta, “Consejos de un discípulo de Morrison a un fanático de Joyce” (1984). Luego halló en la novela policial la puerta de ingreso al azar, la intriga y la violencia, en un marco urbano al que tomó el pulso desde el comienzo de su trabajo.
En 1993 publicó “La pista de hielo”, una novela negra donde confluían tres historias que vislumbraban la polifonía, el desencuentro y la derrota como claves narrativas. Ese año Bolaño se enteró de la gravedad de su mal hepático y su reacción instintiva fue sumergirse en la literatura.
Tres libros muy distintos aparecieron en los años 90: “Estrella distante” (1993), una novela-fábula de la degradación humana encarnada en un personaje de la peor etapa de Chile; “La senda de los elefantes” (1994), que acentuó su maestría narrativa; y luego la extraña antología “La literatura nazi en América” (1996), donde reunió a autores y obras ficticias en un recuento crítico y de humor negro.
Los cuentos de “Llamadas telefónicas” (1997), de personajes apasionados y marcados por un signo trágico, anunciarían lo que estaba por revelarse: el centro vital del mundo bolañesco.
Ello ocurrió con “Los detectives salvajes” (1998), una hazaña del lenguaje, una historia de errantes como la del propio Bolaño, donde los cambios de escenarios y tiempos narrativos acababan con todo lo predecible. Algunos críticos lo compararon con “Rayuela” de Julio Cortázar, algo que rechaza el autor. Era la novela que se esperaba desde hacía 20 años, en la que sobresalían una sensibilidad narrativa particular y una explosión de interrelaciones de personajes e historias.
“Los detectives salvajes” obtuvo el Premio Herralde 1998 y el Premio Rómulo Gallegos 1999, y Bolaño consiguió con ella la firmeza de un estilo, en un mundo de obsesiones, fijaciones y manías literarias que lo llevó a escribir y publicar con la desesperación de quien luchaba contra el tiempo.
Roberto Bolaño murió el 15 de julio del 2003, en Barcelona, España. De sus manuscritos salió otra obra maestra: “2666” (2004), novela póstuma de más de mil páginas, que sigue provocando a la crítica que la califica de “alegoría”, “testamento” o “algo descomunal”.
Los años recientes han sido de reediciones y también de publicación de relatos en proceso, reunidos en “El secreto del mal” (2007), que fue lo último que escribió antes de morir. Su obra completa está en una etapa de registro y paulatina exposición. Ahora solo quedan muchos libros –dicen que hay 15 inéditos– y cada uno, a su manera, es un pequeño universo de una infinita galaxia: la galaxia Bolaño.