Te conté cosas. Las cosas que a mí me han llamado la atención. El amor se lo dejé a los poetas. A veces el amor de los letristas es mal consejero y yo soy letrista. Tengo imágenes poéticas, pero soy letrista… buena letrista si tú quieres. Me fijo mucho en no usar un adjetivo calificativo si no es el exacto. Por ejemplo, hay un momento en que digo al referirme a una rosa: “Rastrillada en el aire, peligrosa”. Entonces sí lo pongo. Luego trato de hablar en primera persona cuando es un gallo de riña o un joven muerto; y cuando te cuento de algo mío hablo en tercera persona. A mí no me hice sino tres canciones. Una “A mi pobre voz”, otra “A ese arar en el mar” y la otra a quién sabe qué. No fui nunca sujeto, pero tengo buenos sujetos. Chabuca Granda (Apurímac, 1920- Miami, 1983)
MELVYN ARCE RUIZ (@estenopeica) Redacción Online
A Chabuca Granda le gustaba componer de noche, pero “La flor de la canela” brotó con la luz del día. Era el año 1950 y la inspiración llegó con la madrugada y en forma de petición. María Isabel Granda y Larco –Isabela para algunos, Chabela para otros, Chabuca para el mundo- interrumpía la jarana de cumpleaños que se había armado en la casa del cantante José Moreno para contarle lo agobiada que estaba por una canción que no podía terminar. Se acercó al balcón que daba hacia la Plaza Dos de Mayo y le dijo: “Déjame que te cuente, limeño”. Se quedó perpleja por unos segundos y luego dirigió la mirada hacia Óscar Avilés, el “guitarrista que evitó que la música criolla muriera de tundete”, para acabar con un extenuante silencio: “Esta era la frase que faltaba para terminar la canción”.
DOS ACTOS ANTES DE UN GRAN FINAL Un año atrás, Chabuca Granda había descubierto sin querer su camino hacia la gloria. ”Yo canto como un perro, o como un gato si quieres. Las canciones de otros con esta voz de San Bernardo no me atrevo a cantarlas, pero las mías por qué no. Y como soy una bisagra con swing, me lancé”. Así, entre azuzada por amigos y por una elocuencia que siempre la hizo distinguirse, escribió “Lima de veras”, su primera canción. Esta fue presentada a un concurso organizado por el club de Leones de Lima y ganó. Sucedió lo mismo con “Callecita encendida”, la segunda canción que escribió; y con “Zaguán”, la tercera; y “Tun Tun”, la cuarta. Cuando fue a recibir el premio por esta última, presenció un discurso que allí mismo daba el historiador Raúl Porras Barrenechea. Una de las frases que este pronunció sería el germen de la trilogía más recordada del vals criollo: la de “el puente, el río y la alameda”. La semilla de la flor había sido sembrada. Solo faltaba ponerle un poquito de canela.
Lo que dijo nuestro historiador, con esa humildad de grande que tenía, se unió a algo hermoso y carísimo para mí, como fue la visita de doña Victoria Angulo, señora limeña de raza negra cuya prestancia y solera ameritaba que Lima se alfombrase toda para que ella volviera a pasar.
Chabuca Granda, que se había divorciado del piloto brasileño Enrique Fuller, trabajaba en la Botica Francesa como asesora de belleza de las clientas de la línea Helena Rubinstein. Cuando recibió un nuevo premio por su más reciente composición, un grupo de amigas acudió al lugar a saludarla. Sorprendida quedó Granda al ver que también llegaba a repetir el noble gesto doña Victoria Angulo Loyola, la mujer que acudía con frecuencia a su casa en “los Barrancos”, como solía decir Chabuca, para lavar la ropa de todo el vecindario.
“Al despedirse de mí, me dijo: “Hoy me voy a pie, hija”. Y yo que sabía que ella vivía bajo el puente del Rímac, recordé aquello que dijo Porras Barrenechea de la piedad para el puente, el río y la alameda”. La imaginación de Chabuca empezó a andar: la flor de la canela “caminaba airosa” hacia su hogar. Sus mejillas ruborizadas se convertían en “rosas en la cara” y el cabello cano en “jazmines en el pelo”. Ya solo faltaba el gran final, o para ceñirnos mejor a las estrofas, el gran inicio.
UN VIAJE ETERNO POR EL MUNDO “Chabuca nos había hablado de un tema que había compuesto y al que le faltaba la última parte. El día de la fiesta de José Moreno, yo estaba en otro mundo, cuando ella celebró su hallazgo tras abrir el balcón de par en par. ¿Recuerdas esa línea de “Déjame que te diga, Moreno”? Podrías pensar que se trata de un guapeo limeño al cantar, pero no. Se refiere a José Moreno, el dueño de la casa”, contó Óscar Avilés al programa “Hombres de este siglo” al recordar lo ocurrido.
El nacimiento de la canción fue registrado con la fecha 7 de enero de 1950 por Chabuca Granda, tiempo en el que se grabaría una primera versión con el grupo Los Morochucos. Sería recién en 1953 que la canción ganaría popularidad con la grabación del trío Los Chamas y viajaría por el mundo después junto con el paso de Chabuca por países como Argentina, México y España. En este último país “La flor de la canela” sería adoptada por María Dolores Pradera. La versión de la cantante, considerada como una de las grandes de la música latinoamericana en España, sería la primera parada de un viaje sin retorno de una canción que ha sido abrazada por el mundo.
Dicen que la canela es el talismán de los gitanos en España y Chabuca Granda puede dar fe de ello. Cuando el periodista Joaquín Soler Serrano le preguntó por el significado de este tema en su vida, ella lo dejó claro: “A ella le debo todo”.