Bienvenidos a la Ciudad Nuclear: Entrevista a Mario Guerra
Bienvenidos a la Ciudad Nuclear: Entrevista a Mario Guerra
Enrique Planas

Un reactor nuclear no necesita estallar para dejar a su alrededor desolación y olvido. A veces, ni siquiera es necesario concluir su construcción. “La obra del siglo”, cinta del director cubano Carlos M. Quintela, nos muestra el fracaso de uno de los proyectos más ambiciosos del Gobierno Cubano en los años ochenta, abortado tras el desmoronamiento del bloque socialista. La cinta, de una enorme dimensión alegó- rica, nos presenta la vida de tres hombres solos, abuelo, padre y nieto (Mario Balmaseda, Mario Guerra y Leonardo Gascón, respectivamente), compartiendo desengaños, aislamiento, rencores, miedos y tristeza en un estrecho departamento del edificio multifamiliar donde viven, construido cerca del reactor, en la llamada Ciudad Nuclear.

—¿El fracaso de la Ciudad Nuclear y el abandono de su central es el símbolo del fracaso del mismo sistema cubano?

El arte es polisémico y puede haber tantas lecturas como personas existen, pero es cierto que la construcción de la Ciudad Nuclear fue un fracaso, como tantos otros. La película está llena de símbolos, y perfectamente podría ser una analogía del fracaso del sistema.

Entre los símbolos recurrentes, está el pez en su pecera, que parece representar a esas personas encerradas en una ciudad fantasma...

Exactamente. El pez es un símbolo de esa asfixia. Yo estuve en ese pueblo, cerca de Cienfuegos. No exagero si te digo que en ese lugar las personas caminan como zombis. Para mi papel, conocí a un ingeniero nuclear que estudió en la Unión Soviética. Fui a su casa, y tanto su historia como su espíritu me conmovieron. Era un hombre triste, callado, que aceptaba la realidad sin regreso, y sin saber hacia dónde va.

—La existencia de aquella ciudad puede ser una sorpresa para muchos espectadores, como si hubiera sido escondida del mundo...

Los cubanos sabemos que desde los años 80 se construía esa ciudad, y todos creíamos en la viabilidad del proyecto. Pero cayó el bloque socialista y el proyecto se quedó en la oscuridad. Al silenciarlo, llegó la desmemoria. Nunca más se habló oficialmente de ese lugar. Allá hay ingenieros, técnicos, profesores, que viven entre edificios destruidos, como fantasmas.

Además de lo simbólico del filme, “La obra del siglo” cuenta la historia cotidiana de una familia de hombres, todos abandonados por sus mujeres.

Se trata de tres generaciones con sus conflictos particulares. Es una película de tres hombres que se han quedado solos. A mí lo que me fascina del guion es cómo se establece una relación tan árida entre los tres, queriéndose en el fondo. Pero no se puede querer bien en un contexto tan jodido.

—La violencia masculina es la forma de relacionarse.

La violencia es una manera de manifestar la frustración.

—¿Crees que “La obra del siglo” es un filme abiertamente contestatario?

Sin tener un sentido didáctico ni ejercer una oposición evidente, el filme simplemente plasma los hechos. No es visceralmente contestataria, pero la crítica está allí.

Impresiona lo alambicado del lenguaje de los medios cubanos oficiales frente a la espontaneidad del habla de la gente común. ¿Cuál es la razón de tan enorme diferencia?

Es un problema de la deformación de la profesión periodística, como también de la cultura de la simulación en la que vivimos los cubanos. Lo tenemos incorporado. En todo el mundo los polí- ticos se la pasan creando frases hechas, que el pueblo repite hasta perder el sentido. Luego entra lo gestual, la política del cuerpo, que es una aberración. Nuestros humoristas su burlan mucho de los dirigentes a propósito de eso. Y es que, en Cuba, muchas veces no podemos decir la verdad.

—Y se opta por el eufemismo.

¡El eufemismo es el pan nuestro de cada día! Incluso, oficialmente el Gobierno anima a que se digan las cosas, pero la gente no lo hace. Hay un miedo generacional a expresarte. Hay mucha autocensura.

—¿Y pensando en esas relaciones generacionales, cuál crees que es el lugar de los jóvenes?

No soy sociólogo ni brujo. Pero tengo un criterio: en la nueva generación siento un gran vacío, una pérdida de la fe. El colectivismo es culpable de muchas cosas. Intenta que todos seamos iguales, busca el control de todo, no deja espacio a la creación ni a las libertades individuales. Pienso que la restauración del daño espiritual del pueblo cubano será mucho más difícil que la restauración económica.

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