"El buen amigo gigante": nuestra crítica del filme de Spielberg
Sebastián Pimentel

Todo el universo del creador de “Tiburón” está allí. Sophie, la niña protagonista de “El buen amigo gigante” (interpretada por Ruby Barnhill) es una reencarnación del niño de “E.T., el extraterrestre” (1982). Comparten una especie de marginalidad. En este caso, Sophie, recluida en el segundo piso de un orfanato, no puede dormir, y avista por casualidad a una criatura inmensa que se esconde en la noche desierta. Es un ser al parecer monstruoso y que, pese a su tamaño, se dedica a proveer los sueños de los niños de Londres.

Como podríamos esperar de un director consumado, este es un filme puramente visual. La luz matinal o crepuscular de Januz Kaminzski baña todo el filme de una melancolía diurna que ennoblece esta historia de dulces pesadillas victorianas. Toda la fábula está construida a partir de una parafernalia dickensiana –las calles aceradas y las casas brumosas–, un mundo de superficies encantadas y atemporales, que se combina en un ida y vuelta con otros predios, ya puramente fantásticos, habitados por los gigantes.

Pero es Mark Rylance –ese pequeño gran actor que ganó un Óscar por su papel de un agente ruso en “Puente de espías” (2015), también de – el principal acierto. Aquí presta su rostro al gigante bonachón, y consigue una cuota de misterio que se filtra a través de sus miradas cómplices, tiernas y a la vez autosuficientes. Barnhill, por su parte, cumple como una observadora atenta guiada por el gigante, aunque Spielberg no llegue a desarrollar, con ella, los filos dramáticos que hubieran terminado por darle al filme una verdadera contundencia.

Al director de “Caballo de guerra” le gusta concitar una especie de sensación de asombro y temor, de curiosidad y de miedo, en las odiseas, a la vez íntimas y espectaculares, de sus personajes. La intensidad afectiva, lírica, de estas vivencias milagrosas –apoyadas en la música de John Williams–, muchas veces inmersas en el horror, miden los alcances de su obra. Una intensidad que, para lograrse, necesita un poco de esa realidad cotidiana, doméstica, del niño de “E.T.”, esa que en “El buen amigo gigante” se sacrifica en pos de la pura fantasía.

Por otra parte, no es difícil afirmar que esta es una película que logra un plácido matrimonio entre Roald Dahl –autor del libro– y Spielberg, como a su vez sucedió entre Doahl y Tim Burton en “Charlie y la fábrica de chocolate” (2005). La diferencia radica en que Burton fue un poco más arriesgado, hasta el punto de reinventarse en un musical psicodélico y algo anárquico. En cambio, Steven Spielberg parece filmar con demasiada facilidad, con demasiado confort, y pone sus mejores apuestas en la comedia –la secuencia de las flatulencias es antológica–, aunque sacrificando los costados de sombra que engalanaron a “E.T.”.

En efecto, es verdad que “El buen amigo gigante” repite los temas de Spielberg, sus situaciones y personajes, al modo de una variante más de una tonada ya conocida. Pero también es bueno decir que las variantes ejecutadas por los maestros siempre regalan momentos mágicos, situaciones de una inocencia impoluta, y que tocan fibras que creíamos haber perdido.

Están, pues, advertidos. En un mundo gobernado por Michael Bay, Zack Snyder y Roland Emmerich, una película de Steven Spielberg siempre será una buena noticia.

LA FICHA
Título original: “The BFG”.
Género: Aventura, fantasía.
País: Estados Unidos, 2016.
Director: Steven Spielberg.
Actores: Mark Rylance, Buby Barnhill, Rebecca Hall.

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