CARMEN ESCOBAR Somos

Pesada la carga que un comediante (o cualquiera que trabaje haciendo reír a la gente) lleva sobre sus hombros. “A ver, cuéntate un chistecito”, es tal vez la frase más común que deben escuchar a su paso. ¿Alguien podría imaginarse a Jim Carrey, al que han llamado alguna vez el Michael Jordan de la comedia física, sumido en depresión? El actor ha contado varias veces que tomó Prozac y que, efectivamente, no anda haciendo quecos las 24 horas del día. Los que hacen reír no son una máquina de chistes, felizmente. Hay quienes se ríen de paranoias ajenas y están los que lo hacen de sí mismos. No es sencillo decidir deshacerse de la alfombra con la que cubrimos nuestras miserias, Carlos Alcántara lo hizo hace ya varios años cuando entró a Pataclaun (1993). “Cuando ingreso a Pataclaun, creo que me redescubro en mi esencia y redescubro también una facilidad, aunque suene creído, para hacer reír. Me empiezo a burlar de mis complejos, de mis prejuicios y de tantas cosas que un chico de barrio, de una familia disfuncional como la mía, puede tener. Empecé a llenarme de escudos y corazas para no aceptar mi realidad. Y al entrar a Pataclaun descubrí que sí me quería, que debía aceptarme como soy”.

¿El humor te ha rescatado, entonces? En un montón de oportunidades. Si no hubiera pasado por ese proceso, hubiera seguido tratando de ir en contra de la corriente que es querer ser galán, actor serio. Por otro lado, aceptarme significa también aceptar lo que me rodea, quererme, saber de dónde vengo, ¿no? El humor me ha salvado.

¿El humor te ahorró la terapia? Sí, pero no es tan fácil

¿Cómo te hiciste consciente de esos complejos y burlarte de algo que estaba tan dentro de ti? Porque en Pataclaun participé de un taller que era casi un laboratorio. Haces determinados ejercicios y, sin darte cuenta, encuentras el hilo que debes jalar para desatar ese enmarañado de sensaciones entrecruzadas que no te dejan vivir tranquilo. Hay quienes lo logran, hay quienes no lo logran, hay quienes no necesitan de un taller de Pataclauan, hay quienes necesitan ir a terapia. Por suerte, en mi caso, apareció este taller y me volví claun.

¿El amor también fue otra tabla de salvación en tu vida? Sí. “Por el amor de una mujer…” (entona la canción de Julio Iglesias del mismo título y ríe). El amor. Me la pasaba picoteando aquí y allá y siempre terminaba solo. Llegaba a mi casa y me sentía más solo que nunca…

¿Cómo logras hacer reír cuando te sientes mal? Lo que te pasó en Japón (estuvo durante el terremoto del 2011) fue una prueba… Eso me fortaleció. De hecho el equipo y yo nos sentíamos mal, estábamos en conmoción porque habíamos vivido el terremoto. Pero también pensaba en la cantidad de peruanos que habían viajado, algunos manejando hasta doce horas, solo para verme. Me pedían que, por favor, hiciera la función aunque sea en la calle. “Aunque sea cuéntanos chistes. No puedo regresarme sin verte”, me decían. Y decidí hacer la función donde fuera. Nos dijeron: “hay una discoteca de un chico peruano por acá, vamos”. Y la hicimos sin luz, sin sonido, con guitarra, con cajón. ¿Cómo no lo iba a hacer? El mismo día del terremoto actuaba y lloraba, lloraba y actuaba, sobre todo al final cuando canto “Contigo Perú”. Pensé: “tengo que poner mi cuota de humor para que esa gente se vaya feliz”. Y es que esa gente se iba a ir feliz, a pesar que luego de que caminaran cinco cuadras iban a escuchar otra vez las noticias y encontrar el país en conmoción.

Lee la entrevista completa, más detalles y fotos en la revista Somos